37. Solo el comienzo.

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Raze Vorobiova.

Entro en el edificio con velocidad y le enseño mi gafete a la recepcionista, me deja pasar y el de seguridad me sonríe antes de darme paso, subo las escaleras con velocidad y mis tacones resuenan contra el piso.

Bajo la velocidad y camino como toda una modelo deshaciéndome del abrigo de cuerina negro cuando llego al centro de operaciones, atraigo las miradas pero solo sigo caminando hacia la sala de reuniones que me indico la recepcionista.

Abro la puerta sin tocar y paso atrayendo las miradas, Monroe en la cabecera de la mesa me mira de arriba abajo y yo miro al grupo en la habitación, todos tiene su mirada en mí, bajo la mirada sintiendo que voy a ver algo ridículo, en lugar del enterizo que se supone tengo puesto, pero no, solo es el enterizo con el que salí, es negro, completamente entallado a mi cuerpo, tiene un cierre en medio de mis senos que llega hasta un poco por debajo de ellos, mangas largas, botas hasta mis rodillas color negro, es bastante simple, no esperaba causar tanta reacción.

—Buenos días —saludo entrando en la sala algunos saludan y otros no, pero no me preocupo por ello, solo sigo mi camino—, Monroe. —digo en forma de saludo sentándome a su lado, asiente hacia mí con una pequeña sonrisa.

—Hola Raze.

—Llegas tarde. —reprocha la agente pesadillas, la miro y suspiro. No recuerdo su nombre, pero me odia, creo que tiene un serio problema con mi posición y con la confianza que tengo con Monroe, también con mi vestimenta, si fuera solo con mi posición la entendería, después de todo no hice mucho para ganarme el puesto, pero por todo lo demás se ganó el título de la agente pesadilla.

—Considerando que me avisaron hace veinte minutos y vivo al otro lado de la ciudad llegue temprano. —replico con tranquilidad y Monroe sonríe de lado, ella se pone roja como un tomate por la rabia o vergüenza y yo me limito a sonreír encogiéndome de hombros.

—Puedes iniciar Prescott. —indica Monroe volteándose para ver a la pantalla, apoyo mis codos sobre la mesa y entrelazo las manos apoyando la cabeza en ellas, me da una mala mirada antes de voltear a la pantalla, se aclara la garganta cuando las luces bajan para ver la proyección.

—Estos son los Centinelas, un grupo de narcotraficantes y contrabandistas del oeste de Oregón —explica señalando la imagen de tres hombres, altos, fornidos y un poco desaliñados, todos se parecen entre ellos, lo que indica que son familia—, Son hermanos, llevamos dos semanas vigilándolos, lo que llevan en Portland, su especialidad, trata de mujeres y niñas.

Basuras.

Adelanta la diapositiva dejando dos galpones bastante grandes a la vista, parecen abandonados, son perfectos para esconder algo.

»Estos son dos de sus galpones, es donde tienen el cargamento —Hace comillas con sus manos en la palabra cargamento mientras las escupe con asco—. Hay un tercer lugar que no hemos logrado encontrar, van a llevárselas mañana, podríamos atacar estos dos, pero probablemente perderemos el otro.

—¿A dónde van a llevarlas? —pregunto mirando la pantalla.

—A la costa.

—¿Van a sacarlas en bote? ¿Eso no es más costoso? —cuestiono, Prescott asiente, pero es Monroe quien contesta.

—Sí, pero a donde van no pueden llevarlas por tierra y por aire es más peligroso.

—¿A dónde...?

—Hay una isla privada, es mexicana, geográficamente está más cerca de los Estados Unidos, aunque no sabemos exactamente donde, es un paraíso para los narcos. —cuenta Prescott, poniendo fotos de la isla en la pantalla y reconozco el lugar, si llegan ahí, esas chicas están perdidas.

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