🔆Capítulo 22| ¡Christian Grey es un Dios Griego!🔆

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POV ANASTASIA

Su cuerpo se veía tan ardiente y duro como la roca, y las llanuras, los valles y las hondonadas de su anatomía se alineaban perfectamente para conformar una vista majestuosa. Pueden creerme a ciegas si les digo que sólo le faltaba ponerle un lazo.

Cuando abrió la puerta y lo vi terminando de abrocharse los pantalones, literalmente quise quitárselos, y luego, cuando habló, sólo pude pensar en que era perfecto, tal como sonaba al teléfono, caliente y sensual. Un escalofrío me recorrió toda la espalda cuando lo imaginé con esos fuertes brazos envolviéndome.

Aunque intentó disimularlo, no fue tan rápido como para que no notase que también recorrió ansiosamente todo mi cuerpo; sus ojos se tornaron oscuros, pero también brillaron traviesamente. Si bien aún no me había quitado el abrigo, puedo asegurar que, en cuanto me vio, le gustó lo que tenía enfrente.

Lo miré fijamente y comprobé que sus ojos eran de color gris, y tan intensos como un cielo nublado. Tenía las pestañas espesas, del mismo color bronce que su pelo, suave y grueso a simple vista, que dicho sea de paso estaba totalmente desordenado.
Sus cejas eran tupidas, y la sombra de una barba muy bien recortada le cubría las mejillas, la barbilla y el labio superior.

Nunca me han gustado los hombres con barba, pero debo aceptar que a él le quedaba de maravilla; le hacía parecer más recio y varonil, y acentuaba más su mirada, otorgándole un aire misterioso

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Nunca me han gustado los hombres con barba, pero debo aceptar que a él le quedaba de maravilla; le hacía parecer más recio y varonil, y acentuaba más su mirada, otorgándole un aire misterioso.

Se disculpó por sus fachas, y parecía realmente apenado por no estar listo, incluso me explicó que había salido la noche anterior y me hizo gracia cómo intentaba justificarse.
Joder, cuando me hizo entrar y pasé por su lado noté que era enorme, y eso que yo mido un metro setenta y estaba subida a unas snadalias con altos tacones y él iba descalzo.

Miré sus pies; también me parecieron grandes, así que mi mente traicionera pensó en eso que dicen de que el pene de un hombre es proporcional al tamaño de sus pies. El tono grave y ronco de su voz me puso la piel de gallina, y mis pezones se pusieron rígidos, intentando traspasar mi sujetador... y juraría que una atracción sexual crepito de inmediato en el aire entre nosotros.

Caminé hacia el interior mientras escuchaba su ofrecimiento para que
me preparase café, incluso me animó a que me sintiera como si estuviera en mi casa mientras él se duchaba.
Madre mía, mi imaginación vagó de inmediato, imaginándolo desnudo bajo el agua, y yo a su lado, enjabonando toda esa espalda ancha y musculosa.
Tragué saliva y levanté la vista.

Me hizo sentir desnuda cómo me estaba mirando; lo estaba haciendo como si yo fuera una bomba de relojería que necesitara desactivar, y me sentí indefensa. Procuré centrarme en el porqué de mi presencia allí, pero todo resultaba muy confuso; ese hombre ejercía un hechizo en mí que me resultaba desconocido.

Estaba a punto de quitarme el abrigo, disponiéndome a esperarlo, cuando una pelirroja apareció ante nosotros.
«No confíes en todo lo que ves, la sal también parece azúcar», leí por ahí, y me di cuenta de que era muy cierto. Él era un donjuán, como todos los hombres ricos y guapos que se creen que pueden llevarse a la cama a toda mujer que se les cruza en el camino y luego desecharlas.
Me percaté, además, de que acababa de olvidar una gran regla: el ardiente deseo que debía tener era triunfar como asistente de compras, y no por mi cliente.

Asistente de Compras - Grey 《Christian y Ana 》Libro1Donde viven las historias. Descúbrelo ahora