𝒻𝒶𝒸𝒾𝓁𝒾𝓈 𝒹𝑒𝓈𝒸𝑒𝓃𝓈𝓊𝓈 𝒶𝓋𝑒𝓇𝓃𝑜

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Es fácil descender al infierno


El frío de otoño llegó en la noche. Una presencia en las habitaciones, si la ventana se dejaba abierta.

Jihoon cerró cada una de ellas; esa casa era vieja y sin sistema de calefacción. Tenía que regresar a la universidad para no generar sospechas, ya era suficiente con el aura melancólica que colgaba en el humor de los alumnos de Jeonghan.

Lo habían sustituido con otro profesor, pero su ausencia calaba con más fuerza en todos los conocidos de Jeonghan. En especial (o al menos en el que Jihoon veía directamente los efectos de todo aquello) en Seungcheol.

El otro profesor no parecía dispuesto a rendirse en su búsqueda.

A Jihoon le causaba una mezcolanza de sentimientos contradictorios. Gracia, diversión, molestia, celos, irritación.

No tenía ningún remordimiento de haberles arrebatado a Jeonghan para quedárselo sólo para él.

—El amor es egoísta, a fin de cuentas. Uno no elige que hacer con él, sólo como dirigirlo, y qué sacrificio dar.

Habló en voz alta para sí mismo, mientras cerraba la puerta con llave.

La ventana y la puerta de la habitación de Jeonghan estaban muy bien cerradas, se había asegurado de ello.

El viajar en su carro desde la vieja casa de sus padres, su departamento, la universidad y el trabajo, se volvía algo cansado. Pero tenía que ser cuidadoso y actuar sin ninguna alteración en su rutina. Con la melancolía de un ser empático, un propio peón de su juego, en el tablero donde él era el jugador en realidad.

Había claras ventajas de no tener ningún familiar, ningún amigo. Ningún compromiso con alguien más. A nadie a quién tener que mentirle de sus propias ausencias, o de su rostro frío al final del día. De sus pasatiempos peculiares, de los insectos que debía criar.

Bien podría desaparecer como Jeonghan, nadie lo iría a buscar.

Y para un nihilista maníaco como Jihoon, esa era la cúspide de su mayor fantasía. La obra de su vida. El objetivo final de haber tenido la desdicha de existir y ser obligado a vivir.

La Acherontia en su departamento pronto moriría.

Jeonghan tenía razón, él no era como uno de sus insectos efímeros. Era un hombre de carne y hueso, con una mente tan compleja como sólo la de un humano puede ser.

Con una psique que para Jihoon era como el firmamento para los astrónomos o el cuerpo humano para los médicos. Era su pasión, su propósito. Su obsesión.

Llegó como una avalancha silenciosa. Lo hundió en mundo blanco, con tanta área para manchar, para corromper. Porque las manos de Jihoon sólo podían ensuciar el lienzo blanco, sin necesidad de usar ningún pincel.

Salió a la noche fría, las manos pálidas se le partieron, la piel se congeló al minuto en el exterior.

Otoño es la temporada menos cruel, pero para Jeonghan esa era una gran mentira, pues Jihoon era el rey de aquella estación, y como sólo de él puede ser la única opción, su obsesión nació en un mes septentrional de la decadencia del año. La misma época de su nacimiento, muchos años atrás, de la condena de su creación.

Las hojas caían, la estabilidad de Jeonghan se iba con ellas. Los árboles quedarían desnudos, y pronto Jihoon encontraría en el otro hombre una deshinibida psique que explorar.

Ver su cuerpo desnudo, realmente desprovisto de ropa, era sólo una tentación carnal. No que Jihoon fuera inmune, claro que no. Si no tuviera su control característico, Jeonghan habría sufrido las consecuencias de un hombre que cae fácilmente a los placeres de la carne.

Manía (JeongHoon)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora