Capítulo 2

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¿Quién cuidaría de mí ahora? Estaba claro que tendría que hacerlo yo mismo, pero cómo un débil omega podría protegerse de los alfas que cada que entraba en celo intentaban propasarse conmigo. Al principio Mikey lo hacía, estaba ahí para mí, para cuidarme, pero no sé qué estupideces le metió mi padre en la cabeza que de un día a otro sólo me dijo: "Perdóname Gerard, pero ya no puedo cuidarte", y qué iba a hacer yo, un pobre omega solo en la ciudad, sin amigos. Deseé tanto haber nacido siendo un beta para no tener que pasar por nada de esto, pero no, tuve que ser omega, tuve que pasar por el repudio de todos, incluso de mi propia familia.

Los siguientes dos años lo único que pude hacer fue ir y venir de la escuela, no salir para nada más, porque nunca faltaron esos tipos que querían sobrepasarse conmigo, siempre me pregunté qué los atraía de mí, era un chico pálido, un tanto rellenito, sin chiste, qué le podría llamar la atención a los alfas del patético Gerard Way, además nunca fui como algunos otros omegas que acostumbraban vestir con ropa entallada, incluso usar hasta faldas con largas medias, yo simplemente usaba playeras algo holgadas, oscuras en su mayoría, jeans y unos converse, nada que llamara la atención de nadie, aún así nunca faltaba el idiota que se me echara encima. Tuve que aprender a defenderme, cargando un gas pimienta que me daba tiempo para salir corriendo.

Pero al terminar la preparatoria la vida no fue mejor para mí, por el contrario, todo comenzaba a desmoronarse, y es que aquel derrumbe comenzó desde que Frank se fue, desde que desapareció para siempre de mi vida y ahora, ahora estaba solo.

No había día en que no extrañara a Frank, mi alfa, como me gustaba llamarlo, pensando en que si él estuviese aquí todo sería distinto, las cosas serían mejores, él me protegería como lo prometió, como lo hizo al irse, al desvanecerse para siempre de mi vida, al dejarme tan solo, tan hundido en la miseria.

Después de la graduación y con 18 años cumplidos, mi padre me dijo que ya no podía más hacerse cargo de mí, que "le hiciera como pudiera", porque él no me iba a pagar mi carrera de "muerto de hambre" y ya no podía vivir más bajo su techo, mi madre trató de intervenir, sin embargo no hubo mucho que pudiera hacer. Mi hermano sólo me miró con ojos de lástima, dudoso de intervenir y evitar que mi padre me echara a la calle, pero bueno, no tuve más remedio que irme. ¿A dónde? Ni siquiera lo sabía. Estaba solo, tan solo.

Cómo me rompió el corazón que Mikey, mi adorado hermanito, no hiciera nada para impedir este horrendo destino, durante nuestra infancia fuimos tan unidos, pero apenas llegar a la adolescencia y al entender su rango de superioridad, comenzó a distanciarse de mí y no lo culpo, la mayor parte de la responsabilidad fue de mi padre, quien le metió sus ideas en la cabeza que lo orillaron a alejarse de mí, a repudiarme como el resto de la gente.

Tuve que buscar trabajo y bueno, al ser un omega no podía aspirar a mucho, por lo que terminé laborando en un asqueroso bar de mala muerte como mesero. El dueño quería obligarme a usar falda, yo no quería hacerlo, al final me dijo "está bien, usa shorts", para el caso era lo mismo. El uniforme era una camisa blanca, un short negro, tirantes, un moño rojo y una diadema de orejitas de gato, sí, todo para que los clientes de ese asqueroso lugar se deleitaran con nuestra imagen y obviamente nunca faltaba el imbécil que se sobrepasara y nos tocara el trasero, como mínimo.

La mayoría de quienes trabajaban en ese bar eran chicas, y fue ahí que conocí a mi ahora mejor amiga, Jamia Nestor, quien me ofreció un lugar en su pequeño apartamento para que compartiéramos los gastos, lo cual no me pareció del nada mal, pues llevaba días viviendo en la calle y sin siquiera poder dormir una hora de corrido por cuidarme que algún tipejo me pusiera las manos encima.

Jamia sin duda era una chica muy hermosa, omega como yo, de tez blanca y cabello negro, al igual que yo estaba sola en el mundo, pero por distintas razones, en su caso había perdido a sus padres en un accidente, mientras que yo, bueno, simplemente me habían hecho a un lado.

Me sentí afortunado al conocerla, al por fin tener a alguien con quien hablar, alguien que estuviese conmigo, aunque todos los días tuviésemos que lidiar con montones de alfas en aquel bar de mala muerte.

A pesar de que todo fuera tan oscuro nunca perdí las esperanzas, soñaba con poder juntar algo de dinero para así irme a Nueva York a estudiar artes, aunque lo que ganaba en aquel bar muy apenas si me daba para comer.

Todo iba bien, o aparentemente bien dentro de lo que cabe, pues Jamia y yo nos la ingeniábamos para evitar que esos asquerosos alfas del bar quisieran sobrepasarse con nosotros, todo iba bien hasta que conocí a Adam Lazzara.  

Lo que nunca fue (Frerard)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora