𝒹𝒶𝓂𝓃𝒶𝓉𝒾𝑜 𝓂𝑒𝓂𝑜𝓇𝒾𝒶𝑒

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Condena de la memoria


Jeonghan estiró los brazos sobre su cabeza. El cielo oxidado perdía su luz al caer el sol. Podía ver el dorado color pintando la oficina en donde sólo él se encontraba, pues el viernes la mayoría de las clases eran tempranas y en la universidad casi no había alumnos ni maestros a esas horas.

Sólo como él, aquellos que preferían no llevarse el trabajo a casa. Pero en el departamento de su materia, a fin de cuentas sólo él se quedaba hasta esas horas.

Se dejó caer en la silla y miró hacia arriba. En el marco de su visión, un rostro pálido le regresó la mirada.

—¡Ah! —pegó tal grito y un salto que casi se cae de la silla—. ¡Me sacaste tremendo susto! —se tocó el pecho agitado y rió con nerviosismo.

—Profesor, tiene ojeras.

Recuperando la frecuencia cardíaca normal y su respiración, asintió, mirando a su alumno con cierta sorpresa.

—El sueño es un lujo últimamente. ¿Tú has dormido bien, Lee?

El joven se limitó a asentir.

—¿Necesitas algo? ¿Tienes alguna duda?

A Jeonghan le pareció extraño que estuviera ahí tan tarde, así que dedujo que el alumno se había quedado a estudiar hasta esas horas en la biblioteca de la facultad.

—En realidad no.

Eso lo confundió más, sin embargo, sonrió de lado. —Oh, ¿entonces viniste a verme? Que considerado... —cerró sus ojos y se tocó el pecho de nuevo, pero esta vez con dramatismo.

—Así es.

Entonces abrió los ojos puesto que ahora estaba totalmente perdido.

—¿De verdad? —preguntó con cierto escepticismo.

—Profesor, le traje esto. —Jihoon estiró hacia Jeonghan un café en vaso de hielo seco que compró en la cafetería de la facultad.

El adulto más grande lo señaló.

—¿Acaso me has traído café? Vaya, muchas gracias, me conmueve.

Aceptó el obsequio y sonrió. Sí, era una rara situación, pero una grata sorpresa a fin de cuentas. Cada vez, Lee Jihoon lograba sorprenderlo más.

Estaba a punto de darle un sorbo cuando Seungcheol entró a la sala de profesores y fue a su cubículo sin ver a los dos presentes, sólo para saludar.

—Han, ya vete a casa a descansar, eres un terco.

A Jeonghan le llamó la atención la llegada de su amigo y detuvo su acción. Bajó el café y se asomó a ver al otro adulto más grande. Jihoon se quedó inmóvil, de pie, a un lado de la silla de su profesor.

—¿Y qué hay de ti? Tú sigues aquí por lo que veo.

El azabache de pestañas largas por fin los miró y notó al alumno que se encontraba también ahí. Seungcheol había recogido unos papeles de su escritorio y tenía la corbata desarreglada.

—Vine con el propósito de sacarte a rastras de a- ¡Oh! ¡Hola! —Se dirigió a Jihoon, que no parpadeaba. Parecía un perfecto maniquí—. ¿Es alumno tuyo?

—Claro, es Lee Jihoon, de mis mejores estudiantes.

Jeonghan lo señaló con cierto orgullo. Seungcheol asintió con una expresión de asombro ligero, no esperando encontrarse un alumno en la facultad a esas horas en el departamento de su materia.

Manía (JeongHoon)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora