𝒶𝓂𝒶𝓃𝓉𝑒𝓈 𝓈𝓊𝓃𝓉 𝒶𝓂𝑒𝓃𝓉𝑒𝓈

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Los amantes son dementes


No supo cómo reaccionar. Aquel era un gesto demasiado extraño. Algo que parecía ajeno para él. Algo que para cualquier humano debería ser algo normal.

Un abrazo.

Jeonghan se sorprendió de su reacción, de sus brazos rodeando la amplia espalda de Jihoon, de sentir su cuerpo pegado al suyo.

¿Cómo alguien que lucía tan frío podía ser tan cálido? Era casi paradójico.

Cerró sus ojos, sosteniendo a la muerte entre sus brazos. Jihoon no entendía qué sucedía. Su aguda nariz percibió el aroma del cabello castaño de Jeonghan. La fuerza con la que lo atrajo hacia él. Incluso el pulso errático de su carótida.

¿Qué demonios estaba haciendo?

Ni Jeonghan sabía, pero el contacto humano fue sanador, a pesar de quién provenía esa cercanía. De Jihoon, el que lo había secuestrado, el que lo había torturado. El cual le había arrebatado su libertad, el valor más inherente y valioso que alguien necesita para vivir la vida con la mínima decencia de su persona.

Pero ninguno se movió. Los dos, con mentes en lados opuestos del mismo espectro. Alguien que no entendía ese gesto, alguien que lo necesitaba para mantener los pies en el suelo de la terrena cordura.

¿Quién era cuál?

Jeonghan miró el techo, Jihoon sólo tenía sus ojos puestos en la almohada, sin querer aplastar el cuerpo del profesor, apenas cargando su peso con los antebrazos para evitar caer sobre él.

Pero el mayor no lo soltaba. Lo tenía atrapado como una enredadera de espinas cerrándose alrededor de él.

—¿Qué haces?

Por fin preguntó, tratando de separarse, pero Jeonghan no lo soltó, impidiéndole aquello.

¿Cuál era la razón por la cual Jihoon era así? ¿Cuál había sido la semilla que se había plantado en él para crear semejante fleur du mal¹?

¿Por qué Jihoon no podía amar de forma normal? ¿Por qué no podía haberse enamorado inocentemente de su profesor, para después superarlo y seguir adelante y enamorarse de alguien más?

¿Por qué había tenido que ser así?

Manía.

Jihoon sucumbía ante su amor trastornado.

—Jeonghan-

—¿Qué es lo que quieres de mí, Jihoon? —preguntó, sosteniendo con más fuerza al hombre menor. Entre el borde filoso de exigir y la cornisa inestable de la súplica.

Jihoon podía sentir el corazón de Jeonghan con fuerza, nunca había estado tan cerca de una persona. Nadie lo había sostenido así.

—Profesor-

—¿Es que acaso no distingues la bondad de la maldad? ¿Qué tan roto estás...?

Entonces Jihoon se levantó con sus brazos, casi soltándose de Jeonghan, pero el profesor aún lo sostuvo, con toda la fuerza que tenía. Quedaron sentados en la cama, las manos del menor en los costados del mayor.

—Jihoon, ¿es cierto que me amas?

El menor frunció el ceño y colocó sus manos en los brazos de Jeonghan para obligarlo a qué lo soltara.

Tres semanas habían pasado. Jeonghan no lo sabía, por la cantidad de tiempo en el cual había permanecido sedado. Su reloj interno estaba atrofiado.

Y en tres semanas más, la esfinge de la muerte tendría su fin. Las polillas, tan efímeras. Tan frágiles... Tan bellas.

Manía (JeongHoon)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora