Un alarido bestial rasgó las afueras del pueblo en la misma noche que un jinete solitario había llegado a lomos de un oscuro corcel.
¿Habría sido en los bosques que aguardaban, envueltos de bruma y misterio y que ascendían Solka hasta el monte?
No demasiado lejos, Krogan admiraba los monolitos. Fue la sepultura de su hermano Iarek, un guerrero de antaño enormemente fuerte que portaba una espada ancha descompensada para su gusto, pero, siendo que él mismo empleaba un mazo, ¿cómo podía juzgarlo?
Mucho se había hablado siglos antes de esta espada: un artefacto al que se le atribuía un origen divino y que podía desterrar criaturas tanto como destrozarlas de un golpe debido a las capacidades de su metal forjado a baja intensidad y vertiendo sobre su superficie sangres distintas así antiguos saberes la consagraban por igual. Con el venir de los siglos, la épica hoja había perdido casi todo su poder.
El arma además tenía su misión, y abría la tumba que muchos suponían de Bhandirla, pero que en sus días fue un templo consagrado al culto a Miathis. Allí descansaría seguro, pues nadie que decidiera participar del mal atravesaría el mismo mal camuflado de templo del bien para ejercer profanaciones nigrománticas. Obviamente, existían los rumores de un segundo camino bajo el que el primer templo fue tapiado, y por el cual sepultaron al gran héroe de la antigüedad y precursor del imperio humano. La verdad, a todas luces, era bien distinta y poco conocida por los saqueadores de tumbas y otros aventureros: varias órdenes o cultos apoyados por guerreros y otros personajes encerraron a Miathis ante la imposibilidad de destruirla, a pesar de que la derrotasen, y fue sobre su templo que se construyó el nuevo intentando borrar el pasado para mantener a las gentes ignorantes de lo que allí se mantenía preso.
Costó mucho a lo largo de los siglos, y muchas vidas de hombres valientes. Fue una de esas veces que Iarek, empuñando la Guardiana del Amanecer, salvó a varios compañeros debilitando al monstruo contra el que se oponía, devolviéndolo a su jaula cuyos encantamientos hubieron de reforzarse. Otros tantos no pudieron salvar la vida debido a una incursión enemiga y, eventualmente, el honorable guardián perdió la suya.
Por eso, se le dio un entierro de honor en el lugar donde había caído, y se grabó sobre cuero en un escudo la historia de su sacrificio. Finalmente, los druidas lograron, junto con otros doctos en materia espiritual, aliviar el pesar de Iarek y darle una existencia nueva para guiar a otros guerreros que lo merecieran. Fue así que hasta el día que se decidiera por el destino, permanecería vigilante, esperando a un mortal elegido para tomar el sable y vengar su muerte al acabar con la araña-diosa.
El hombre que se veía a sí mismo en pie frente a la losa, sabía que el cuerpo reposaba en un lugar, pero que su espíritu dormitaba entre aquellas viejas piedras con la espada que él mismo atestiguara serle encomendada alguna vez.
Quería verla una vez más, y quizás, ser él quien ahora pudiera completar la tarea de Iarek pese a que esas órdenes no estaban en su lista. Aun así, no tenía ni idea de si ello agitaría a los espíritus, pero ese ardor en su pecho bajo la cota de mallas le impulsaba, le decía que debía estar en este lugar y que hacer lo que se sentía impulsado a hacer, era lo correcto. No podía negar el destino.
Con seguridad en su propia razón e instinto, Krogan echó su melena negra por encima del hombro izquierdo más decidido que nunca y, con sus poderosos brazos, levantó la losa del monolito de Eriann sin aquejarse apenas de lo que un mortal corriente sufriría. Tenía una corazonada. Los espíritus luchaban contra él y añadían esfuerzo que sortear a su empeño, pero aun así la piedra raspó contra la piedra, y los musculosos brazos la alzaron para descubrir el doble fondo del altar y su contenido.
¡La espada de su hermano no estaba! ¿Quién la había cogido? ¿Ladrones de tumbas?
Por un momento se sintió colérico ante tal profanación, dejando casi caer la losa con enfado tal que sus ojos ardieron tan tormentosos como su arma.
De súbito, el avatar vio aparecer a su hermano en espíritu, ataviado con una cota de escalas cuadrangulares y grises de acero brillante además de amplios brazaletes que relumbraban como plata pulida. Un hermoso y temible casco con cuernos le protegía la cabeza, una luz tenue pero notable le rodeaba todo su ser y a veces emitía errantes destellos.
—Krogan, hermano mío—dijo, sonriendo con amplitud.
El avatar, todo un semidiós, retiró su martillo sin creerse que estuviera viendo a Iarek ante sí.
—¡Iarek, aquí estoy! Vine por recuerdo ya que por estas tierras transcurre mi camino. ¿Dónde está tu compañera de guerra, hermano? ¿Dónde está la Guardiana del Amanecer?—.
—Krogan, ha pasado tiempo desde mi muerte y tu ascenso, cuando nuestros dioses te llevaron tras tu valerosa y última carga. Yo estoy ya con ellos, y cuando vuelvas, me verás entre los ancestros y nuestros amigos que también cayeron cumpliendo su deber. Más te digo, que en los años que median, han nacido y muerto buenos hombres hasta llegar un elegido... ¡el guerrero prometido ha devuelto mi espada al templo, tras haberme vengado del demonio que no pudimos matar aquel maldito día hace siglos! La picadura de Miathis fue mortal, y llevé el veneno más allá de lo humano para soportar la carga que se me había encomendado. Como sabes, en mi lecho de muerte separaron mi alma del cuerpo permitiéndome no obstante vivir como espíritu asociándome a la Guardiana del Amanecer, para encontrar a otro que pudiera completar mi tarea un día si podía vengarnos a todos. Ese mal debía desaparecer del mundo, pese a que la espada ya no es tan fuerte como antes. Ahora, he podido entrar en el consejo de los honrados ante los dioses. Nuestro Padre me ha dicho que te indique dónde ha ido el guerrero, para que tú le encuentres—.
Krogan asintió a Iarek sonriendo con júbilo, casi rompiendo a llorar por tan emotivo reencuentro, y bajó la losa del todo dejándola en su sitio ya que por la alegría, ¡qué poco le pesaba! Tras acariciarse el mentón, miró a su hermano el guardián, y le puso la mano en el hombro espectral, que por extraño que pareciera, conservaba solidez.
—Dime entonces, ¿dónde puedo encontrarle?—.
—No buscas sólo a uno, sino a dos. Uno está dentro, el otro fuera. Para el primero necesitas ver su propio valor, para el segundo, su alma—.
—No sé si lo entiendo—.
—Lo entenderás, hermano mío, pero por ahora, sabe que el que tienes más prisa por hallar no anda del todo cerca. Aun así, con tiempo para cabalgar como los mortales, le verás con tus propios ojos si pones atención: en este momento, él y su compañero han ido a Ladh. Debes encontrarle, presiento un gran peligro que acecha a las fuerzas de esta realidad tras los eventos que se han ido acercando. Alguien está preparando un rito para abrir las puertas del mundo de los demonios y sembrar la destrucción para pactar con las almas de los asesinados y hacer un mal mayor. También hay otro hecho que desconoces, pero desde mi posición, he podido ver en las nieblas que turban de inseguridad a los dioses. Algo oscuro se ha escapado a la vez que otras cosas fueron derrotadas o destruidas. El héroe, el primero en combatir a los enemigos de la humanidad, Bhandirla, se apareció al guerrero elegido y le pidió liberarle luchando y dedicándole la sangre de sus víctimas. Podrías pensar que su espíritu se ha atormentado o corrompido y vuelto al mundo, pero hay algo más que descarta esa posibilidad remota... realmente la Invocadora de la Fatalidad ha manipulado al elegido con esa imagen, y ahora la blande sin saber cuáles son las consecuencias. Nos arriesgamos a la Era de la Destrucción. Deberás ayudarle, o acabar con él en combate y dejar que nuestros Padres Divinos sean los que se encarguen de reclutar su alma para la Última Batalla. Su senda ha tornado sombría y lo que duerme en ese metal negro está despertando y tomando poco a poco el control. Hay que detenerlo. O estaremos condenados—.
El hermano de Krogan se desvaneció tras las últimas palabras. Gracias al elegido, Iarek podría entrar en el consejo de los dioses en el plano del cual procedía el avatar y eso le daba la capacidad de aparecerse y aconsejar al joven semidiós. Con la ponzoña de la araña-diosa en su sangre, en días antiguos, Iarek moriría y se transformaría en un no-muerto sirviente de Miathis si nadie ponía remedio. Su constitución divina podía luchar contra el veneno mágico, pero cada día que pasaba soportando sus efectos y luchando contra él, la única realidad que quedaba al final era que esa agonía le consumiría hasta que perdiera su alma. Sería, apesadumbrado, el joven Krogan quien le dio la piadosa muerte siéndole prometido cumplir la voluntad de los dioses como depositario de su voluntad, y el alma de Iarek restó lejos de la tierra donde ahora descansaban sus huesos: en la protección y paz del círculo druídico de Eriann.
Allí, los antiguos le escudarían en el medio de los mundos, hasta que fuera vengado por el prometido, y tal honra le permitiese ascender a su reino con la bendición y el reposo negados. Sí, Krogan sabía mucho sobre el sacrificio y la condenación.
Tal era la maldición de la araña-diosa, que si no moría, el alma de Iarek no volvería a ser libre pues se decía que, si cada muerto acompañaba al guerrero como un esclavo en la otra vida (o al menos, entre los de su pueblo era así) quién sabía si valía igual para el resto de los seres que aún poblaban este mundo, pero el veneno de Miathis convertía a sus víctimas primero en su alimento físico, y una vez drenado, pasaba a alimentarse de su alma en el acto o poco a poco. Se volvían sus marionetas no-muertas, sirvientes eternos a su voluntad. Y peor aún, atrapados en sus propias carcasas vacías, corrompidos, doblegados a sus órdenes.
El caso es que tras una agonía en vida y un largo tiempo de culpa, Krogan encontró consuelo en la paz en el descanso de su hermano y vio reforzado el honor que se había ganado tras una larga tarea como guardián que terminó con su vida mortal. Aunque los acontecimientos no estaban tan claros, ahora era libre.
Pero también le inquietaba el destino de las cosas debido al espejismo de La que trae la ruina.
¿Quién sabía lo que ocurriría después? El retorno de algo así no se podía tomar con calma ni a la ligera. Iarek se sacrificó por el bien, Krogan hizo lo mismo. Si ese elegido al que debía encontrar primero había caído en la oscuridad, debía cumplir con el deber sagrado que tornaba en uno más sombrío.
No lo supo hasta entonces, pero unos ojos que destellaban en la oscuridad llevaban tiempo observándolo, y su parte aún humana pese a su estado semidivino recordó los momentos más dolorosos y terribles de su último combate como mortal. Al darse la vuelta, se encontró repentinamente con un enorme hombre-lobo de pelaje blanco y plateado, pero tan diferente a los que hubiera conocido que le descolocó comprobar que vestía una túnica grisácea ribeteada de verde además de otros arreos: llevaba pieles pardas sobre los hombros y embrazaba escudo como un guerrero, espada a la cintura. Con disimulo, una cuchilla al final de un astil le rebasaba el hombro derecho, ceñida a un correaje.
Un lobo común de aquella zona y del mismo color con el lomo de un tono plomizo le miraba expectante, a la izquierda del enorme ser que pocas veces podía contemplar alguien sin morir devorado horriblemente en el acto.
Con los dedos aferrando el mango crudamente, Krogan tomó a Tör, su martillo, y miró al hombre-lobo con una brutal expresión que denotaba la fiereza de su sangre bárbara, siempre preparado para matar. Si algo le provocaba además esa actitud al avatar, era que siendo un mortal, murió en las fauces de una manada de quinientos doce lobos dirigida por un señor vampiro de identidad desconocida. De aquellas fieras enajenadas, restaron cuatrocientas ochenta y siete que cayeron contra Tör. Nadie fue capaz de sobrevivir a una gesta similar (Krogan tampoco lo hizo) pero acabar con tantas bestias que estaban al servicio de un señor vampiro le valió la mirada de Choddan. No uno, sino muchos pueblos y posiblemente ciudades, se salvaron de Kossei el Sinmuerte, que se retiró a Moodôr al verse herido por los relámpagos de la fabulosa arma. Nunca más volvió a vérsele fuera de las Tierras de la Muerte.
Desde entonces, entre los dioses, se conoce a Krogan como "el Martillo Implacable" pues su mazo, obtenido de manos de un discípulo poco afortunado de la fragua de Xsathra, fue elevado de fuerzas y estado tras aquella sangrienta ejecución. El dios de la guerra lo convirtió en uno de sus hijos en la tierra de los mortales, pero no podría entrar en el consejo hasta completar una tarea, y era ayudar al prometido de las dos almas y encontrando al elegido. Aquél que podía destruir el mundo o ayudar a salvarlo.
El martillo, entonces, se componía un arma formidable que cualquier ser con inteligencia o sin ella temería a su sola visión. A pesar de todo, el monstruo y su acompañante, que se mantenían precavidos pero a la vista, no huyeron.
Fueron segundos de silencio en los que el avatar guerrero provocaba a voluntad el destellar con chispas eléctricas su arma como diciéndoles sobre las consecuencias que deberían afrontar si querían atacarle, mas el tipo de ser que tenía delante, entre animal y hombre, no se inmutó ni lo más mínimo. Eso sí, pronunció unas palabras conciliadoras y para nada amenazantes.
—¡No! ¡No he venido a matarte, bárbaro! ¡No peleemos en este santo recinto, y menos aún no siendo enemigos!—.
Bien, eso le tomaba ligeramente por sorpresa. A regañadientes y aceptando que tenía razón, Krogan bajó su arma y la devolvió al cinturón con desconfianza, pero el otro no parecía ir a atacarle. Es más, lo sabía de alguna manera en cuanto cesó el ánimo violento y se centraba en percibir ligeramente sus intenciones. Por eso, fue necesario saber qué quería de él e hizo práctica de la cortesía y la diplomacia, virtud también incluso entre los salvajes.
—Dime pues qué deseas, ¡si no somos enemigos no comprendo el por qué de este encuentro! ¿Eres el protector de este santuario?—.
—Soy un servidor más, y sí, lo protejo cuando tengo que hacerlo. Pero no es ese el motivo realmente, Krogan de los negros cabellos. Debo viajar, y al ver la luz en este santuario, imagino que todas las cosas me conducen a este punto del camino que seguramente, deberemos seguir juntos—.
—Bien, aunque sigue sin quedarme claro—negó con una sonrisa el semidiós que aún no lo era del todo, y se fijó en Lon con fría amargura.
—¿Has oído alguna vez hablar de Ilsa la Blanca?—le interrogaba pacientemente el hombre-lobo, pese a que le ponía nervioso sentir la energía violenta que pulsaba en el martillo de combate.
—Ilsa la Blanca—meditó el avatar bárbaro por un instante, y como surgido de la nada, el conocimiento sobre ese nombre acudió a su mente y a su boca, —Sí, Ilsa la Blanca, protectora de Eriann, una druidesa de las pocas que existían y cuya labor ayudó a mejorar las vidas de estas gentes por muchos años. Falleció de fiebres, pero en realidad se trataba del efecto maligno de una lucha que libró contra un hechicero llamado Nehirg, al que derrotó expulsándolo muy lejos abriendo un portal mágico. Sufría decrepitación perpetua, y si bien los medios que empleaba para mantenerla a raya eran efectivos, acortaron su tiempo de vida. Se sacrificó a sí misma en estas piedras y dejó un heredero de su labor para proteger Eriann y las tierras que rodeaban su altar—.
El druida asintió ante el reconocimiento de la labor de su pariente, y extendió suavemente sus enormes brazos mientras le decía, moviendo su lupina mandíbula:
—¡Mi hermana Ilsa se me ha aparecido para advertir sobre dos aventureros que vinieron pidiendo consejo, pues corren un peligro fatal. ¡No miento! Ella te diría lo mismo si quisiera repetirlo, guerrero de los dioses. Esta misma noche me ha dado terribles noticias: un nuevo mal está por llegar y para frenarlo, debía encontrarte a ti y acudir en ayuda de estos temerarios viajeros dedicados a una búsqueda—.
—Primero dime porqué son tan importantes para un druida-lobo, y por qué te interesas. No tengo claras del todo tus intenciones pero sí que las cosas están cambiando y no para bien. De todas formas, ¿qué eres en realidad? Los hombres-lobo no tienen amistad con los hombres—.
—Uno de ellos me hirió hace tiempo en pleno descontrol cuando me iniciaba en la senda de los druidas, y a causa de ello, ahora soy un Hijo del Montículo Lunar que une la tradición antigua con el mundo espiritual y de los hombres-lobo. Soy las dos cosas en una, y mantengo el equilibrio desde entonces—.
—Eso explicaría...—sonrió el bárbaro de melena oscura y acerados iris al ponerse de perfil con los puños en la cintura, —Que lleves esa lanza a la espalda—.
Se había fijado en la madera y las runas en la hoja del arma que el druida mutante portaba tras su cuerpo, y con un brillo astuto que percibía en los ojos de aquel hombre, supo que sabía identificar de algún modo su naturaleza. Aun así, Krogan no dijo nada sobre eso y el druida al que acompañaba Lon dio un asentimiento tras el que dijo, mirando hacia el paraje fangoso que había dejado la tormenta pasada: —Hemos de apresurarnos a encontrar al joven guerrero y al mago, ambos corren peligro si no damos con ellos y les ayudamos. Desempeñarán un papel fundamental en nuestros destinos... En los de nuestro mundo y su salvación. Tú eres el guerrero del cabello negro al que debía unirme según la voluntad de los espíritus para resolver la búsqueda que este par de campeones errantes tiene por delante. ¿Me vas a ayudar?—.
—Si son los mismos que han debido pasar por aquí y dado descanso al atribulado espíritu de mi hermano, uniré mi arma a la tuya pues perseguimos un mismo fin—.
—Puede que el mago o el guerrero..., o ambos, sean los que decidan en parte la Última Batalla—.
—Es mi meta, encontrar al guerrero prometido, ¡pero dudo que haya una última batalla! ¡Siempre habrá más!—gruñó el bárbaro con obvio desdén hacia las profecías, el desequilibrio en la existencia y la Creación y las criaturas que lo propiciaban, —Esperemos que sea el guerrero al que busco, y la oscuridad que carga no se apodere de su ser y le haya corrompido—.
Decidido y con más humanidad en los ojos de lo que pareciera poseer alguien de su género, Gonrys le miró aunque con incomprensión doblando la cabeza hacia un lado, como su compañero lobo hacía justo igual en ese momento. De no ser por la tensión, a Krogan le hubiera parecido algo gracioso.
—Te lo explicaré por el camino, lobo-hombre—concilió jugando con las palabras al mirar a Lon, admitiendo la belleza del animal entre los de su clase, empero sintiéndose violento al recordar cómo una manada convocada por un monstruo le dio una muerte mortal agoniosa e insufrible.
—Seremos entonces compañeros de viaje—convino el druida, alzando la mirada al cada vez más despejado cielo nocturno, —Pero debes saber que es muy posible que no podamos llegar a tiempo. Hemos de darnos prisa y buscar bien. Una conjunción ha tenido o está teniendo lugar para que la energía de los mundos fluya hacia quien desea acaparar su flujo, y los astros y meridianos se conforman con un pasaje desde el Vacío hacia el Reino de las Tinieblas. Los muertos saldrán a caminar si se abren las puertas de sus moradas, y es posible que hasta que los últimos signos de la conjunción hayan desaparecido, malas presencias sean llamadas a esta existencia—.
El avatar bárbaro recibió esas palabras con la atención debida, y la inquietud oculta para reforzar su propio anhelo de cumplir con la tarea encomendada por el dios de la guerra, sabiendo que el balance estaba más que comprometido si flaqueaba tan sólo un poco. Con decisión, Krogan dijo algo que no se entendió muy bien, una especie de grito vigoroso como si celebrara una victoria sobre un enemigo vencido, o si acaso, alguna imprecación enérgica levantando el puño derecho hacia la noche.
Un relámpago bajó del cielo y luego se escuchó el aterrador bramido que le seguía, una luz pálida y algo de niebla rodearon una parte de los monolitos despertando a sus fantasmales moradores; un enorme caballo negro con las patas vellosas y la crin plateada como un relámpago salvaje apareció apartando la bruma con la fuerza del viento. Su relincho era muy bronco, como si rugiese un león dentro de un gran caldero. Dando cabeceos orgullosos como un equino de la más alta estirpe, sus ojos miraron a Krogan, y el druida a su lado vio el poderoso pecho del corcel y sus grandes cascos, su ancho cuello. Sólo los dioses podrían haber otorgado tal gloria a los temidos Azikai, los caballos de guerra bárbaros que pisotearon los imperios más grandes de la tierra para volverlos polvo y escombros en la batalla.
Era Trueno Negro, el caballo que Qidara había regalado a Choddan en una ocasión, y a lomos del cual, enseñó el arte del combate en montura a los antepasados de los hombres Cymyr hacía milenios.
Krogan saltó a la grupa del poderoso corcel gigante de su padre y dios, y lo espoleó, echándose a la carrera junto al transformado druida y el lobo en pos de quienes debían encontrar con gran prisa y necesidad.
Antes de que fuera demasiado tarde.
Fue una noche, fueron días. Abandonando su piel de transformación, Gonrys se presentó tal como era a su camarada viajero. Durante el camino, se hablaron ocasionalmente el uno al otro contándose de sus respectivas vidas: si bien el guardián y servidor de los secretos de la naturaleza y los misterios antiguos de la tierra, acompañado de una noble y entrañable fiera bien fuese capaz de inspirarle confianza por su experiencia como rastreador, el guerrero se componía ante él como una mezcolanza de todo y nada desde el pasado al presente. De hecho, Krogan no sabía ni cuántos años contaba, pero muchos habían pasado desde su vida mortal y, el resto, los invirtió en luchar en los campos de batalla de reinos superiores a los que los seres comunes ni podían aspirar. El hombre de cabello rojizo y algunos mechones ya salpicados de hebras plateadas le comentó en confianza que tenía poco más de cuatrocientos años, y que su tiempo vital se había extendido por regalía a sus servicios prestados al Círculo de Eriann. Su hermana, Ilsa la Blanca, gozaba de cierta inmortalidad por igual, salvo que perduraba en la sagrada y natural sala monolítica como uno de sus espíritus de guía y protección.
Por último, el avatar le habló de gloriosos combates de los que ningún escaldo haría una canción que hombre alguno entendiera, cantada tan sólo por el relampagueante reverberar de cada golpe de su martillo; salas llenas de escudos y armas, todo tipo de dioses, demonios, monstruos y héroes de antaño a hogaño moraban aquel plano de existencia del que provenía.
Así mismo, hizo por abrirse ante un desconocido pues sus hermanos de armas no ofrecían tales conversaciones, y además, Gonrys, heredero de los Hijos de Montículo Lunar, caía bien pese a sus formas rústicas como poco dispuesto a admitir extranjeros en su umbral.
Le habló, por lo tanto también, de su épico deceso como hombre vivo: la jauría de lobos enajenados por un terrible señor vampiro al que llamaban Kossei el Sinmuerte, de la caída de su ejército a manos de los corajinosos y esforzados bárbaros, que protegían el mundo sin compensa ni deservicio. Sólo ellos, cuando no se veían las caras entre sí en batallas de tribus o clanes, acometían la dura tarea de ponerse al frente contra males que los civilizados ignoraban mientras dormían seguros en sus camas mullidas, entre paredes de piedra más frágiles de lo que pensaban si alguna vez tan sólo una de aquellas criaturas lograra abrirse paso desde las fronteras septentrionales. El hijo de Choddan, predilecto por su arrojo y ganador de muchas pruebas y desafíos se ofreció él solo a proteger a las tribus anónimamente con ayuda de su martillo mágico, el cual enarboló en defensa de su patria para destruir al insidioso ser cuyos sombríos dedos se alargaban sobre la tierra.
La batalla no se hizo esperar, y las tropas del oscuro señor de la guerra cayeron contra los bárbaros. Sin embargo, buscando aliados con los que protegerse, el vampiro convocó a la hordas rabiosas impregnándoles el turbio deseo de desgarrar carne y la sed de sangre. Los lobos de las estepas en las Tierras de la Noche eran feroces como tigres de los glaciares, y dada su casi escasa evolución, no pocos ejemplares superaban en talla y peso a los más normales pero corpulentos, con lo que el que sacrificaba por muchos se vio en total desventaja. Aun en esas, no se rindió, no retrocedió ni un paso, y desterró al miedo con su propio ardor guerrero.
La horda del señor vampiro, bestias corrompidas por su influencia al ser llamados a su servicio fue creciendo a medida que cruzaba las marcas del norte. Bien podría tratarse de un nuevo ejército engrosado con almas salvajes e irredentas, además de verse mejor en compañía de criaturas mutadas antes que de semejantes. El anhelo primal de alimentarse, la necesidad feral de cobrarse presas, de cazar, la unidad del mordisco en manada, todo ello era tan de su agrado que reunió una hueste temible. El bárbaro de negros cabellos y ojos plateados como el acero , saliendo a su encuentro en los bosques de aquella sombría tierra hizo lo que muchos otros ni hubieran soñado. Le enfrentó, le obligó a pensar en defenderse, y todavía más, lanzarle todo lo que tenía por el temor a lo inconquistable: la muerte.
Finalmente, el valeroso pelinegro, tras sufrir por docenas de heridas cruentas, sostuvo su arma hasta la última gota de sangre. Los rayos de su martillo anunciaron su funeral, llevándose consigo no sólo a los que hubiera matado a mano, sino también restallando como una tormenta reunida en un ojo, y con ese ojo mirando fijamente a todas aquellas alimañas cuyos costillares reventaron impregnando el aire de entrañas, amargor, y un alarido de furia y sufrimiento que se apagaron al unísono sin prolongar la resistencia ni la agonía ante tal destino. El vampiro se retiró. El sacrificio de tan arrojado hombre fue desconocido, silenciado, olvidado entre los árboles negros y la nieve que como una mortaja caía sobre el enrojecido cadáver al que acompañaban varias manadas de lobos.
Ahora, se decía Gonrys, podía entender la reticencia inicial y el desagrado que mostraba hacia él y Lon.
Pero debían aceptarse como eran: dos seres excepcionales unidos por una buena causa, ajenos a la voluntad de los dioses y a la vez, piezas en su plan. Preguntaron, pararon, comieron, hablaron, volvieron a viajar y para su sorpresa, ambos hallaron en los pueblos y ciudades que visitaban cabalgando y corriendo a una velocidad superior a la humana, vestigios y cambios en la gente y el entorno por obra del par de aventureros que buscaban con tesón: muchas personas se habían topado con ellos y sus vidas, de un modo u otro, se fueron salvando sin saberlo de horrores desconocidos.
Hasta aquella noche.
Dieron con el sitio que, si bien se asemejaba más a un matadero que a un templo, todavía reservaba para ellos alguna sorpresa que no tenía mucho que ver con las energías residuales que lo impregnaban. El druida, transformado en algo entre lobo y hombre así como Krogan, contemplaron una vez más la obra de fuerzas cuyo alcance los mortales no lograrían entender. Llegaron tarde.
No tuvieron problemas en colarse escalando una cara del muro oeste ni menos aún por el camino; el sitio estaba limpio de presencia enemiga pero no de sangre ni algo maligno que emponzoñaba el aire. Decidieron inspeccionarlo todo con detenimiento mientras salía el sol, los signos revelaban que había tenido lugar una masacre, y se percibía una energía aún en estos suelos que una vez fueron sacros. Al menos para unos seres un tanto ultraterrenos como eran el avatar y su acompañante.
Gonrys llegó con Lon hasta la cámara más grande de la fortaleza-templo de los clérigos, mirando con sorpresa un techo echado abajo y una parte intacta aunque otra estaba demolida por causas desconocidas. Manchas de sangre en el suelo de las habitaciones hasta llegar allí, un altar con cadenas rotas y más muertos allá por donde llegaran. Entre que el druida examinaba el peso de estos hallazgos en su mente, Krogan subía de las mazmorras bajo el complejo donde los cuerpos de unos seres familiares para él yacían abrasados.
—Hombres-bestia destrozados, paladines oscuros y consagrados hechos picadillo en las estancias inferiores, junto a más restos de vampiros por el pasillo de la bifurcación—.
Los ojos del avatar brillaron azules como el trueno cuando alzó el martillo. Fue porque el lobo del druida licántropo gruñó casi al mismo que el guerrero presentía el peligro oculto aún allí, pestilente, retorcido y detestable.
—Está cerca, sí—dijo Gonrys como si pudiera leerle la mente, pero se trataba de su instinto y el de Lon unidos por la sorprendente capacidad de los animales salvajes.
De lomo erizado y orejas hacia atrás, el lobo gruñó con más ánimo cada vez mostrando sus dientes ligeramente curvos. Lo que fuera que representaba una amenaza al acecho, estaba allí aún. Al asomarse por un ventanal al frente con el mazo en las manos, Krogan vio, aferrado con todas sus fuerzas y tratando de escalar, una creación repulsiva que le irritaba con tan sólo mirarla. Parecía un hombre de rasgos amorfos hinchado por una enfermedad desconocida, pero su carne tanto como las proporciones asimétricas de su cuerpo no sólo respondían de su origen en un laboratorio como parte de un experimento mágico. No, se trataba sin duda de un montón de carne demoníaca podrida y pustulosa unida para ser dotada de vida, o más bien una imitación de la misma, colgando de un saliente con su hinchada barriga de pronunciadas llagas abriéndose cada vez más heridas. Luchaba por ascender desde hacía a saber cuánto tiempo, con sus delgadas y ridículas piernas moviéndose sobre el vacío como si se tratase de un muñeco de trapo.
Considerándolo indigno de Tör, contuvo su martillo para devolverlo al cinto y, rebuscando entre los cuerpos armados de la habitación, tomó una espada ancha adornada ricamente con una gema que brillaba en un tono glacial. Era tan buena como cualquier otra. El descubrir que el monstruo se recuperaba en la escalada harto dificultosa perdiendo trozos de piel por el camino, el semidiós alzó el arma empuñada con una mano sobre la otra y le sacudió un mandoble que le partió la cabeza brutalmente cuando estuvo a la distancia adecuada, desparramando sus sesos en una lluvia de trozos de hueso, fluidos fríos viscosos por igual marrones y amarillentos.
El deforme monstruo cayó desde lo alto hasta el suelo de la vía de baldosas y jardín ante la entrada, reventando en varios pedazos de carne pútrida que se deshicieron tras la violenta colisión, ya que ningún poder de invocación ataba ya al monstruo a este mundo. La nube de podredumbre que expelía no remitió inmediatamente, pero fue menguando. Parte de las hierbas del suelo parecieron afligirse por su causa y Trueno Negro relinchó roncamente como protesta, alejándose de tal esperpento.
Desdeñando la hoja mancillada con el supurante y maligno icor goteando de su filo, Krogan, cuya mirada se perdía en las sombras tras la decepción, hizo por girar sobre sus talones encarando al mutante. Lon echó la cabezota hacia el lado derecho, mucho más tranquilo, profiriendo un gañido agudo como si se sintiera triste.
—Creo que ese guerrero se me ha escapado de nuevo. Después de todo, si se trata de esos dos que ya conocimos tú y yo, han superado el peligro por lo que parece—asintió el poderoso hombre de los negros cabellos, disgustado con el resultado de su búsqueda.
—Me imagino que los hados no estaban tan claros, después de todo—afirmaba el guardián de Eriann en Solka, con su distorsionada y profunda voz rebotando entre las paredes del Monasterio Blanco de Ladh, testigos mudos de la cruenta e impar lucha que se había desatado, —Y por lo que sabemos hasta ahora, tanto Kerish como Zhard se han vuelto más fuertes. Lo suficiente como para retar a los artífices de esta reunión—.
—Hay de todo aquí, no sé, ¡demonios, muertos vivientes, consagrados del caos y el mal, restos de hechicería oscura y una especie de olor como a quemado! Y... ¿qué es eso?—.
La mano derecha de Krogan se extendió hacia una figura casi de grande como la cabaña de Gonrys, sumida en la penumbra. No se equivocaba, aún habían restos de hollín y parte de vestigios de alguna quemazón sobre objetos, mobiliario y cuerpos, acompañados de livianas cenizas que ellos mismos confundieran con polvo al principio. Pero nada les prepararía para contemplar la aguda obra de un escultor desequilibrado a la que añadieron luz con un sencillo conjuro que brotaba de la mano derecha de Gonrys como una esfera, que se situó sobre las cabezas de ambos. Los rayos del sol ya estaban alumbrando el patio y la entrada colándose desde un horizonte rosado al que afeaban nubes negras pero dispersas.
Con esa suerte de sonido como de lloro, Lon se inclinó casi como si se preparara para saltar, salvo que no lo hizo. Una cesta disforme y espinosa, sanguinolenta, fue objeto de la atención del druida, quien a su vez miró a su compañero animal comprendiendo lo que percibía perfectamente tras los ramajes y se giró precipitadamente.
—¡Sea lo que sea, ese peligro ya ha pasado o sólo empeorará la siguiente vez! ¿Sabes quién está tras esos barrotes cuya sola visión sólo pueden soñar con formar mis hermanos más expertos? ¡Se llamaba Arzdulzxaharvax!—.
—Un nombre curioso y diría que no tiene semejanza humana. ¡La verdad es que no me suena! ¿La conocías, pues?—se extrañó el semidiós bárbaro, cruzándose de brazos sobre el pecho de su armadura.
—Sólo de una contienda que libramos en el pasado, cuando intentó profanar Eriann. Los linajes de magos y hechiceros como bien deberías saber, son por nacimiento, o por pacto y efecto heredados. Pero también existen de los más antiguos y que realizaron peligrosas ceremonias antiguas, hoy ya desconocidas, con sangre de ciertos dragones en el pasado remoto. Algunos de esos rituales no se oficiaban únicamente por seres humanos. Ésta mujer que yace en una forma vulnerable y que ha debido morir de manera espantosa, mantenía el anonimato mayormente debido a que heredó un efecto poco deseable a causa de despertar su linaje como hechicera, y así mismo pactó con oscuros poderes para obtener control sobre ello y ejercer la magia demoníaca. Entre los mortales, la conocían como Xahara. Su afán por dominar las corrientes de la brujería infernal la condujeron a la locura. De modo que si alguien ha acabado así con sus días...—.
El druida no llegó a terminar esa última frase cuando Lon, tratando de menguar su notable inquietud por los acontecimientos, le echaba la cabeza contra una pierna dándole un empujón amistoso. Debido a esto, Gonrys puso su mano derecha, bestial, sobre su lomo, y algo parecido a una sonrisa se le dibujó en su faz lobuna y a un tiempo humanoide.
—Gracias, amigo mío. Pero no te preocupes. Simplemente los acontecimientos han tomado el rumbo que nosotros no esperábamos—.
El guerrero de melena negra se le acercó con el puño izquierdo posado en la cabeza de Tör y la palma de la diestra vuelta al destrozado techo, rodeados ambos hombres, aunque no muy humanos, por los restos de un derrumbamiento.
—De ser así, ¡mi decepción ha sido parcialmente vengada! Todo pérfido aquí presente de cuerpo como carcasa ha dejado este mundo un poco más limpio, mas no lo suficiente—.
—Cuando nos separamos al llegar a Ladh, guerrero de los dioses, ignoraba que el mal que se nos ocultaba fuera de tales proporciones. Aun así, no te alegres demasiado por este estropicio: lo que ha causado las muertes de tantos malvados no puede corresponder a un bien inmediato ni tampoco sabemos qué consecuencias tendrá a la larga—.
—Eres sabio, lobo-hombre. O no sé, ¡hombre-lobo! Más que antes, ahora sé gracias a ti el nombre de aquel al que busco, el primero y que, sobre todo, parece guiar de algún modo mi senda—.
—Es posible que esa senda te depare la que lleva a tu siguiente tarea. Pienso, y sigo pensando, que el otro que buscas está más cerca aún de lo que tú crees—.
Tales palabras dejaron pensativo al corpulento hombre de ojos grises con el mazo al cinto, y Lon, con gesto amistoso y ojitos brillantes de cachorro pese a su tamaño y mandíbulas, acercó la testud al guerrero con total confianza. A lo mejor por ser compañeros de viaje o porque notaba en él sufrimiento por la vida pasada, trataba de ayudar a su manera. Los animales que se ofrecen a la caricia saben que otras personas se sentirían mejor con ello, y aunque ya no era un mortal Krogan puede que hiciera un poco las paces con el pasado y lo acarició tiernamente. Luego de eso, dijo con los ojos entrecerrados y cierto aire reflexivo: —Supongo que todos tenemos mucho que aprender por más vidas que pasen. ¿Verdad, chiquitín?—.
El que se erguía ante él en forma de humano y bestia asintió con vehemencia, pero no dijo nada más del asunto. Simplemente, le dio una advertencia que debería tener en muy habida cuenta.
—Un influjo maligno cobrará fuerzas muy pronto. Ten cuidado—.
—Lo tendré, druida. Algún día volveremos a vernos—.
—Gonrys Aalric—sonrió de forma lupina nombrándose a sí mismo, —Si alguna vez necesitas ayuda o consejo, Lon y yo te esperaremos en Solka. ¡Tengo curiosidad por saber de tu lado de las cosas...!—.
—Krogan es mi nombre. Parece mentira que durante estos días, ni nos hayamos dicho el uno el del otro—.
—Nos centramos demasiado en otros asuntos, asuntos apremiantes y que requerían todo de nosotros. ¡Eso es bueno, pero no tanto, hijo de Choddan!—renegó el druida, bajando ligeramente los párpados y expulsando aire por el hocico de negra trufa.
Luego, extendió uno de sus peludos y robustos brazos ofreciéndole su diestra. Tenía un palmar ciertamente de hombre, pero bajo los dedos se extendían las almohadillas de los cánidos y acababan en cortas pero fuertes garras que podían extenderse al dar el zarpazo. El antebrazo del bárbaro de roja capa se acercó al suyo tomándolo con respeto, y se despidieron con este gesto que sellaba una amistad.
—Hasta otra, Krogan. Yo vuelvo a Solka... ¡ya he terminado aquí! Mis bosques me añoran tanto como yo los echo de menos, y mi poder necesita del círculo de Eriann, donde debo volver para continuar la protección que será más rigurosa en estos días—.
—Hasta entonces, amigo. Que tu espada te guíe hasta el triunfo, ¡y que esa lanza no pase muy rápido a otro guardián! ¡Sangre y Acero, Gonrys Aalric!—.
El enorme hombre-lobo de profunda voz se fue junto a Lon tras una queda afirmación, asintiendo con la cabeza cuyas orejas triangulares se alzaban entre mechones de pelaje grisáceo, y murmurando en voz alta aunque quisiera hacerlo para sus adentros, sus palabras rebotaron primero en el interior de su escudo de bronce y luego por toda la sala al amanecer.
—La bendición de tu oscuro padre de acero... ¡Jé!—.
Se oían hombres más abajo. Al parecer se trataba de los guardias de la ciudad, que habían encontrado de algún modo el coraje para asistir a los vestigios del diabólico combate que tuviera lugar durante la noche. Ciertamente, Ladh había estado agitada por la irrupción de unos monstruos, así que tenían motivos de sobra para estar en guardia y acudir todos a una para solucionarlo. Él lo sabía bien, y de primera mano.
Por su parte, Krogan se preguntó quién podía ser el guerrero en realidad, su papel en toda esta búsqueda, la última gran guerra de esta era... y si lo encontraría a tiempo.
Solo, antes de que alguien más notara su presencia, abandonó el lugar al escuchar una risotada por los corredores, saltó por el gran ventanal y, tomando suelo como si la gravedad no tuviera efecto sobre su físico, llamó a su cabalgadura entre los restos de una mancha brumosa cuyo hedor estaba aún por desaparecer.
Montó en Trueno Negro una vez llegara a su lado, y con su jinete a lomos a la luz del sol por la mañana, el poderoso corcel se impulsó a toda velocidad rompiendo el suelo seco con sus enormes cascos. Corrió perdiéndose en la lejanía, veloz e implacable como el viento del norte dejando tras de sí una nube de polvo.
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La Dama de la Destrucción
Fantasy~ En la tormenta de los tiempos y la guerra, estaba predestinado que nacería un salvador, que combatiría junto a otros pocos contra la oscuridad y devolvería su equilibrio al mundo. Pero esa esperanza se ha perdido, el imperio se ha fragmentado y lo...