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Siempre estuve consciente de que, si me tocaba, haría de mi cuerpo un desastre.

No me equivocaba.

Cada centímetro de mi piel estaba tan sensible que incluso el inevitable roce de mis piernas con el suelo era fácilmente capaz de arrancarme guturales y contenidos gemidos.

¿Podía alguien tener tanta mala suerte?

Me había alejado de un alfa para no caer presa de la excitación y aquí estaba, a merced de otro alfa, con la única diferencia de que ahora no estaba en condiciones de retar a nadie ni hacerlo retroceder solo con valentía y soberbia.

Mis ojos se humedecieron con relativa simpleza. Tenía miedo. Miedo de aquel agresivo sentimiento que opacaba cualquier rastro de razón y que me envolvía en una continua y libidinal agitación que nunca antes en mi vida había sentido.Sentía como si me hubiesen dado a tomar alguna droga, algún afrodisíaco... algo muy potente...
Sobre todo, me dolía, la explosiva erección que apretaba mis pantalones de manera vigorosa me dolía. Quería deshacerme de ella, no, quería complacer al vehemente deseo que la había provocado.

Bajé mi cristalina mirada y llevé mi mano hasta mi miembro. Frotarlo solo por encima de la ropa no era suficiente, pero cuando intenté desabrochar los botones del pantalón para ir más allá, una mano sostuvo mi brazo y me gritó.

—¿¡Qué haces a mitad de la calle!? —decía.

Su voz se oía lejana aun cuando él estaba frente a mí.Quizá, la culpable de ese adormecimiento en mis oídos fue la estridente excitación que se adueñó de mi cuerpo en el momento que nuestras pieles se tocaron.
Hasta fui capaz sentir cómo mis feromonas se volvían más fuertes.

—Maldita sea... —creí escucharlo maldecir.

A mi alrededor empezó a sentirse un suave aroma. Un pronunciado olor a café ligado con el seductor olor a pino.
Se sintió tranquilizante, pero, al mismo tiempo, devastador. Me sentí extraño al ser víctima de dos reacciones tan opuestas al mismo tiempo. Pero no fui capaz de pensar en nada cuando me sentí abrazado por sus brazos, siendo cargado por él.

¿A dónde me llevaba?

—Aran... —bisbiseé.

Mi nariz quedó justo junto a su cuello y el olor de su sudor me hizo sentir con más fuerza ese aroma de antes. Era el suave olor de sus feromonas, suave pero intenso al mismo tiempo.

Me sentí reaccionar diferente ante el aroma de Aran en comparación con el de Alex.

Quizás era porque había entrado en celo, pero el impulso irreversible de acercarme provocó que me fuera imposible contenerme. Sentí el cuerpo de Aran temblar con ligereza cuando deslicé mi lengua por su cuello, cuando lo mordí suavemente, cuando gemí en su oreja.

Mis manos, inquietas, recorrían sus hombros, su pecho. Me encontraba cada vez más excitado, cada vez más anhelante. Quería hacer algo con esta inacabable lujuria, dueña de mi juicio.

Las manos de Aran se apretaron de cada lugar por el que me sostenía.

Con algo de dificultad, moví mis ojos hasta su cara y logré ver su expresión. Su ceño fruncido y su mirada nerviosa me desencajó, y ver cómo mordía sus labios con fuerza, casi queriendo distraerse de mi olor a través del dolor, hizo que un imprudente deseo llenara mi pecho.

No me detuve a pensar en lo que estaba haciendo, ni siquiera tenía la capacidad para ello, solo... seguí ese pecaminoso instinto que codiciaba el calor de un alfa y deslicé mi lengua desde su barbilla hasta sus labios, lamiendo ese que mordía.
La respiración de Aran se agitó, pero conteniéndose, apartó su cara alejándose de mí. A pesar del rechazo no desistí y puse mis manos sobre su ardiente rostro. El pelinegro me miró con esos intensos y oscuros ojos. Creí derretirme bajo aquella contemplación.
Suplicante, acerqué mis labios a los de él otra vez, besándolo.

—Aran... —canté una vez más su nombre, sollozando ambicioso, hambriento, mordiendo su labio inferior.

Su negación no duró mucho. No pudo mantenerla.

Cuando sentí su agresiva respuesta ante mi acción, con una juguetona y suave lengua resbalando dentro de mi boca con avidez, la adictiva electricidad que recorrió mis caderas me aturdió. Jadeé y gemí sobre los labios del alfa, retorciéndome en sus brazos, con una rígida erección y un trasero anormalmente húmedo y palpitante.

—Mierda, no me hagas esto. —gruñó aún enredado en mis besos.

El profundo acto no se detuvo, y no hizo más que avivar el fuego en el interior de mi estómago.

¿Qué demonios era este deseo tan grande?
¿Era esto lo que sentían todos los omegas durante sus ciclos de celo?

Resultaba demasiado abrumador, demasiado insoportable.

Aun cuando mis ansias no cesaron, él se alejó de mí, otra vez. Su ceño se frunció mucho más y apresuró su paso hasta casi parecer que iba corriendo.No se detuvo, ni siquiera una vez más, a responder a mis intentos de seducción. Para colmo, su aroma, el cual yo sabía que estaba intentando contener con todas sus fuerzas, de verdad que me estaba volviendo loco.

Lo siguiente de lo que fui consciente fue de cómo me soltaba con delicadeza sobre las cómodas sábanas de una cama y se alejaba, acto seguido. Por mi parte, no me quedó más remedio que retorcerme presa de este celo que me enloquecía.
No sé si se había marchado de la habitación donde me había recostado cuando no aguanté más y me deshice de cada prenda de ropa que me aprisionaba.

Quería tocarme, cada poro de mi cuerpo secretaba excitación. Era inaguantable.

Una nueva exclamación se escuchó del otro lado de la habitación, entonces. No tuve que levantar la mirada para saber quién era el dueño de esa voz, reconocer la esencia que una vez más se acercaba a mí fue suficiente.

Aran traía algo en sus manos, pero mi incapacidad para enfocar y el desinterés por ello no me permitieron darme cuenta de qué era. Solo noté su cuerpo cada vez más cerca de mí y cuando lo tuve a uno o dos pasos de distancia, no sé de dónde, pero mis piernas sacaron la fuerza para levantarse y lanzarse hacia él.
Su aroma se había vuelto más débil pero aún estaba impregnado a su cuerpo y aún seguía desatando nocivos deseos en mí.

Caí encima de él, a horcajadas. Él gruñó.

—Aran... por favor... —le supliqué jadeando sobre su boca.

Quería que me sacara de esta incómoda lujuria.Su ceño arrugado no parecía querer desaparecer y ni siquiera parecía estar respirando.

—Dios mío, tus feromonas son un veneno... —refunfuñó.

Al momento siguiente lo sentí abrazar mi cintura con fuerza con una mano y con la otra, inyectar algo en mi muslo.
Unos minutos después empecé a sentirme soñoliento, débil.
Aran suspiró, quizá con alivio.

Pero, aún a través de mi repentina debilidad, aún sentí deseos de besarlo, por lo que volví a dejar caer mis labios sobre los de él. Se sorprendió, pero esta vez no me rechazó, en cambio, me apretó más entre sus brazos e intensificó el beso.
Mis caderas se movían solas a la par de las manos que se deslizaban por mi espalda.

Aquel acto me gustaba...

Y poco a poco, con mi cuerpo hecho un lío sobre Aran, fui perdiendo la consciencia.

Parejas DestinadasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora