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Los días que Regina pasó en casa de los Weasley fueron los más felices de su vida hasta ese momento.

No eran pobres, pero tampoco presumiblemente ricos y vivían en una casa modesta a las afueras de la ciudad donde se habían establecido.

La vida era tranquila allí, alejados de la sociedad, en el límite entre la vida rural y la urbana, donde la magia se podía dar con total libertad.

Por la mañana, Septimus acompañaba a sus hermanos menores y a Regina al pueblo, que era parcialmente mágico, para que investigasen por su cuenta el lugar y se comprasen cualquier tontería, como por ejemplo un helado.

Iban a casa a comer y la tarde la pasaban allí, ayudando a los señores Weasley con las tareas domésticas, jugando a la ajedrez mágica o con Septimus enseñándole a los más pequeños a volar correctamente en escoba.

Durante sus años en Hogwarts había sido muy importante para el equipo de Quidditch de su casa, Gryffindor, y ahora, un año después de haber terminado sus estudios, jugaba en el pequeño equipo local, aunque con la esperanza de poder entrar en las próximas temporadas en alguno más importante.

Regina, la primera vez que lo vio volar quedó maravillada y comprendió al fin lo que decía Blaise sobre volar en escoba y convertirse en jugador de Quidditch.

Volar en escoba suponía conquistar el cielo, sentir en aire golpeando el rostro y la libertad fluyendo por las venas de forma tan natural como la propia sangre.

Sin embargo, no se terminaba de atrever. ¿Y si se caía?¿Y si moría en el intento?¿Y si era un fraude en ello? Ella era una Ravenclaw y por tanto bastante inteligente e ingeniosa, pero eso no evitaba que algunas cosas se le diesen mal, como podían ser, por ejemplo, los deportes.

Aún así, tras unos días, Milva y Michael insistieron tanto que no tuvo otra que aceptar la propuesta.

—Vamos, anímate, que si te caes siempre estará atento Septimus para recogerte—era lo que le decía siempre Milva, hasta que consiguió convencerla.

Septimus, que colaboró en el plan, dejó caer la escoba suavemente hasta esta se quedó suspendida en el aire a la altura adecuada para que Regina se subiese encima.

La joven, aún temerosa, pasó una pierna por encima y se sentó, agarrando sus manos en la parte delantera unos segundos después. Lo siguiente que hizo fue levantar las piernas y cruzarla a cierta altura, de modo que quedó completamente suspendida en el aire, para sorpresa de los tres hermanos y sobre todo el mayor.

—Buena técnica...—susurró, alejándose un poco para poder observar a Regina mejor. Estaba a punto de decirle que intentase echar a volar, pero ella se bajó de la escoba antes.

—Suficiente por hoy—dijo. Había palidecido bastante y parecía algo mareada, a pesar de ni siquiera haber echado a volar.

Michael iba a insistirle y a decirle que volviera a intentarlo cuando su padre anunció que tenían que entrar a cenar.

օɾíցҽղҽs: LA SALA DE LOS MENESTERES // Tom RiddleDonde viven las historias. Descúbrelo ahora