- Alexandra -
Luna...
¿Puedes contemplar lo linda que luces hoy?
Quién no quiere ser como tú. Abundante durante las horas más oscuras de la soledad. Tan elegante que reluces de ternura con tu luz el corazón de un desesperado por encontrar calma en el mar.
He sentido envidia cada vez que te miro expectante sobre las miles de estrellas a tu alrededor.
Perdóname.
He tenido celos cada vez que juegas a las escondidas con las nubes. Me haces llorar cada vez que me hablas. Tus historias me hacen recordar las tristezas y los pesares de un amorío en olvido.
Lo siento, pero también quiero ser el susurro de las tormentas, mientras en estas se ejerzan libertad.
Corres con total tranquilidad en la lejanía de las montañas. Puedes salir las veces que tú quieras sin tener que sentir la preocupación de llegar tarde otra vez.
Quisiera respirar con orgullo las hazañas que vives cada noche que sales al llover. Al menos, nunca te sientes preocupada por desconocer lo que falta por conocer.
Eres una buena acompañante durante los minutos que mi meñique sostiene una taza de té. Una buena amiga que siempre estará por las noches cada vez que visite el gran ventanal, cercano a mi pupitre.
-¡Es tu obligación tener excelentes notas! -su entrecejo fruncía en la ira, mientras su traje recién ordenado inclinó en regaño. Al oír que mi esfuerzo no era el esperado sentí el pecho encogerse como un pequeño ratón tras divisar un amenazante león.
-Lo siento. No volverá a suceder otra vez... -mantenía mi cabeza abajo.
El miedo a mi padre obligaba mantener mis dedos entrelazados, mientras se escondían por detrás de mi espina dorsal. Mis ojos se encontraban en el punto de casi soltar lágrimas. Lo único que quería era tratar de evitar ahogarme en el océano de los sollozos.
-Claro que no volverá a suceder. ¡Estás castigada! -se dió la vuelta dándome la espalda.
Mi padre sacaba humo del enfurecimiento. Tomó la perilla de la puerta como si tuviese rencor con la vida. Deslizó su muñeca a la derecha para por fin cerrar de golpe mi cuarto. El resonar del azotón que mi padre provocó rebota en ecos muy molestos por toda la habitación.
¿Castigada..?
Si el peor castigo que me has impuesto, querido padre, es estar encerrada en este engañoso reino, aunque tenga lujos y muchas fortunas hasta en las suelas de mis zapatos no siento los beneficios o comodidades de cada una de tus propias riquezas. Si todo ello implica sentirme apartada de mi aún lejana capacidad de libre albedrío, entonces, prefiero vivir una vida donde la pobreza material me permita disfrutar de la vida sin sentirme encerrada en una jaula de oro.
Luna, cuéntame tu secreto...
¿Qué se siente brillar así?
Ser tan frágil y tenue a la vez sin tener que afligir el corazón. Ser tan hermosa, después de las más oscuras y aterradoras noches cuando la luz del día parece que no va a volver salir.
Luna, por favor dime...
¿Dime qué se siente ser feliz?
Al menos, no estás encerrada en este castillo construido en oro y decorado en diamantes. Al menos tú no tienes a un rey quién obedecer por sentirte comprometida a agradecer el gesto que alguna vez hizo para salvar tu insignificante vida.
Querida amiga estelar, estoy cansada de mantenerme sumisa, y aguantar el encierro en estas jaulas de perlas y joyas valiosas.
La riqueza no es como muchos la creen. Es prometedora con su oferta, pero, nunca te muestra las condiciones que tendrás que aceptar para vivir de una felicidad materializada. Luna, reconozco que tienes una gran virtud que tiene el doble de valor que el de este gran palacio color nube.
ESTÁS LEYENDO
The Last Sun In The World II: Hell (En pausa)
RandomEl hombre desde hace décadas conquistó sus mares hasta dominar territorios desconocidos. El hombre poseía de una naturaleza conquistadora. Cuando venían épocas de conflicto, el hombre creó las guerras para dominar ante los enemigos. Su naturaleza aú...