Capítulo 25: El periódico.

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Secretos escondían tus miradas,
Las palabras que nunca dijimos,
Las expresiones que ocultan tanto,
Pero es que tus labios, siempre quisieron decir más.

Amelia Adams.

Prefiero mantenerme en el anonimato. Como muchos artistas... y escritores.

¿Quieres salir hoy?

¿Cómo te sientes?

¿Me acompañas a escribir?

Serías buena escritora...

¿Cómo no pude darme cuenta? cada frase indirecta, cuando publicaba cosas tristes me preguntaba cómo me sentía, me sugería salir, o iba a casa de sorpresa.

—¿Como...? ¿Cómo es que...?

Estaba perpleja.

—El logo en tu habitación... es la misma imagen que tienes en tu perfil, muchas de las cosas que me decías... eran muy parecidas a esos escritos... el dolor... eso era lo que no entendía pero después de lo que me tocó escuchar hoy, entendí de donde venía todo. Eres tú, mi escritora favorita.

Lucas seguía aún bastante cerca de mí, lo suficiente como para que su aliento chocara con mi piel, su voz se escuchaba mucho más suave y grave, noté autocontrol en cada cosa mínima que hacía.

Su mirada provocó mi nerviosismo.

— ¿hace cuánto...?

—tres semanas, más o menos.

Tres semanas... eso explicaba que Lucas había comenzado a soltarse desde ese tiempo.

Nunca nombró a su padre, ni a su madre o a su hermano hasta ese día, pero me contaba mucho de sí mismo... algunas anécdotas, no lo sé. Pero había más confianza y luego de eso entendía porque lo hizo, porque de verdad me conocía.

Leer lo que escribo no es sólo leer. Es conocerme, es desarmarme, es entenderme aunque ni yo misma lo haga.

Él tenía todas las armas para destruirme si así lo quería, conocía todo, no sólo la historia de mis padres y los abusos que viví, tenía todo en sus manos, las letras que escribí para Marck... porque si, lo hice, las letras de inseguridad, los miedos.

¿Y lo peor? Es que lo quería. Sentía un cariño muy bonito por Lucas...

¿Cuánto hacía falta para admirar, querer y conocer a alguien?...

Quizás una conversación, un paso al corazón. Un beso, un abrazo o acercamiento... Y si, podía dañarme, y eso me asustaba.

Me asustaba mucho.

— Yo... estoy cansada. — musité ignorando el tema.

El sólo me miró, sin emoción alguna y asintió.

—Te llevo a casa...— dijo tomando una distancia prudente.

— No. — negué al instante, el me miró con confusión. — No quiero ir a casa Lucas, hoy no.

Dije aquello por impulso, no quería ir a casa. Algo absurdo quizás, pero haber contado esa historia de nuevo, me revolvía los recuerdos y me hacía mirar mi hogar como un lugar ajeno a la paz, pero el vivo retrato de todo lo que pasó.

Cuando le conté todo a mamá, una tarde en el despacho ella lloró junto a mí, esa noche tuve pesadillas, no pude dormir. Desde entonces, o mejor dicho desde que todo eso empezó, casi no dormía, las ojeras eran notorias, cada día me notaba más cansada.

Entre LíneasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora