21. Regresando a Scielo1

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Tenía demasiadas preguntas para Ann. Primero guardé las cosas de Dylan en su mochila. Él me esperaba sentado sobre el cesto de la ropa sucia. En silencio. Demasiado callado, abrazando su peluche.

Ann me apresuraba desde la puerta. Ya iba a levantar a Dylan cuando se negó y el tímido sonido de un maullido lo delató por completo.

Lo retiré prese a sus quejas, levante la tapa y descubrí a nuestro gato negro.

—¡Dylan!¡¿Cómo lo trajiste?!

—Me prometiste que lo traerías y no lo hiciste, ¡lo tuve que hacer yo!

—¿En qué momento... y cómo? Pudiste perderte.

—En la madrugada y solo fui a casa, lo recogí y regresé. Nadie me vio—me explicó.

—La casa está a más de diez kilómetros...—no podía creerlo. Era imposible. Yo había tenido que realizar varios viajes para llegar hasta donde estábamos. Lo máximo que había visto a alguien teletransportarme era a Grecia, que podía hacerlo hasta por distancias de cuatrocientos metros, yo apenas llegaba a cien.

—No sé, solo imagino estar ahí y ya—explicó con soltura.

—Aaron, ya vámonos. No debemos levantar sospechas. —Ann entró a la habitación volviendo a insistir.

Tomé a Dylan de la mano y nos fuimos hacia el auto, los que el proyecto usaba en la dimensión T52.

Si no fuese porque tenía una fe ciega a mi hermana, que habría pensado que todo era una trampa. Pensaba que nos llevaría al aeropuerto, más no fue así. Nos dirigimos hacia Almarzanera. A pocos kilómetros del pueblo, el auto tomó un desvío hacia los cerros, un camino de tierra poco marcado nos llevó hacia allí. De pronto, el suelo se movió. Una plataforma bajó el auto varios metros, hacia un túnel, pavimentado y angosto, por el que continuamos el viaje.

El laboratorio de Transalterna jamás se había ido de Almarzanera, permanecía bajo tierra.

Dylan acariciaba al gato mientras yo lo sostenía con fuerza, aguantándome los arañazos que ya habían dejado mi brazo lleno de líneas rojizas; lo solté ni bien nos bajamos del auto.

El laboratorio era pequeño, nada comparado con el de la dimensión T51, o el de Londres, donde me había criado. Al estar cien metros bajo tierra, tanto la ventilación como la iluminación era artificial. Las paredes eran de roca, las puertas de metal plateado y el suelo de baldosas blancas. Lucía interesante, una mezcla de la modernidad y minimalismo con lo rustico que ofrecía el paisaje.

Conté como diez personas en la sala de entrada y no tardé en localizar a mis hermanos.

Ya me esperaban, contando a Ann, estaban cinco de ellos: Joshua, que era Sam en la dimensión T52, Elizabeth, Pirce y Oliver, el mayor de nosotros, quien me recibió con muy mala cara.

Elizabeth se alegró de verme, Joshua se notaba esquivo y avergonzado, seguro por haber participado del intento de asesinato de mi novia.

—Por fin apareces, ahora que todo es un caos. A tu noviecita del otro lado se le ocurrió jugar a la jefa. En cuanto Williams y yo lleguemos a Scielo1, pondremos orden —me amenazó Oliver.

Ann ya me había explicado lo ocurrido y por qué Sophie tenía el control absoluto del laboratorio de Scielo1. No había mucho que pudieran hacer, menos si Solange se había dado por vencida. Jamás hubiera imaginado que esas acciones puestas a mi nombre por el idiota de Edward, Finalmente me salvaran la vida.

Ignoré a Oliver, le ordené a Dylan permanecer a mi lado y no hablar con nadie; y dejé al gato hacer de las suyas. La mayoría de mis hermanos estaban de mi lado, eso era lo importante.

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