𝒸𝑜𝑔𝓃𝑜𝓈𝒸𝑜 𝓂𝑒𝓁𝒾𝑜𝓇, 𝒻𝒶𝒸𝒾𝑜 𝓉𝒶𝓁𝒾𝓉𝑒𝓇

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Conozco lo mejor, hago lo peor


El auparse entre el camino de la inconsciencia hacia la vigilia era algo que lo comenzaba a irritar.

Tenía que tomarse unos segundos para entender su alrededor y que las memorias llegaran a él. Sentía el cuerpo ultrajado, sus venas utilizadas, su organismo estaba siendo obligado a metabolizar químicos que no necesitaba.

Jeonghan abrió los ojos y sintió náuseas. Aún sin entender dónde estaba o que pasaba, se giró a un lado y vomitó. Las contracciones violentas de su diafragma, el ácido estomacal quemando su esófago y la parte posterior de su nasofaringe y boca.

Siguió de esa manera hasta que ya no hubo más arcadas y su estómago se sintió vacío por completo. Se limpió la boca y volvió a sentir asco al ver su vómito en el suelo.

Estaba en una cama, de nuevo atado con unas cadenas, pero sólo de los brazos, así que tenía más movilidad. Había una bombilla encendida en ese cuarto sin ventana. Paredes gruesas y grises, el mismo goteo de antes. Una sola mesita a un lado de su cama, con un vaso de plástico y agua.

A pesar de sentirse débil le pareció una lástima que el vaso no fuera de vidrio.

Por supuesto, Jihoon no era tonto. No le dejaría una potencial arma a su alcance. No le dejaría más oportunidades. Incluso estaba la posibilidad de que creyera que sería capaz de suicidarse. Con su estado mental que comenzaba a fracturarse, ni él podía descartar aquello.

Usó las sábanas para limpiarse y tomó un poco de agua, esperando al menos que Jihoon no le hubiera puesto nada. Empezaba a odiar todos los medicamentos que le estaba suministrando. No confiaba en la yatrogenia de estos. Por algo había decidido ser psicólogo y no psiquiatra.

—Los egipcios decían que el corazón era el asiento del alma.

La voz que era la única que conocía en esos últimos días (o semanas, Jeonghan ya no sabía cuánto llevaba secuestrado) se hizo presente de nuevo en la habitación.

—Tuve que matarla, Jeonghan. A mi preciada tarántula.

El profesor sintió el viejo temor ante la mención de su mayor fobia. ¿De verdad había estado inconsciente y encerrado por 48 horas ahí? Ya no entendía su realidad, todo era un limbo.

Jeonghan ni siquiera lo miró, se quedó viendo al fondo del vaso ya vacío.

—¿Dónde crees que está el alma, Jeonghan?

El profesor sonrió. Jihoon cruzó el marco de la puerta y dejó un plato de comida. Lo que parecía ser una simple sopa humeante. El estudiante miró hacia el suelo con el vómito y su rostro se mantuvo inexpresivo. Jeonghan siguió observando el vaso como si fuera lo más interesante del mundo.

—El alma no tiene residencia en ningún órgano del cuerpo —expresó. La garganta le ardía aún después de beber toda el agua.

—¿Ah no? ¿No estaría en alguna parte de nuestro cerebro?

Por fin, el profesor lo miró directamente. Con los ojos cansados.

—En el hipotético caso de que existiera, donde sea en qué residiera... Estoy seguro que tú no tendrías alma, Jihoon.

El menor sonrió, complacido con esas palabras.

—Entonces tomaría la tuya, Jeonghan.

El mayor se dejó caer en la cama, las cadenas como único sonido. Incómodas, pero se estaba acostumbrando a ellas. Se recostó de lado, viendo hacia la pared.

Manía (JeongHoon)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora