CAPÍTULO XXIII

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Mykeila Jakoby

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Myki, ¿por qué lloras? —abrí mis ojos lentamente, mirando a mi alrededor, buscaba el origen de esa voz, pero me era difícil concentrarme, todo daba vueltas.

—Abandoné a mis amigos...

¿Por qué?

—Quería protegerlos... Pero sólo me metí en problemas.

—Myki, ya estamos aquí... Contigo. —tomaron suavemente mis mejillas, mi piel se erizó al sentir la tibieza de aquellas manos. Volteé la mirada, reconocí a Tobias frente a mí, mirándome con ternura y tristeza. Solté una risita nerviosa y negué levemente.

—¿Qué haces aquí? —fruncí el ceño durante unos segundos. —¿Esto es...? ¿Es real? ¿Eres real? —él asintió, frunció el ceño por unos instantes y me miró confundido. Sacó de su cinturón una pequeña navaja y cortó los tirantes que aprisionaban mis muñecas, las tomó con delicadeza y llevó mis manos hasta sus mejillas.

—¿Lo ves? —me regaló una sonrisa que me provocó nostalgia. —Tan real como que hemos venido a sacarte de aquí.

—¿Hemos? —cuestioné mientras me espabilaba.

—Damian nos espera al final del pasillo, vigila que no venga nadie... Encontramos una segunda entrada al templo, ubicada en la parte posterior del edificio. Es una rampa realmente empinada. —explicaba mientras me desconectaba de todos los aparatos que tenía encima. —Avísame si te lastimo, estas cosas están realmente adheridas a ti...

—Es extraño... —comencé mientras miraba a mi alrededor, buscando algún indicio de la presencia de Ares.

—Lista. —me ayudó a levantarme con agilidad. —¿Puedes caminar? —asentí, evadiendo su mirada, era intensa, emanaba preocupación, pero también alivio y ternura. Instantes después percibí que miraba su reloj, chasqueó la lengua con disgusto. —Estamos a contrarreloj ahora. ¡Vamos! —volteé hacia atrás, notando que las sombras se movían sigilosamente, envolviendo el lugar; negué para mis adentros, eso no era real, no podría serlo. Pero significaban algo, de eso estaba segura. De pronto me abrazaron con ímpetu, era Damian, le reconocí por sus mechones castaños.

—Por favor...

—No puedo prometer algo que no estoy segura de cumplir... —la piel se me erizó nuevamente, pero esta vez era producto del miedo, me giré completamente hacia el cuarto que habíamos dejado atrás, donde reinaba una profunda oscuridad. Me coloqué frente a ambos, protegiéndolos. —Vamos, sal ya... —susurré casi imperceptible. Escuché un clic, un par de pasos y... No dudé en tomar los revólveres de sus cinturones y me giré con agilidad al lado contrario, disparando a la oscuridad. Instantes después se escuchó el ruido del metal caer contra el suelo.

Damian y Tobias estaban atónitos, noté cierto recelo en sus miradas, intenté evadir sus reacciones y caminé con rapidez hacia el abatido, quien debía ser Kyle.

—¡Habla ya! —exigí, tomándole de la camiseta. Él soltó unas carcajadas.

—¿Para qué? Se te acaba el tiempo... —apreté la mandíbula. —Les estaré pisando los talones en unos minutos.

—¿Cómo? No ha sonado ninguna alarma ni...

—La alarma eres tú misma, querida —me interrumpió, luego volvió a reír, aunque poco después tosió. Palpé el suelo, encontrando algo semejante a una pistola, la tomé, me levanté a su costado y de repente las luces azules se encendieron, permitiendo que le viera.

—Hazme un favor, ¿quieres? —tenía una bala en el pecho y otra en el abdomen, de las que emanaba ese aceite característico de los androides. Esbozó una media sonrisa maliciosa mientras negaba.

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