La época medieval

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*No olvides escuchar la canción de este capítulo*

En los tiempo de crisis interna, los hombres de buena voluntad y generosidad deben ser capaces de festejar.

-John F. Kennedy. 

Condenado broche

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Condenado broche.

Mis mechones cortos se alborotan entre mis dedos y los rizos saltarines complican que el peinado mantenga su forma.

Pero al menos volvió a ser rubio después de ese corte improvisado de esta mañana. Detestaba ese tono chocolate que mantenía en las puntas: solo un constante recuerdo de que había enloquecido. Corto sí, pero familiar y ameno.

Acomode la pomposa falda de tul blanca que se tambaleaba con mi cadera y me coloque los guantes negros de seda que otorgaban seriedad al atuendo. Después miré hacía mi reflejo, sintiendo el nudo en la garganta al ser capaz de distinguirme. Al fin era yo.

Al fin podría ser yo.

No quería reconocerlo pero el ligero rubor de mis mejillas evidenciaba la eufória: volvía al periodismo. Bueno, a la investigación. Y esa adrenalina de la que era adicta desde la niñez, al fantasear en el granero con las aventuras de esos navegantes que leía en libros, volvía a mi cuerpo.

¡De nuevo era yo!

Quién diría que volvería a usar un vestido de gala. Y aún más con este diseño exquisito que solo gritaba dólares por todos lados. Distinto a la ropa que podía pagarme como becaria en aquellos años.

­­­­¿Debería usarle? —medité en voz alta, analizando con miedo el labial rojizo que me había alagado Vittorio.

Bueno, a él le había gustado.

No, no. ¿Y qué importa lo que el piense?

—Serás su acompañante está noche —susurre entre la vuelta a la puerta—. Podrías complacerle solo por esta vez. Por amabilidad o cortesía.

"O por vanidad" pensé entre esa jaqueca que el día de hoy me atormentaba con fuerza.

Smith me había advertido de tal sensación en la sesión. Estaba "inestable", o en otras palabras, mí jodida locura podría adueñarse de nuevo en cualquier momento. Olvidarme de todo otra vez y perder la autonomía en mi cuerpo. No debía tener miedo, según dice, pero a la mierda con eso. ¿Quién no lo tendría?

Pues bien, empecé a tararear mentalmente una canción improvisada. Tal como él había indicado.

"No te asustes. Pasará"

Mientras tanto, abrí el estuche del maquillaje y recorrí con mis dedos la suave textura similar a la mantequilla del estuche, coloreando mis labios al pasar.

—¡Vaya! Parece una princesa, Miss Elizabeth.

La niña de trenzas entraba a mi habitación, sosteniendo la mano de aquel niño de ojos oscuros que me seguía a todas partes para mi desgracia.

Quimera [Vittorio Puzo/Elizabeth Colvin]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora