𝓂𝑜𝓇𝓈 𝓊𝓁𝓉𝒾𝓂𝒶 𝓇𝒶𝓉𝒾𝑜

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La muerte es la última razón de todo


El cielo nublado, la luz apenas entrando por la pequeña y única ventana del lugar.

Se encontraba sentado, sus extremidades le pesaban por cargar constantemente las cadenas.

En ese punto ya debía de haber personas buscando por él. Ni siquiera recordaba cuántos días llevaba desaparecido. Sus alumnos, la facultad, Seungcheol.

Su gata lanzó un maullido y sonrió débilmente ante el gesto cansado de su mascota. Ella estaba atada al escritorio del cuello por una correa improvisada de cuerda. Estaba lejos de él.

Pero mínimo estaba viva. En eso al menos Jihoon no había mentido.

Sin embargo, su salud seguía yendo en detrimento. Las constantes dosis de calmantes que Jihoon le daba, la falta de movimientos, y ni hablar de su salud mental... Jeonghan se estaba marchitando poco a poco.

¿Era eso lo que planeaba Jihoon?

Se sentía exactamente como esa Acherontia atropos en su jaula de vidrio.

Pero la cárcel de Jeonghan no era tan elegante.

—Ya arráncame las alas...

Dejó caer su cabeza y se obligó a no pensar en cosas negativas. Debía ser más fuerte. Mínimo mentalmente. Era su única defensa contra Jihoon.

La puerta se abrió. El estudiante, en sus ropas casuales con las que solía ir a la facultad, se quitó la gorra negra y la lanzó a algún lugar de la amplia habitación.

No lucía de buen humor.

Jeonghan se recostó y puso todo su esfuerzo para colocar sus pesados brazos detrás de su cabeza, tratando de lucir lo más desinteresado y aburrido posible.

No le costaba, él tenía fama de perezoso.

—¿Estás despierto? —preguntó al darse cuenta de que el profesor miraba al techo.

—No, me gusta dormir con los ojos abiertos. Ah, también puedo establecer conversaciones coherentes y fluidas en mi quinto sueño.

Jihoon no dijo nada. Rebuscó entre los bolsillos de su sudadera y sacó un paquete de jamones. Los abrió y comenzó a hacerlos pedazos para colocarlos en el suelo frente a la gata que lo miró con miedo y erizó el pelo ante la cercanía de Jihoon.

Este no le puso atención y dejó el jamón ahí. Se puso de pie y de su refrigerador pequeño en su sótano-habitación, sacó una botella de agua y la vertió en un bebedero improvisado para el animal.

—Yo no voy a limpiar sus desechos... Eso lo harás tú —dijo.

Jeonghan lo volteó a ver de inmediato. ¿Había escuchado bien? La única manera de hacerlo era...

Jihoon se acercó a él, metió su mano en el bolsillo y con la libre tomó al profesor de la nuca con fuerza, inmovilizándolo.

—Pero antes tengo que asegurarme de que todo esté en su lugar.

Los ojos oscuros y fríos fijos en él, Jeonghan se preparó para lo que venía. Con un trapo humedecido con el olor característico a triclorometano (cloroformo), el menor lo colocó cubriendo su nariz y boca por completo.

El mayor cerró los ojos, sintió náuseas, pero después de un rato sin poder respirar nada que no fuera el cloroformo, perdió la consciencia.

Como tantas veces ya lo había hecho.

Manía (JeongHoon)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora