CAPÍTULO III

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Mykeila Jakoby

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—Hermanito, agradezco tu preocupación, pero estoy bien, ¿sí? —añadí, subiendo lentamente mi mano a la suya, donde sostenía el maletín. Él se apartó un paso, colocando el maletín detrás suyo, negando con seriedad.

—Las damas primero. —añadió Tobias sarcásticamente, haciendo ademán de que comenzara a caminar delante de él. Resoplé, farfullé una maldición y emprendí la caminata a la oficina de Ares con los demás pisándome los talones.

Intenté varias veces perderlos por los pasillos, apretando el paso, pero Damian, tarde o temprano, me alcanzaba en unas cuantas zancadas. Todos permanecían con un semblante neutral, pero a Tobias no le importaba en lo más mínimo disimular su aspecto furioso.

—Tobes, estoy bien. No me estoy desangrando, luego podré ir a la enfermería... —intenté tomar su mano, muy sutilmente pues sólo Damian sabía de nuestra "no relación".

—Mykeila, ¿en serio? No sólo es el hecho de que estás herida, pero llevas varios días sin descansar, y ahora empiezan esas punzadas en la cabeza... —volteó la mirada hacia mí, apartándose unos pasos. Damian frunció el ceño con confusión. Negué levemente, regresando mi atención a Tobias. —¿Entiendes que, si tú no estás bien, no puedes cumplir nada de lo que él te pide?

—¡Dios! Pero Tobias, estoy bien. Aún puedo continuar. —de repente sentí que un líquido caliente se derramaba por mi nariz. Unas gotitas de sangre yacían en el piso, llevé una mano a mi tabique para intentar detener la hemorragia. —¡Joder! —exclamé por lo bajo.

—Myki, tu vida no es un maldito juego... Hay muchos otros equipos que tienen la capacidad para hacer lo mismo que nosotros.

—No podemos dimitir, Tobias. ¡Entiende! —Damian no tardó en ponerse delante de mí, estaba realmente enfadado, hacía tanto tiempo que no le veía así, que su aspecto imponente me obligó a bajar la mirada.

—Toma. —me entregó un pañuelo. —Hazme un favor. Vas a dejar de refutarle a Tobias, vamos a ir lo más pronto posible con ese patán, iremos con Marcus, y luego, tú y yo, señorita, vamos a platicar. ¿Mmhh? —apreté la mandíbula y me limité a continuar.

Al llegar a la oficina del almirante, podría jurar que el ambiente se volvió tremendamente tenso, me abrumaba la gran cantidad de personas que caminaban de un lado a otro. Tobias decidió adelantarse unos pasos, dejándome con Damian.

—¡Vaya, Rix al fin está aquí! —exclamó Ares acercándose a la consola ubicada en el centro de la oficina. —Comenzaba a inquietarme por no recibir notica alguna de ustedes...

—Almirante MacQuoid —saludé con seriedad. Damian le entregaba el maletín mientras yo extraía el chip de la IA de mi reloj.

—Me alegra tenerla de vuelta, junto con su equipo, comandante —sonrió ampliamente. —Terrible situación, ¿no? Qué lástima que Neus no pueda tener largos años de tranquilidad... Es como si tuviera una especie de maldición. ¿Ustedes qué creen? —chasqueó la lengua e hizo una pequeña pausa antes de juntar sus manos en un aplauso. —Bueno. Manos a la obra, que es su deber proteger a su nación.

—¿Perdona? Acabamos de llegar —comentó Tobias en tono indignado. Ares frunció el ceño mostrando disgusto ante la reacción irreverente, luego inhaló profundamente, adquiriendo algo de serenidad.

—Verá capitán Ward, tengo una misión para ustedes... Me imagino que ya conocieron a la nueva integrante de Rix. —inmediatamente, el holograma de Yenna apareció en la consola.

—Será un placer servirles. —aseguró Yenna con una gran sonrisa y una elegante reverencia.

—¿Cómo? Pero, señor... —fruncí el ceño, miré a Ares con confusión, él levantó su palma extendida como ademán para que guardara silencio.

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