𝒾𝓃 𝒸𝒶𝓊𝒹𝒶 𝓋𝑒𝓃𝑒𝓃𝓊𝓂

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El veneno está en la cola


El campo sobre todas las cosas que podía ver. El cielo arriba, la hierba abajo. Su casa detrás. Nada adelante.

Jihoon no veía nada más que la naturaleza vacía más allá. Un horizonte que debería parecerle bonito, pero que nunca podía disfrutar.

En cinco minutos, su madre iría hacia él con pasos fuertes, aún pisando el césped, y lo tomaría del codo para meterlo de nuevo en la casa, porque con el atardecer, Jihoon tenía prohibido jugar afuera.

Había adquirido un pasatiempo muy extraño que su madre odiaba, pero que no podía quitarle por completo por más que lo intentara. Le arrebataba su privacidad (toda la que un niño de nueve años pudiera tener) y su libertad de tiempo la mayoría del día. Pero sus pasatiempos eran intocables.

Cuando no estaba estudiando desde casa con el profesor Jung, tenía que estar al lado de su madre cuando regresaba del hospital de su trabajo como enfermera. Siempre olía a una combinación de alcohol etílico, desinfectante, un perfume demasiado dulce para su gusto y tabaco.

Su madre fumaba como una chimenea. Su padre bebía como si tuviera un hígado de repuesto en caso de que el suyo se enfermara.

Así que las pocas veces que podía disfrutar de su niñez y salir al campo a jugar, Jihoon las utilizaba para tomar una ramita y buscar entre la tierra y en la hierba a los distintos insectos que se encontrara por ahí.

Si veía uno que le gustaba, lo atrapaba en un frasco de vidrio de los muchos que su madre usaba de los tarros de mayonesa que se gastaba porque era una de sus cosas favoritas (por algo era una mujer con evidente sobrepeso).

Metía y coleccionaba todos los insectos que podía. A veces le picaban y terminaba con alguna reacción local o en los casos más graves, su madre tenía que recurrir al uso de medicamentos para aliviarlo.

Pero al pequeño Jihoon eso no le importaba. Para él los insectos,que aún con su tamaño, podían causar ese daño, le parecía algo asombrosos y a veces él permitía que eso sucediera para ver sus efectos en los humanos, que eran más grandes en todos los aspectos. Más superiores, y de todas maneras, podían ser afectados de alguna manera por aquellas criaturas pequeñas y desagradables.

Su madre una vez lo encerró por un mes sin permitirle salir a jugar, pero cuando Jihoon hizo voto de silencio, ella se desesperó y controlando su tiempo como un reloj atómico interno que nunca se equivoca, el niño no podía pasar ni un segundo más de lo permitido afuera mientras ella pudiera evitarlo.

Obviamente su madre odiaba los insectos, pero lo que más aborrecía eran los arácnidos, las criaturas favoritas de Jihoon, por su posición de depredadoras en el mundo pequeño y sus horribles formas y colores variables.

Y ellas nunca lo atacaban si las tomaba con gentileza. Incluso especialmente a las arañas no las mataba de inmediato, las conservaba un rato, para hacerle bromas a su madre o simplemente observar su comportamiento y composición.

Jihoon nunca supo en qué momento desarrolló esa fijación por la entomología. Pero aprendió de las enciclopedias y libros que su abuelo paterno había dejado en esa casa vieja del campo.

Aparte, Jihoon nunca tuvo amigos. Nunca conoció a sus primos, no fue a la escuela como un niño normal. No tenía vecinos puesto que vivían apartados de la ciudad.

Las veces que podía ir a la ciudad era sólo cuando era estrictamente necesario (en el criterio de su madre, claro). Siempre fue solitario, pero así había crecido. No podía desear o extrañar algo que nunca había tenido.

Manía (JeongHoon)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora