Capítulo XII. Estrella fugaz.

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- Allen Churchill -



Por primera vez... Puedo jurar que ví caminar a una radiante y fugaz estrella.

Un curioso olor que transcurría sin problemas, abofeteó mis orificios nasales. Se percibía un deslumbrante aroma dulce similar al de la vainilla, uno de la más fina pureza. Su dulzura honda en lo inolvidable, y tal esencia deambula haciendo caso a su libertad por toda la residencia.

Fue extraño aquel perfume agradable, sin embargo, nunca había detectado una fragancia así, una muy amena y repleta de calidez en un mismo oliscado. No sé, quizás me hace indagar mucho en mis memorias sobre los tentadores postres que comíamos Jack y yo, obras reposteras por parte de mamá.

La espera duró unos quince minutos relativamente. Los tres, después de un largo rato de parloteo, permitimos pensar preocupante en la misión y en la repercusión que causaría en el futuro.

Por dar oídos, no había tiempo para interpretar a profundidad las consecuencias de este suceso. Aún no era el momento para reflexionar en las consecuencias de nuestras decisiones, pero lo importante es centrarse en la misión y esperar a Wolf.

Un sonido alertó mis orejas, y perturbó nuestros sentidos simultáneamente. Charlotte no desvainó su arma. Ninguno de mis camaradas se marcó a la defensiva.

Alguien se oía cerca de nosotros, no vislumbré sus pisadas dado que sabía que provenían de los escalones. Bajaba cada uno con cierta velocidad. El calzado retumbaba en las orillas de las mismas estructuras. Sus pasos presionaron el concreto sin mucha fuerza, esto incitó a que todos giráramos la cabeza en sincronía. Las pupilas de cada uno coincidía con la descripción prevista, puesto que el sirviente había regresado sin nuestro líder.

Wolf no estaba con él. Eso quiere decir que él está ahora mismo con el dueño de este palacio, de este Reino costoso.

Adam Rosevelt.

-Ojalá hayan disfrutado de una agradable conversación en mi ausencia. -William se acercó lentamente a nosotros tres-. Espero no les importe que un viejo como yo los acompañe en la comida.

-¡Claro! Fue agradable escuchar los blah, blah, blah, blah de mis compañeros. Y por supuesto que no, no importa su presencia. ¡Sería un honor comer con usted, señor William! -expresó el chico de ojos cielo dándole una gran sonrisa como respuesta.

El sirviente continuó con su andar y descansó sus manos por detrás de su torso. Ninguno lo perdía de vista. El hombre pasó por un extremo de nosotros sin rozar los antebrazos.

-A mano derecha se encuentra nuestro destino, estimados invitados. Acompáñenme por aquí, por favor. -adelantó el paso tras haber señalado el gran comedor. Metió las yemas en sus bolsillos y se emplazó unos elegantes guantes para cocinar.

Tanta benignidad revive la pena de aquel comportamiento tan hosco y pesimista de mi parte. Un año fue suficiente para alcanzar el conocimiento de mi mentalidad sumergida en la inmadurez de ayeres, aún queda un refugio para aquellos hermanos asustados por el estruendo de los cañones, al igual que los envenenados por gotas de sangre de sus enemistades.

Mi más leal compañero, Drake. Se lleva el crédito por creces. Él es un maestre tejedor de momentos mágicos dignos de retratarse en cuentos para niños fundidos en el insomnio, y sobre todo, un gran reparador de vidas afligidas por muecas de agonía y desesperación.

Sólo bastó de unos cortos pasos para llegar al lugar que curaría nuestra hambruna. Un mesón que parecía ser santo, así como si saciar nuestro apetito fuese algo sagrado, además de tener cubiertos de mil utilidades y vasijas más pulcras que las nubes. El cuadrado en donde íbamos a merendar era muy alargado, lo suficiente como para alimentar a solo un trío de individuos.

The Last Sun In The World II: Hell (En pausa)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora