Capítulo XIII. Como corderos. Parte I.

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- Vincent Bread -

Algunos corderos no viven por mucho tiempo, así como nosotros. Somos iguales a ellos; irracionales e impulsivos, no obstante, el ser humano es el animal más salvaje que ha existido en mucho tiempo. Nos alimentamos en base a un mecanismo de supervivencia para nuestra propia subsistencia. En este mundo posguerra, nosotros somos una manada de corderos; corderos en busca de recursos para mantener el mismo estado que poseemos actualmente.

Necesito un sosiego. He perdido a un buen compañero por cuestión de un acto ilícito nunca cumplido.

¿Qué acaba de acaecer?

¿Por qué estoy aplazando tanto la expulsión de secreciones?

Si las pulsaciones precipitadas y la sequedad en mis palabras no son producto de complejos, sino que son el resultado de vislumbrar una conspiración contra nuestra libertad.

Una conspiración contra nuestro destino.

Rememoré la vez que mi progenitora tenía la posibilidad de salir de su habitación hospitalaria. Mis mejillas se arrugaban. Mis pliegues inferiores y superiores dejaban apreciar la enorme mueca ejercida. La devoción se encontró entre el regazo de mi pobre mujer de oro. Aquella alma débil postrada en su cama de hospital. Me inundó el cariño en ese beso en la parte frontal de mi rostro. Analicé que todo fuese en orden y que no faltará nada.

Agradecí enormemente el trabajo admirable del personal médico. Unos zapatos blancos entraron primeramente por la puerta. Era la auxiliar clínica y me sugirió llevar a mamá a la terraza, más adelante, accionó una rotación en la perilla del dormitorio. Asentí, mientras llevaba a mamá fuera de su habitación. Lejos de los cobijos y camillas para aquellos que perdieron salud y, mantienen el alma endeble. Me conmovió su rostro. Ella inhaló con dificultad por la inflamación de sus vías principales, pero su felicidad tras aquel momento no tenía nombre.

Siempre acudía a la recepción, sin embargo, era más común encontrar a mamá en el hospital que en mi propia casa. Las soluciones intravenosas y el dispositivo que mide los signos vitales fueron comunes en cada horario. La bandeja que era traída por la camillera indicaba la hora de ingesta de nutrientes para mi madre.

Una enfermedad extraña ha consumido a la mujer que diario reza por mí. Es como si el envejecimiento se adelantará en ella, es decir, las retinas que sean ajenas a sus seres cercanos, si la visualizan en un principio, creerán que su longevidad es cerca de las setenta o cincuenta primaveras, cuando verdaderamente, todavía no llega al lapso de los cuarenta. Los cabellos se tiñeron de blanco, su piel puede verse amarilla o confundirse con las sábanas de la camilla y la tos frecuente a cada momento.

Parte de su bienestar es que su único hijo mejore su posición y que sente cabeza en la organización. Ella siempre se perdió las ceremonias que me hacían. Aplaudía desde camilla cuando salía del instituto educativo y, nunca estuvo en los actos públicos de agasajo. Fue un honor que identificaran mis logros estudiantiles, pero fue muy lamentable que mi motivación no estaba sentada frente a mí.

Mi madre lagrimeaba seguido porque no podía ser una madre saludable, una que no le diera tantos averíos a su vástago. Mi comentario siempre fue el mismo.

"Tú no eres una carga, tú eres mi fuerza, mamá."

Fue en la estación primaveral. Las ramificaciones de tallo leñoso no parecían decir lo mismo en cuanto al mes de Marzo. Puede que no sea la época ideal de los aleteos de los lepidópteros, y no se contempla el brote de nuevas raíces de los subsuelos. Pero, por ayeres de esas fechas, mi guerrera ejemplar, después de tantos lustros tuvo su primer acercamiento a lo que es deambular de nuevo.

The Last Sun In The World II: Hell (En pausa)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora