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¿Omega? ¿En celo?

No, definitivamente no podía ser yo. El cuerpo de Selín, a lo largo de los casi 150 capítulos de la novela, nunca se manifestó como omega. Siempre fue una beta hasta la médula. Además, una manifestación tardía era realmente rara.

En todo caso, estaba seguro de que era beta.

—Eso es imposible, yo soy beta —repetí.

Él no dijo una palabra. Solo levantó su mano y agarró con fuerza mi cintura, acercándome a él. No pude evitar sentirme nervioso. Pero aquel era un nervio diferente al que conocía.
Antes de que pudiera notarlo, mis labios se habían separado, jadeantes.

La mano del policía no se quedó quieta de todos modos, sino que se deslizó bajo mi ropa por mi espalda. Un exquisito aroma atacó mi olfato de la nada y una voz rota se escapó de mi garganta. Un sonido que no conocía. Mi cuerpo estaba demasiado sensible y una parte de mí que no debería sentir mojada empezaba a sentirse resbalosa.

Entré en pánico.

Empujé lejos al policía que parecía haber hecho aquello a propósito, esperando aquel resultado y arrebatándole la mochila, salí corriendo de ahí con la cara encendida y la piel de gallina.

No me detuve ni cuando llegué a casa, y sin siquiera detenerme a quitarme los zapatos solo corrí hasta la habitación de mi madre. Ni siquiera me di cuenta en qué momento en empecé a llamarla «mi» madre, pero sin pensar en ello, solo entré en su habitación como si ese fuese el último día de mi vida.

La hermosa mujer se levantó de su asiento asustada ante el estruendo que hice al aventar la puerta, pero se relajó al ver que había sido yo, expresión que volvió a cambiar en cuestión de nada siendo acompañada por una tez que palidecía por segundo, no supe por qué.
Ella solo corrió hasta mí y me jaló hasta el centro de la habitación tras cerrar la puerta con cada uno de los seguros que tenía.

—Mamá —murmuré y miré el rostro sin color de la mujer.

Ella solo se me acercó y puso sus manos sobre mis hombros, medio temblando.

—¿Cómo es que estás emitiendo feromonas? —preguntó.

Yo no pude hablar. Después de todo, no sabía la respuesta.
En su cara había un arremolinamiento de emociones que no logré separar y descifrar, así que solo la miré con una expresión muy similar, algo más cercana al desconcierto, pero similar.

—No, no —murmuró—. Ni tu padre ni tus hermanos pueden descubrirlo —decía nerviosa—. I-inhibidores, ¿dónde están?

Empezó a balbucear y a buscar alrededor por los inhibidores que ella misma usaba.

Inhibidores, esas malditas pastillas que usaban los omegas para suprimir sus feromonas... omegas... ¿eso quería decir que yo... realmente me había vuelto uno?

Otra cosa difícil de digerir se había añadido a la lista.

Pero además del hecho de que al parecer había tenido una manifestación tardía... no entendí por qué el resto de la familia no podía saberlo.

Madre no tardó mucho en encontrar las pastillas y enseguida me las acercó.

—¡Tómalas! —ordenó.

Yo la obedecí, pero no podía quedarme con la duda así que pregunté.

—Mamá ¿Qué quisiste decir antes? ¿Por qué ni mis hermanos ni padre pueden saber que me acabo de manifestar como...? —dudé un poco.

La realidad era diferente a un simple deseo que no quería en verdad que se cumpliera, así que por supuesto que me puse nervioso

—Como omega —terminé de decir.

Parejas DestinadasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora