< 15 >

177 37 20
                                    

Cuando desperté, estaba enmarañado entre suaves sábanas y más almohadas de las que tenía el propio Selín en su pomposo cuarto.
Contrario a la saturada cama, la amplia habitación de tapizadas paredes grises solo estaba ocupada por un par de lámparas, un armario y una mesita de madera de noche, luciendo vacía. Vacía y totalmente desconocida.

No tenía idea de dónde estaba ni cómo había ido a parar a aquel lugar.
Mi memoria estaba algo difusa y mi garganta seca.

Me levanté de la cama algo sosegado, pero antes de dar un solo paso, me quedé paralizado al ver mi cuerpo sin una sola pieza de ropa. Sentí un escalofrío y empecé a recordar la primera parte de la salida de ayer.

Los sucesos con Alex, sus feromonas, la ida de vuelta a casa... mi repentino celo...

Y a Aran.

Aunque más allá de ese punto, era como si me hubiesen arrebatado los recuerdos a la fuerza.

Miré a mi alrededor. No encontré mi ropa ni tampoco al alfa de cabello negro.
Necesitaba algo con lo que cubrirme, así que sin pensarlo mucho fui hasta el armario y lo abrí, en busca de alguna prenda que me sirviera. El aroma de las feromonas alfa inundó mi olfato al desplegar las puertas de madera.
El interior del clóset estaba sobrecargado de un suave olor a trementina que inmediatamente asocié con Aran.

Me aturdió inesperadamente fácil. Mis piernas temblaron y sentí mi cara arder.
Al parecer, mi celo no había desaparecido. Y era obvio, apenas habría pasado un día desde su comienzo, aunque me encontré bastante sorprendido y al mismo tiempo me preguntaba sobre cómo era que estaba tan bien aun cuando seguía atravesando tal período.Sin respuestas, solo estaba al tanto de que sentir las feromonas de Aran por un tiempo prolongado no sería aconsejable para mí ahora mismo, pero no podía andar desnudo de aquí para allá como un procaz.

Tomé una camisa cualquiera y me la abotoné con algo de torpeza. Intenté aguantar la respiración y mantener mi nariz lejos de la tela, pero esa penetrante esencia se ligaba con mi piel y volvía inútil aquel intento.
Resoplé.

—Voluntad, voluntad... —me susurré a mí mismo, tenso.

Me giré entonces hacia la puerta y me acerqué para abrirla. El exterior de la habitación estaba casi tan vacío como ella misma.

No había adornos.
Ni cuadros, ni fotografías, ni plantas ornamentales.

Nada.

Solo encontrabas el alumbrado y amueblado absolutamente necesario para que aquello no pareciese la guarida de un cavernícola con dinero.
Para una casa que lucía tan amplia, se sentía solitaria.

—¿Ya despertaste? —dijeron a mis espaldas.

Me giré asustado. En guardia.
Aran mi miraba con una taza de café en su mano. Su cabello despeinado le daba un aire juvenil y vestía ropas anchas y ligeras.

Se me acercó y yo retrocedí un paso, por reflejo.

—No te voy a hacer nada —me aseguró y alzó una mano para tocar mi frente y la bajó hasta mi cuello.

Me helé ante su contacto, pero antes de que pasaran diez míseros segundos, se alejó otra vez.

—Aún no acaba tu celo, aún estás caliente —dijo—. Después de que tomes un inhibidor te llevaré a casa.

Levanté una ceja.
¿Fue él siempre del tipo considerado?
Pero entonces cierto aspecto llegó a mi cabeza.

—¿Por qué desperté sin ropa? —le pregunté frunciendo el ceño, desconfiado.

Él era un alfa y yo un omega.

—¿Qué me hiciste? —acusé.

No había manera de que no hubiese pasado nada.
Aran no se molestó en contestarme, solo me miró fijamente y luego se echó a reír.

Parejas DestinadasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora