34. Otro juego del destino.

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Raze Vorobiova.

Despierto y sin siquiera abrir los ojos lo busco con las manos al no sentir sus brazos, tropiezo con su pecho y ruedo hasta chocar con él, me rodea de manera inmediata por lo que supongo está despierto, escondo mi cabeza en su pecho y lo abrazo con fuerza.

No me considero una persona pequeña, tengo una estatura un poco sobre el promedio y aunque los hombres a mi alrededor son de tamaño gigante en su mayoría, no me siento pequeña a su lado, papá dice que viene de la mano con mi personalidad y que como nunca me he dejado dominar por nadie, hombre o mujer, eso hace que me sienta gigante al lado de cualquiera.

En los brazos de Ezra, me siento diminuta, de una manera extraña, es un poco contradictorio, cuando peleo con Ezra, cuando estoy de su mano, me siento gigante, invencible, mucho más de lo común, como si literalmente nada pudiera contra nosotros, por otro lado, cuando estoy en sus brazos, cuando duermo con él, me siento muy pequeña, me siento como una niña, siento toda su esencia envolverme y me siento del tamaño de una hormiga, me siento como si el único lugar en el que estuviera segura es ahí, justo en esos brazos.

Me abraza con fuerza rodeándome con ambos brazos y sonrió cuando deja varios besos sobre mi cabeza, abro los ojos encontrándome con esos bonitos ojos miel observarme fijamente, creo que cuando estamos en una misma habitación nunca aparta sus ojos de mí, creo que me ha visto tanto que podría decir qué, aun cuando todos los días me veo al espejo él podría describirme mejor.

—Buenos días. —murmura con voz ronca acariciando mi cabello.

—Podría acostumbrarme a despertar así. —susurro dejando un beso sobre su pecho, sonríe.

—Cuando quieras... —Cierro los ojos con una pequeña sonrisa y acaricia mi cabello lo que solo amenaza con hacerme quedar dormida de nuevo—, Muñeca, no te duermas, son las siete treinta, deberíamos pararnos antes de que Zera lo haga. —recuerda y gruño, me separo porque tiene razón pero no me paro.

El por su parte se pone de pie y va al baño, me quedo en la cama, ruedo hasta abrazar la almohada que él estaba usando antes, me embriago con ese particular olor masculino que quedo impregnado en la almohada, entierro la cabeza en ella y permanezco de esta manera hasta que siento un peso en la cama, levanto la mirada me mira con una sonrisa ladina, se puso pantalones pero permanece sin camisa, se estira en la cama hasta que su cabeza queda recostado de mis piernas utilizándolas como almohada.

—¿Cómodo?

—Mucho. ¿Ya compraste los regalos para Zera?

—Nop. —niego con una mueca, navidad es dentro de nada, ya debería haberlos comprado.

—Yo voy a ir a comprar los de los chicos hoy, ¿Quieres venir? —ofrece.

—Sí, es primera vez en dos años que le compraré los regalos a Zera, siempre los compra papá, Zera insiste en ir conmigo para comprar los regalos de Marie, Josh, papá. —No sé qué hare para deshacerme de ella.

—Yo puedo comprarlos, es decir podemos ir los tres y nos separamos. —Eso suena mucho como una salida familiar.

Ayer hablaban de sus futuros hijos, ¿Qué esperabas amiga?

—Puede ser, también tengo que ir a la peluquería, en realidad creo que puedo dejarla en el spa y será feliz.

—Por supuesto que sí, ¿Peluquería? —interroga con una ceja arqueada.

—Sí, ya tengo que pintarlo, estaba pensando en cortarlo y tal vez volver a mi color natural, que ya es prácticamente castaño claro —Veo una mueca de disgusto pasar por su cara, desaparece tan rápido que casi parece que no estuvo ahí, pero la vi, no puede engañarme, me incorporo y le doy una mirada sorprendida y acusatoria que intenta ignorar mirando a otro lugar—, ¿Qué fue esa cara?

AnagramasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora