Jugar a los espías

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Bangkok, Tailandia 5 años antes.

—¿Qué opinas? —pregunta Atsumu con un tono que nace naturalmente dulce mientras que abraza desde atrás al niño de siete años que mira con ojos enormes hacia el escenario iluminado con luces amarillas y rojas.

Deja su mejilla contra la del pequeño y su mentón sobre el hombro del mismo. Cierra sus ojos disfrutando que lo bien que huele su hijo, aunque huele al hedor que durante tantos años lo atormento a él en su hijo huele increíble, ese asqueroso aroma es la prueba de que Seiji está vivo, está con él. Lo puede estrujar y escucharlo reír cada vez que sus brazos se cierran más. Puede transmitir claramente el alivio y el amor a través del vínculo que comparte con su alfa, quizás Kiyoomi se debe sentir confundido, pero no importa, porque está seguro que cuando lo sepa, entenderá todos esos destellos de infinita felicidad que Atsumu tiene cuando está junto al menor.

—¿Los dos grandes de ahí son tambores? —cuestiona el pequeño alzando su mano para dejarla sobre la otra mejilla de su gestante, pegándolo más a él, porque el contacto de piel contra piel lo reconfortan tanto.

Seiji hubiera olido a gasolina y Atsumu hubiera estado feliz de hundir su nariz en la piel de su hijo para llenarse de ese aroma, dejándose impregnar demandante como hacían los niños con sus padres. Abre sus ojos para fijarse a qué se refiere el menor. Sonríe casi de inmediato.

—Sí, los dos son tambores, en Japón se les llama taiko —besa su mejilla en respuesta mientras que el koto se abre paso haciendo que el mundo se le llene de colores a Seiji que se cubre la boca porque ha sido increíble el modo en que el músico inicio la obra.

Atsumu por su parte mira hacia el escenario donde los músicos demuestran su destreza, vuelve a besar la mejilla de su hijo que parece encantado con la música que papi siempre toca en casa, aunque le fascina y siempre mira con el mismo asombro, ver más instrumentos intervenir al mismo tiempo es casi mágico.

—Oton lo hace mejor —dice el menor de pronto haciendo que el corazón se le hinche a Atsumu de orgullo.

—Claro que sí, madre hace mejor todo —interviene Kiryu que acaricia la cabeza del menor.

En respuesta el pequeño Seiji sonríe grande mientras que el omega le regala una mirada cargada de odio, el niño ignora la interacción de quien él considera son sus padres, para él el mundo ha empezado a ser brillante, porque su mamá ("no soy mamá, soy oton"—siempre lo corrige Atsumu) está con él todo el tiempo, y hacen cosas juntas, y su aroma es igual al suyo, y él ama eso, ama a su oton más que nada en este mundo.

Los sentimientos que Atsumu siente al respecto de toda la situación son confusos, hay ocasiones en que la ansiedad se lo come vivo y rompe todo en un ataque de ira y desasosiego, después escucha las risas de Seiji venir desde algún rincón de la casa y la furia se convierte en un extraño sopor. Sus sentimientos de odio hacia Kiryu no hacen más que crecer cada día, sin embargo, procura que eso no lo abrume o terminará arruinando a Kiyoomi que, desde su madriguera, seguro hace lo mejor que puede con Satoshi. A él lo puede sentir todo el tiempo, su tristeza y añoranza, repercuten constantemente en él provocando que ocasionalmente derrame silenciosas lágrimas que sabe que su alfa llora por él. El corazón de ambos está roto, pero al mismo tiempo están unidos. Hay un sueño en común, y aunque no se han visto en mucho tiempo, saben que algún día volverán a estar juntos mirándose fijamente y sabiendo que si el mundo se creo, fue para que ellos pudieran conquistarlo juntos.

—Oton, ¿cómo se llama ese instrumento? —pregunta Seiji jalando de la ropa a su gestante que sigue hincado detrás de él. El omega retira la mirada del alfa que los acompaña para revisar a qué se refiere el niño.

Los omegas también huelen a alquitrán [Haikyuu!! - SakuAtsu]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora