En tanto el eclipse parecía transcurrir sin prisas, cosa que acrecentaba la presión que sentía Zhard, más serían los peligros a los que tendrían que enfrentarse.
Y eso se supo en cuanto vieron, tras apenas seis u ocho minutos de replantearse si estaban haciendo lo mejor o no, que a distancia de respeto llegaban hombres montados a caballo y escasas mujeres armados sin uniformidad. Sus pinturas oscuras sobre los ojos, brazos y el rostro, su aspecto que tenía algo de salvaje o bárbaro, los ropones de ellas o los senos ocasionalmente al aire, los correajes y otros arreos formando rudimentarias armaduras...
—Han llegado al fin—susurró Zhard a los demás, señalándolos desde su escondite, —Más de esos exaltados de la tal Míle—.
No parecían querer acercarse mucho a la salida del complejo urbano ni mucho menos querer explorar por sus restos. De algún modo, sabían que estaban allí, sólo que no podían alcanzarlos ni mucho menos verlos. Kerish estaba tras una columna derruida con la cabeza apenas asomada por el borde de uno de sus extremos. El moho se había aposentado tiempo antes dejando una marca oscura y reseca en algunas partes, por lo que, a la luz mortecina del sol por salir aún en la mañana, su cabello oscuro pero de matiz rojizo en cuanto a la claridad directa podía hacerle parecer otra roca más.
—Sí, pero no parecen querer subir aún—rió entre dientes al ver que, ni acercándose aún al terreno que conducía a la pendiente sobre la que se erguían los restos del santuario, varios cadáveres putrefactos de los poseídos les recibían como repelidos por un gran grupo. Uno de los hombres discutió algo con dos o tres más, y una mujer protestó. Luego dio algunos pasos hacia los cuerpos de los muertos recientes y los señaló sañudamente con el brazo izquierdo gritándoles alguna especie de improperios. Con reticencia a desaprovechar la oportunidad, Kyndra les dijo a ambos:
—Si cogiéramos los caballos, saldríamos de aquí enseguida en vez de tener que confrontarlos y seguro que ganamos más tiempo para salir de su alcance—.
—Aún no—replicó calmadamente Kerish, que la avistó tras un montón de pedruscos que formaban la pared del antiguo templo, apilados para formar cobertura justo a su izquierda, —Les atacaremos como antes y cuando estén tan asustados que deban pensarse qué hacer o busquen refuerzos, nos iremos—.
El mago asintió, justo tras ellos, y se sentó a respirar con calma para centrarse en su cometido. Necesitaba cada pizca de concentración que pudiera reunir, y se dijo a sí mismo que si todo salía bien, lograría abrir la cajita en su morral, dejarle un corte de mangas más que indigesto a Alandross y por último dedicarse con tiempo a la investigación que quería llevar a cabo. Ahora que lo pensaba, la idea que Kerish le hubiera propuesto mucho antes de la conclusión cercana a este loco viaje le inspiraba un medio para lograr su fin. Muy posiblemente, un día, fundaría su propia empresa y no pocos guerreros que compaginaran el metal y el sortilegio podrían reunirse bajo su persona y ayudarle a recabar los fondos necesarios para su expedición.
Ya podía verlo en un futuro, uno posible, si escudriñaba en sí mismo. No era imposible.
Y...
"Y eso es muy bonito, ¿verdad, mierdecilla?".
"Alandross, ¡qué sorpresa! Ya te echaba de menos".
"Eso es mentira, tú no me echas de menos. Me detestas".
"Bueno, es que tú empezaste haciéndolo, yo sólo te correspondí".
"No tengo rival, y tú desde luego no puedes serlo. No puedes. Simplemente no puedes".
"¿Y quién lo dice?".
"Si consigo lo que quiero, accederé al poder que tanto ansío y gobernaré el mundo. No me lo impedirás, y si para ello debo recurrir a todo para destruirte, ¡no dudes que lo haré! ¡Este premio debía ser sólo mío y tú te estás interponiendo!".
"Siempre puedes renunciar y hacerte granjero. Es una vida digna y dura, pero también gratificante".
"Idiota...".
"Creía que te gustaban las verduras".
"Suplicarás clemencia ante tu amo y señor".
"Te has vuelto loco. Es así, y no puedes cambiarlo. Podríamos haber hecho esto juntos, sin disensión, apoyándonos y siguiendo los pasos de nuestro padre, como hermanos. Pero no, ¡Don Voy a Dominar el Mundo quería el pastel entero!".
"¿Te das cuenta de lo estúpido que suenas?".
"Para ti, todo lo que no sea el sonido de tu propia voz es lo peor. Eso tiene un nombre".
"Y si tratas de pronunciarlo una vez más en mi contra o sigues provocándome, empeoraré tu destino".
"¿Cómo? ¿Con otra pataleta? Ya no puede ser peor".
"No queda mucho para que alguien a quien amaste sea sólo carne ensangrentada en un altar".
"¿A qué te refieres?".
"Eres un chico listo, ¿no? Estoy seguro de que pronto lo averiguarás por tu cuenta".
"Ah, ¡maldito demente! ¿A qué juego quieres perder esta vez?".
"Tú sí que estás a punto de perder, pero no tienes ni zorra idea. Sé lo que viene".
"¿Por qué no te pasas por aquí y me lo cuentas? Nos tomamos unas cervezas y así te presento a un amigo".
"Suficiente chanza. Entrégate por las buenas y sométete ante mí".
"Has pactado con un demonio que era una especie de semidiós menor venido a menos, ¿te crees que eso dice algo bueno de ti o que denota grandeza? ¿Qué le has prometido a cambio? Eres despreciable".
"Tú no empezaste siendo ni medianamente bueno precisamente, ¿recuerdas? ¿Recuerdas lo que hacías para ser quien eres?".
"Yo no tuve tus medios ni ventajas. Y por eso me odias, porque tienes envidia y no pudiste alcanzar lo mismo que yo ni con todo aquello de lo que has podido disponer desde siempre. Muera hoy, o no, esa es la verdad y nunca podrás negarla ni esconderte de ella. Porque yo represento lo que tú nunca serás".
La voz se acalló y la presencia de Alandross proyectada astralmente hacia la suya, se difuminó sin más palabras. Todo estaba dicho. Y mientras tanto, Kerish se había arrastrado hacia él con expresión seria y ojos oscuros, contrastando con aquella piel pálida le parecía un muerto salido de una tumba dispuesto a ejecutar una venganza.
"Rayos, ¡de hecho lo eres!", rió para sí mismo aunque la charla con su hermano le hubiera dejado de mal humor.
—¿Cómo lo llevas?—le preguntó como un adulto a un chiquillo, siendo que la voz del bárbaro era suave y a un tiempo afilada.
—Espero que mejor que en Kirrsav—.
—No son tantos—le restó importancia el otro.
—¿Qué pasó en Kirrsav?—se interesaba Kyndra, ya con una flecha en la mano derecha y el arco dispuesto a ser usado al menor signo de avance enemigo.
—Bueno—se encogió Zhard de hombros, —Es la razón de que no hayamos dicho de verdad quiénes somos. ¿No has oído noticias de una gran batalla de asedio por parte de unos no-muertos?—.
—Algo escuchamos, sí. Mis hermanas y yo nos sorprendimos mucho porque sentimos ese suceso conmocionar el equilibrio del mundo y sus fuerzas, pero parece que todo se resolvió bien, ¿no? Es decir, un nigromante se volvió en contra y trató de tomar Kirssav con sus poderes—.
—Un nigromante no-muerto—le corrigió Kerish, —Levantado de su tumba sin nombre por un elegido del Innombrable con el que tengo una cuenta pendiente—.
Ella les miró de reojo, sin saber del todo si creerles, pero además, cuestionó el tejido de aquellos sucesos exponiendo un poco más de lo que sabía en realidad.
—De haber sido así, sólo puede tratarse del sumo sacerdote de los Styrganos que dicen ha declarado la guerra al mundo. Pero algo lo está conteniendo—.
Ahí, intervino el mágico.
—Nosotros frustramos sus planes. Kirrsav no era tan sólo un objetivo en su camino, era un sacrificio en masa que debía ejecutar para hacer posible su guerra al mundo. Su guerra a todos de conquista y sometimiento a su persona y su religión—.
Kyndra entrecerró los ojos y pareció pensar mucho en algo, luego sonrió y, observando hacia los indecisos allí abajo, inmóviles y titubeantes, les dijo con tono más relajado a pesar de la sorpresa: —El sacrificio era sin duda lo que él buscaba, pero no se trataba de lo único que quería. Una ola de poseídos como los que hemos vencido antes asolaba los campos y asesinaba a gente en las granjas y territorios limítrofes de Vilenia. Eran hechos aislados. Mis hermanas y yo lo averiguamos como parte de nuestra misión principal para recopilar esa información. Se sabe que un conventículo de Las Hermanas del Arrepentimiento sufrió también asedio por parte de estas almas retorcidas, y les confrontaron en combate desde dentro a fuera de los muros. Enviaron mensajeras a otras congregaciones religiosas para difundir la palabra y prepararse. Nosotras pensábamos que estos hechos tenían cierta relación con lo que había ocurrido en Kirrsav, pero no estábamos del todo seguras. De hecho, creo que no hay del todo nada que nos haga pensar en que derivaran o fueran parte de lo que allí sucedió. Sin embargo, allí había otro templo, mucho más discreto y en el que las mismas monjas ocultaban un cuerpo incorrupto y una reliquia, la cual desapareció justo después de la batalla. ¿Pensáis que quizás el elegido del Innombrable la buscaba también?—.
Comprobando las aljabas que había dispuesto, podridas casi del todo y con proyectiles listos para ser usados, Kerish negó con la cabeza y tomó dos de aquellas varitas acabadas por un lado en punta y en plumas por el otro, asomándose de nuevo por el flanco de la columna derribada tras varias líneas de flechas y piedras de todos los tamaños.
Inspirando lentamente en el silencio que se hizo, se preparó para cuando el movimiento se iniciara no sin declarar poco antes...
—No lo sé. También intervino todo un ala de caballería Vilenia que casualmente estaban de maniobras no muy lejos de allí, y tuvimos de combatir a algunos demonios. Todo es posible—.
—¿Dices que había demonios en la batalla de Kirrsav al igual que no-muertos?—se sorprendió Kyndra al mirar ambos con fijeza, sorprendiéndose más que antes, —¡Eso es una tremenda locura!—.
El mago se encogió de hombros volviendo las palmas de las manos al cielo cobrizo y umbrío, negando con la cabeza insistentemente.
—La realidad siempre supera la ficción, ¿no?—.
—¿Y vosotros dos qué hacíais allí?—.
—Nosotros fuimos a avisar tras apreciar el fenómeno en la distancia, mi estimada doncella guerrera, y nos vimos atrapados en el combate para resistir al enemigo—.
—Y luchasteis del lado de los Kirrsavos... ¡dos locos que creían poder cambiar los acontecimientos con sus locuras!—.
—De hecho lo hicimos—confesó Zhard dando un golpecito en el suelo con el dedo índice de su mano derecha sobre el filo de los escalones en los que se sentaba, dejando tras de sí la plataforma y su lisa superficie en la que el cráneo miraba al firmamento, —Por eso no podíamos viajar ya que seríamos reconocidos sin contar con la ventaja del anonimato. El mismísimo señor de la ciudad y su población nos reconocen como el Maestro Zhard y la Bestia de Kirrsav—.
Antes de que aquellos títulos ganados con esfuerzo e ingente heroísmo abrumaran a la mujer de Äsir e hicieran que comprendiese todo lo sucedido hasta el momento en cuanto a ocultar sus identidades, Kerish incidió en estas revelaciones con un susurro tras haber expulsado el aire de sus pulmones antes siquiera de pronunciar palabra alguna.
—Viene alguien más—.
Por las puertas de la ciudad, avanzaba un pequeño contingente de casi sesenta personas armadas que se unieron a las veinte o treinta que les esperaban en terreno llano. Un palanquín con un toldillo blanco, como si hiciera falta, se alzaba sobre ellos portando en su amplio asiento a una mujer con un vestido extravagante pero a la vez llamativo al gusto más infrecuente y por delante de muchas mentes. La mujer del cabello rubio y casi plateado con el casquete de cuernos se encontraba a su lado. Sus súbditos parecían algo cansados entre que otros tenían caballos para transportarse, presumiblemente los que habían podido asistir a su llamada desde otro asentamiento además de los que cargaran con ella en busca de Kevalárr.
Un grupo pequeño se unió un par de minutos después, trayendo otras cuarenta personas con ellos, y un grupito que se destacaba porque iban llevando como en una carretilla improvisada bajo una camilla auxiliar a un herido.
Un ser cornudo los flanqueó por un lado, seguido de una mujer con una capa oscura y que portaba consigo una espada esbelta y de mal aspecto. Por último, la hembra que parecía más encumbrada descendió sobre una espalda a modo de escalón en tanto descendiera su tosco trono móvil, adelantándose a toda la hueste que consigo venía.
—¡Están todos ahí, madre mía!—siseó Kyndra entre dientes, y miró a los dos jóvenes hombres con preocupación más que justificada, —¡Hasta la propia Míle en persona!—.
—Eso que lleva es... ¿un vestido?—se extrañó Kerish, pues la bruja que manifestara una conexión con la Oscuridad parecía más una doncella civilizada de alta cuna, más que una salvaje orgullosa de sus senos desnudos y ropa útil aunque tosca.
—Qué pasa, ¿echas de menos que vista como cuando te tenía a su merced en la cueva? ¡Podrías bajar a decírselo y conseguirnos unos minutos!—.
Había celos en esas palabras, pero también broma sobre todo. Una broma tan repentina y directa, que estaba claro lo mucho que la situación sobrecogía a la bruja guerrera por cómo la ansiedad la estaba atacando, muy a pesar del aplomo que poseía. Ciertamente, el enfrentamiento con los espectros había mermado sus fuerzas. No se trataba sólo de eso. Les superaban bastante en número y había, al menos, cuatro seres que se podían decir sobrenaturales. No era fácil lidiar con todo ello siendo tres.
Un grito se elevó hacia la colina, entre que varios fieles a Míle se dispersaban entre las casas semiderruidas y los restos de esta ciudad convertida en una tumba. No querían dejar nada al azar y desde luego, la luminosidad aportada por la Torre Negra y el menguante conjuro luminoso en la pirámide ritual frente a lo que parecía algún tipo de templo no eran cosas que se pudieran dar por sentadas. De cualquier forma, la bruja de melena larga y de oscuro castaño les prohibió a chillido limpio que se intentaran internar allí.
Por otra parte, el grito que se imponía a su voz llegó a oídos de los tres emboscadores que permanecían en su posición, haciéndose más audible e inteligible.
—...¡vosotros estéis donde estéis! ¡No vais a escaparos ni de coña! ¿Me oís? ¡Sois unos cabrones! ¡Mirad lo que habéis hecho!—.
Era Otine, muy diferente a como la vieran antes, pero eso sí, con su ballesta y el pico de combate al cinto, llevando la ropa que le vieran en aquella cena donde todo fue alborozo, amistad y camaradería. Todo falso. Todo una máscara que se había caído por sí sola en la Ciénaga Devastada.
Ante ellos, estaba Dahgha, que tiraba de la camilla con Dungold apoyándolo desde atrás. Ëirim, o al menos su verdadero aspecto natural, un hombre, permanecía en pie con las armas en las manos. Un emplasto bajo un vendaje que no le impedía la visión se ceñía a su cabeza y la mejilla izquierda. Su mirada estaba llena de odio y pareciera que fuese a romper a llorar a juzgar por cómo le temblaba todo el cuerpo, haciendo un sonido gimoteante y patético. No se había molestado en limpiarse los ropajes blancos y vestía la misma armadura que lo hacía pasar por un paladín, aunque ni en broma engañaría a nadie ahora. Ya no. Era sólo un perturbado mental que quería una venganza explosiva y sangrienta a la altura del ultraje que había sufrido. Y claro. Estaba su padre.
—Le habéis hecho mucho daño a mi padre, y a mí—les espetó el... la... quien se hacía pasar, por una falsa mujer paladín; —¡Y vaya si lo vais a pagar! ¡Estáis muertos! ¿Me oís? ¡Vais a palmar!—.
Otra voz se impuso entonces, el Señor de la Espina se giró en todas direcciones con los brazos extendidos y Sagh lo imitaba dando saltitos a la par que reía.
—¡Sé que me podéis oír! ¡Sois fuertes, sin duda, pero nosotros somos más! No queremos alargaros un trago difícil, de modo que la cuestión es simple: ¡someteos y seremos benevolentes con vosotros! Nuestro querido mago, Zhard Mareese, tiene que acudir a una cita importante que no puede perderse. ¡Reunión familiar! El guerrero tendrá que deponer las armas y afrontar su destino. No nos hagáis pelear más. Sería un malgasto, ¿no? Un malgasto de vidas—.
Kerish no pudo evitarlo y se echó a reír, tratando de que no se le escuchara. Reía, con tanta diversión, que hasta le dolía la cara. Sólo fue capaz de sacudir la cabeza en silencio tras patalear en el suelo durante este ataque y mirar al cielo al calmarse en el silencio, inspirando lenta y ampliamente hasta que pudo pronunciar una corta frase que lo definía todo para él.
—"Malgasto de vidas" una mierda, ¡sois unos putos cobardes!—.
Mirándole con agresividad, Kyndra lo amonestó con un gesto de su cabeza a la par que encogía los hombros, como diciendo "¡ya te vale!", y puso sus sentidos en la situación. Por lo menos no la habían nombrado, así que supuestamente ella podría ser el factor sorpresa con el que nadie contaba. A no ser que durante el rescate de Zhard, la hubieran visto en la fugacidad del asalto esa madrugada. Bueno, ya ser vería.
Abajo, las cosas crecían de tono. La ballestera, sin despegarse de su arma de proyectiles, husmeó hacia todas partes por si los encontraba, sin éxito alguno. Ni siquiera cuando sufrió un sobresalto a causa de una sombra que parecía haberse movido y, que desde luego, no era más que un esqueleto al que cubría una capa negra y que tenía medio cuerpo colgando por fuera del marco de una ventana. Aquel sitio no le gustaba nada.
Danndán se incorporó ayudado por su fiel Dahgha, quien sollozaba como un cachorrillo triste que sufría por su dueño al oler o sentir de otro modo su dolor. Dungold, el Solkann, que se había apropiado de las jabalinas del Kashi muerto y las portaba a la espalda, sirvió con la lanza para que el malherido líder del grupo pudiera erguirse a pesar de un cruel padecimiento. El bastón colgaba de unos cordones en su transportín improvisado pero no acercó la mano en ningún momento, lo cual indicaba que no iba a poder luchar en modo alguno y que se encontraba más que incapacitado. Mejor. Uno menos del que preocuparse.
Con voz trémula, el hechicero se dirigió a los dos culpables de su situación, sin saber concretamente dónde estaban. Eso añadía más frustración. Sólo llevaba puesta la larga camisa negra a modo de túnica y las sandalias, cubriéndose los hombros y la cabeza con la capa verde. Su rebelde cabello negro estaba suelto y se le salía por los flancos de la capucha.
—Miradme. Mirad esto. Mirad lo que habéis hecho... —dijo con un tono de insuperable dolencia, levantándose la ropa para mostrar algo que tanto el mago como el bárbaro no tenían ganas de ver, —Habéis herido mi virilidad negándome tener hijos. ¿Y yo era el malo? ¿Pero qué clase de monstruos sois vosotros? ¿Ahora cómo podré seguir mi vida?—.
Luego, se echó a llorar abiertamente y tembló tanto que el Kôtan, el Solkann y Ëirim, si ese era su verdadero nombre, se deshicieron en cuidados por volver a recostarlo y taparlo bien con una manta.
Esto despertó ciertos sentimientos de culpabilidad en el joven mago y en el bárbaro. Una herida así en efecto que era algo agonioso y cruento de infligir, incluso en un fementido como el hechicero. Matarlo habría sido más directo y noble significando por lo tanto menos martirio. Y a colación de esto, Kerish se pronunció con un grito hacia lo alto, boca arriba como estaba en el suelo.
—¡Lo siento! ¿Pero sabes qué? Te lo tenías merecido. ¡Que te jodan! ¡Jódete tú y jodeos todos!—.
Temblando en medio de un alarido de dolor, Danndán fue llevado por sus compañeros a retaguardia, y el Señor de la Espina no sonrió de nuevo de esa forma feral como solía, con la seguridad de que tenía en su mano cuanto deseaba cada momento. No, la respuesta a esto estaba más allá de lo que, en esos segundos, podía comprender. Quizá Sagh sí lo hiciera.
—Cooome mierdaaa—.
—Así es querida. Así es—resopló el demonio, que sabía que ya no tenía mucho más tiempo, todos los acólitos de Míle llegarían en poco tiempo y, si lo aprovechaba bien, capturaría a los fugados con el mazo que podía usarse como ancla para el destino de una dimensión en la que había hecho algunos amigos; elevó una vez más sus requerimientos sin saber del todo de dónde provenía la voz y dejó una sentencia en el aire: —He curado a mi siervo, mi hijo, y poco a poco veremos cómo remite su malestar y resolvemos su dolencia. Pero a vosotros dos, os digo: rendíos ahora y no lo hagáis peor. Nos ahorraréis tiempo y a vosotros, sufrimientos—.
—Menudo cagao—se mofó el bárbaro por lo bajo, mirando al mago, quien con cara de circunstancias y apelando a todo lo que sabía y podía obtener de sí mismo, trataba de mantener la calma y un estado de concentración.
Éste le dijo, susurrando pero con voz grave: —No está de broma, Kerish. Quiere ganar tiempo antes de que el eclipse acabe para exprimir su enaltecimiento arcano. Seguramente nos mandará más incorpóreos antes de arriesgar a sus propias tropas—.
—O poseídos de esos, ¿no?—.
—Quizá, aunque no sé si sería la palabra adecuada—.
—Eh, yo tengo una. ¿Quieres oírla?—.
—Sé mi invitado—.
—Morticidas—.
—Por ahora llamémoslos "muertos", ya que muy vivos tampoco estaban. Los demonios no habían atrapado sus almas sino que las devoraron tomando posesión de sus cuerpos. ¿Entiendes?—.
—¡Maravilloso!—.
Los dos roncaron poco antes de prorrumpir en risas agudas y ahogadas ante una atónita Kyndra, que se preguntaba dónde se había metido y con quién. De todas maneras, no hizo mucho por interrumpirlos ya que aquel par de tunantes que habían mentido sobre sus respectivas identidades eran malditos héroes. Posiblemente comprendía muchas cosas debido a esa revelación, pero eso no la sacaría de allí con vida. De todas formas, aún tenía fe en su misión, en acabarla, y en los conjuros de los que podía hacer uso en un combate. Si estos dos chiflados eran capaces de hacer retroceder al enemigo como antes, se daría por contenta, cogerían los caballos y saldrían corriendo entre que demonios y hombres se lamentaban de sus heridas.
Pero tenía dos... bueno, ¡tres! Tres brujas colina abajo. Y parecían más expertas que ella en una amplia variedad de campos, a juzgar por la compañía. Lo cual llevaba al siguiente punto.
Míle se adelantó con cierto recelo a que le robaran el protagonismo. Tenía que reconocerle que no sólo era una joven bien parecida, con buen cuerpo y un pelo envidiable. Pero era terrible, sentía en ella un poder inmenso por desatar y que, por suerte, sólo encontraba cerrojos para evitar anegarlo todo de negrura. Pudiera ser que la propia Míle pusiera salvaguardas para eso, a pesar del deseo de poder que notaba hervir en su ser. Le gustaba atraer la atención, exhibir sus atributos con orgullo, y tomar lo que quería cuando quería. A lo mejor su historia fue triste y desafortunada, tanto que merecía un mínimo de comprensión y una charla al amor del fuego con un vaso de infusión. Con todo, la circunstancia era la que era y sólo cabía para Kyndra una posibilidad. Luchar hasta que una se rindiera. Jakáti, la otra, no parecía muy contenta y lidiaba con Sagh para que ésta no siguiera danzando y balanceando la espada cerca de los fieles exaltados de Míle.
Y cómo no, la princesa, la reina, la diosa, puso un pie con altivez sobre el badén en el cual comenzaba la colina. Sabía que estaban ahí, de seguro, porque se lo había dicho lo que corría por sus venas, su alma, y hacía que sus ojos ardieran pavorosamente por unos segundos.
—¡No te haré daño si sales, Kerish! Sólo quiero hablar antes de que pase lo inevitable. ¿No quieres hacer un trato?—.
El bárbaro se quedó mirando a la bruja guerrera y al mago con total y absoluta confusión. La incredulidad era tal que hasta dudaba siquiera de incorporarse, arco en mano, soltar un flechazo doble y empezar la pelea, o intentar averiguar las intenciones de Míle. Para Kyndra no había mucho que entender, estaba claro lo que quería.
Por otra parte, Zhard le instó con un gesto de su mano derecha y le susurró: —Adelante, te tengo cubierto—.
Decidido, el bárbaro, con el escudo antiguo y oxidado en el brazo izquierdo, puso una mano enguantada en metal en el redondeado borde. Si querían ganar tiempo, esta era la ocasión. El Señor de la Espina se puso a discutir entre que él se mostraba dejando atrás la roca y las varitas hirientes, hincadas para formar una suerte de diminuta empalizada, y se apareció ante las tropas enemigas para mantener un diálogo con la bruja.
—Así que quieres hacer un trato—resopló él, viendo que había diferencia de opiniones en el otro bando, si bien los salteadores fanáticos permanecían fieles a su señora.
—Eso es—replicó ella con los ojos brillando de nuevo, —Acércate más, baja esa colina y déjame verte mejor. ¿No estás cansado de huir?—.
—No te parece que esté huyendo, ¿verdad?—sonrió medio girando la cabeza hacia su hombro izquierdo, en el que brillaba el metal vestido.
—Aún no te has tirado a rogarme por tu vida, así que sí, estás huyendo de lo inevitable. Tienes que ser mío, bichito. ¡Pero no te preocupes! Sé que te da vergüenza admitirlo públicamente—.
—Sí. La verdad es que soy tímido—suspiró Kerish frotándose la nuca con la mano derecha.
—Y eso lo hará más delicioso aún—.
Míle se dejó ir a su parte oscura durante una risita perversa, con su piel engriseciendo hasta una palidez antinatural y los ojos tornándose cuencas negras que luego llameaban en rojo, con su melena también ennegrecida flotando embrujada. Tras este cambio, añadió: —Mira, bichito mío, lo primero que tienes que hacer antes de que armemos una orgía de sangre y vísceras, y luego pase una desgracia, es convencer a tu amigo de que se entregue. Luego, tú deberás luchar con... ese de ahí, porque dice que te quiere matar por lo de su padre—.
—Ah, sí—se encogió de hombros el bárbaro al reconocer a Ëirim, el travestido, —¿Por qué tenemos que luchar si quieres que me vaya contigo?—.
—Adoro el drama—.
—Pues no hace falta. Para mí, el pobre capullo está derrotado de sobras, me bastó un golpe para ponerle la cara tal como la tiene y dejarlo temblando en el suelo, lloriqueando—.
El aludido se inflamó y, en un arrebato de ira, se lanzó a por él. Con una mezcla de suerte y reflejos, sus compañeros y los siervos de Míle consiguieron sujetarlo a pesar de su violento arranque.
—¿QUE YO ESTABA LLORIQUEANDO? ¡TE VOY A MATAR, CABRONAZO! ¡ERES UN HIJO DE LA GRANDÍSIMA PUTA!—.
—Sí, ¡y temblabas como un jodido tocino!—le increpó Kerish, señalándolo de forma acusadora, —¡Temblabas como ese par de huevecillos feos que tienes metidos para dentro! ¡No me extraña que te hicieras pasar por mujer, harías mejor cortándotelos como tu padre! ¡Ëirim el Travestido!—.
—¡SOLTADMEEEE QUE LO MATO!—chilló de forma ridícula y aguda el increpado.
—¡Ëirim el Travestido!—gritó Kerish, retrocediendo colina arriba sin darles a todos la espalda, —¡Tiene las pelotas tan pequeñas que se las quiere esconder para siempre y fingir que es una mujer! ¡Debería darte vergüenza!—.
—¡MAMÁAAAAAAAAAAA! ¡DILE AAAAAAALGO!—.
—¡Ëirim el Travestido!—.
Y su madre acudió en su auxilio chillando como una loca, a lo que Míle puso freno con sus poderes al realizar una serie de movimientos que, a su voluntad, se multiplicaron levantando tierra del suelo y lanzándola incluso contra supropia gente, levantándolos en el aire y haciéndolos caer frente a los corceles, que piafaban y corrían sin rumbo golpeándose unos con otros. Un denso silencio se impuso constriñendo al menos a veinte personas de frente de tal modo que no podían ni hablar ni moverse. Luego, relajando este sortilegio de terrible alcance, reposó poniéndose una mano bajo la nariz para quitarse una gotita de sangre y despreciarla con un chasqueo de lengua. El bárbaro, gruñendo por la intensidad de la hechicería, la miró con locura poco antes de calmarse y notar que este embrujo menguaba.
—¿Puedes bajarme el martillo?—inquirió algo mareada.
—Ya no lo tengo—.
—¿No? ¿Qué has hecho con él?—.
—Está... a buen recaudo—.
—Pues vas a tener que traerlo la próxima vez que vengas para acá. Sin él, me temo que no tendremos ventaja alguna, bichito—.
—¡Deja de llamarme así, bruja!—gruñía Kerish con molestia, pero eso sólo hizo reír a Míle, quien volviendo a su estado normal le miró con los ojos muy abiertos, diciéndole: —¿O qué, me atarás a una estaca y me prenderás fuego? ¿Salarás un látigo y me marcarás el cuerpo con él, me clavarás púas de hierro, vas a encerrarme en una torre y a ponerme cadenas rodeada de talismanes? ¿O pondrás un dragón a vigilar ante el foso? Dime, ¿qué vas a hacer con Míle que no hayan hecho ya?—.
Ella avanzó algunos pasos y el joven se quedó mirándola con algo más que recelo. Era alarma. Estaba tan loca que seguramente correría tras él si le daba por echar a la carrera al mínimo movimiento. Bien podía ser una mujer en plenitud, atractiva, de cuerpo sensual y poseer a voluntad dones sobrenaturales, pero en el fondo, la Míle más humana se había dado la vuelta así misma porque su propio pueblo, su familia, todos habían intentado matarla por ser lo que era en vez de ayudarla a controlarlo. A ser mejor. Eso había hecho de la muchacha una depredadora. No pensaba en protegerse a la primera oportunidad, sino en saltar sobre su presa y sacar lo que quisiera de ella. Kerish no podía decir si su inestabilidad mental era la causante además de cualfuere su historia, y a decir verdad no le importaba nada. En ese momento, era como un animal acorralado por otro que, fuera más grande o pequeño, quería comérselo igual.
Míle representaba el por qué de la mayoría de los cuentos y la atroz realidad que escondían, esperando a ser desvelada. La gente pensaba en el final feliz, en que tal cosa se repetía todos los días como cuando se cerraba la tapa del libro una vez el protagonista llegaba a lograr su meta. Pero esa no era la finalidad del cuento. El verdadero cuento de hadas era atravesar el camino sorteando los obstáculos, pero luego, había otros, quizá menos fuertes aunque debían resolverse. Esos obstáculos solían estar también en uno mismo más que en el exterior. Surgen de cada uno. Todos quieren matar al dragón y rescatar a la princesa.
Lo que nadie se paraba a pensar, era que siempre hay dragones en alguna parte. En alguna parte de uno mismo, de la otra persona. O que la princesa es el dragón, o que el dragón custodiaba a la bruja para que ningún incauto la liberara.
En el caso de Míle no se podía juzgar del todo con certeza, ya que en sus ojos mortales había una aceptada, larga pena, y a pesar de la belleza salvaje en su rostro tenía un espíritu torcido. Con su piel y cabello cambiando nuevamente de tono, se plantó, mirando al guerrero con sus ojos imbuidos de negrura y ascuas.
—¡Ven conmigo, Kerish!—.
—Míle, ¡ven tú conmigo! Abandona todo esto, puedes empezar de nuevo y ser feliz. Usa a tus seguidores para salvarnos, acaba con ese demonio y pon fin a nuestros problemas—.
—¡Jajajajajaaaaaaaa! ¿Y crees que no lo haría encantada si quisiera?—.
—¿Entonces por qué no lo haces y dejas de perseguirnos? ¡Sólo llevará a más muertes!—.
—¡No quieeeroooo!—gimió como una niña que no quería separarse de su juguete favorito, —¡Me gusta! ¡Me gusta lo que siento, me gusta ser como soy!—.
—Míle...—.
—Puedo enseñarte tantas cosas que no imaginas... ¡lo poderoso que te haré cuando dejes entrar la oscuridad en ti! ¿Sabes cómo afecta a cada uno? Oh,¡cuánto podría ser nuestro! ¡He visto tantos mundos, tantos reinos en las estrellas...!—.
El bárbaro la miró, no a sus llameantes ojos como la reina-diosa en que se quería convertir, sino a los de la mujer bajo ellos que apenas conocía y que, a juzgar por su declaración, consideraba más allá de cualquier ayuda que pudiera tenderle. Ya no se trataba de locura. Míle había cruzado la frontera de lo irrecuperable, el punto de no retorno, y seguro que ella misma quemó su puente hacia la humanidad en algún momento, hace mucho. Se afligió por ella pensando por igual en atravesarle el corazón para acabar con su corrupta existencia, como en abrazarla y compartir su tristeza, su dolor y su rabia.
"Ven conmigo. Ven con nosotros. Tantos reinos en las estrellas. ¿Sabes cómo afecta a cada uno? Déjala entrar, deja entrar tu oscuridad en la oscuridad".
No era la voz de Míle tan sólo, era la propia Oscuridad que hablaba a través de ella, queriendo fundirse en Kerish y ser penetrada por él, descubrirle y ofrecérsele, abrazarlo y ser abrazada sin rencor ni miedo, tampoco con sumisión. Quererla, amarla, desearla, merecerla, reclamarla.
Y si bien esa lucha duró lo que pareciera una eternidad dentro de sí mismo, al final, dijo lo que sentía que debía decir con todo el dolor que ello le provocó.
—No—.
La bruja le miró, atónita, ante todos sus fieles, ante un interesado Señor de la Espina, una Sagh risueña y Jakáti encogiéndose como si algo le hubiese provocado un temor profundo. Sus ojos, uno humano y otro velado sobrenaturalmente, vieron algo en él y buscó cobijo en el manto de la perturbada compañera del demonio.
Míle pareció muy apenada. Estaba dentro, casi dentro de él, y podía sentirlo. Kerish también sufría, también era poderoso y podía asolar el mundo entero con divina cólera. Si quería.
Pero resistió, aunque la oscuridad estaba complacida de ello, a la par se dolía por el rechazo.
¿Por qué? ¿Por qué no se dejaba llevar, por qué no quería su...?
—¿Por qué no quieres? ¿Por qué no me quieres?—preguntó la bruja, y también por ella, la Oscuridad misma.
—Algo tan poderoso no puede ser del todo bueno—.
Dos lágrimas cayeron de los ojos de Míle, desbordando la sombra de su maquillaje y pareciendo que lloraba negrura. Tal tristeza la hizo parecer no sólo más oscura y atormentada e incomprendida, sino también más hermosa. Hermosa a la manera de las hadas, de los vampiros, de un amor insepulto que acosaba a su soñador como el suicidio a un amante malherido en lo más profundo de su alma. Y ese dolor, semejante a su corona, se le enredó en su oscuro corazón y lo hizo latir vivo, muy vivo, tan vivo que era un calvario.
No tenía el martillo, necesario para que el Señor de la Espina invirtiera el cauce en el que se le había confinado hace mucho. No tenía un consorte, ni su hijo en el vientre. Entonces sólo quedaba una cosa. Señaló al culpable de su actual desdicha, su gran día sería su día de ira, su terror y su retribución y, mientras él caminaba sin darle la espalda unos metros, dejándola allí plantada, Míle elevó unas palabras de fatalidad sobre sus acólitos.
—¡La purga está al fin al alcance!, el día de la destrucción está aquí. Todo lo que es malo, todo lo que tiene ojos, vuestros padres, vuestros líderes, aquellos que se llamarían a sí mismos vuestros jueces; aquellos que han mentido y corrompido la tierra, ¡todos ellos serán limpiados! ...—.
Kerish siguió subiendo la cuesta, pasó la barrera de piedras y vástagos y se situó de nuevo a la derecha de Kyndra con un Zhard curioso y horrorizado posándole la mano izquierda sobre su hombro diestro. No se dijeron nada. No hacía falta.
Míle continuó su discurso, que inflamaba a cuantos tenía delante. Su pena se volvía su fe en sí misma, y esa fe, también la depositaban otros haciéndola ser más fuerte.
—... Vosotros, hijos míos, sois el agua que lavará todo lo que ha ocurrido antes. En vuestra mano empuñáis mi luz, un destello en los ojos de Míle. Esta llama consumirá la oscuridad... ¡os consumirá hacia el paraíso!—.
Jakáti sintió verdadero pavor pero, por indicación de su abusivo socio, que en realidad estaba por encima de ella aunque le prometiese igualdad y poder sobre los demás, influyó con sus fuerzas a Míle, quien levantando ambos brazos hizo brotar de ella un torrente impío al que se unió el mismísimo Señor de la Espina y, poco más tarde, Sagh.
—Come mierda, ¡come! Comemierda...—.
De los ojos de los fieles a la bruja, crecían zarcillos negros bajo la piel que se extendían desde los párpados, desde las cuencas, desde los propios globos oculares, y titilaban extinguiendo toda blancura. Se miraron unos a otros sonrientes, feroces, compartiendo su dolor y su locura con armas en las que brillaba un tenue haz negro moteado en incandescente y antinatural rojo.
Estaban poseídos como los de antes pero de una manera distinta. Poseídos por su propia oscuridad, su propio deseo de cortar la luz y bañarse en su sangre porque podían hacerlo, porque les gustaba.
—Que suban—sonrió el Señor de la Espina dando palmadas y saltitos con sus pies bestiales, —Que suban la condenada colina y nos traigan al mago vivo. ¡Sin él,no hay trato!—.
Míle se retiró a su palanquín tras la multitud embelesada por sus artes inhumanas, llevados todos por su deseo, el deseo de la reina-diosa a la que adoraban, dispuestos a hacer su obra en todo el mundo. La nariz le sangraba de nuevo y un mareo insorteable se hacía con todos sus sentidos, atenazando sus miembros, otorgándole arcadas y alucinaciones grotescas. Y como si estuviera borracha, con el cuerpo lánguido y una risa demente, se dejó llevar en aquel estado sin querer oponerse en absoluto.
—Así las cosas—sonrió el demonio frotándose las garrudas manos, —Esperaremos—.
—¿A qué tenemos que esperar? ¡Vamos a por ellos!—renegó Jakáti con notable nerviosismo e impaciencia.
—Mira qué jaleo, mujer. ¿No crees que nuestro obrar debería ser más ordenado aun dentro del caos?—.
—Me lo sopla, ¡si demoro mi propia ofrenda en este eclipse, no habrá valido de nada el tiempo que me has prolongado! Perderé el...—.
—Suficiente charla, Jakáti. ¡Sé más observadora, por el amor de Solus! ¿Es que no has visto la pila de cadáveres de mis enviados encarnados? ¡Mira todas esas flechas y esos brutales cortes y estocadas! ¿Un par de mortales corrientes sería capaz de eso?—.
La bruja frunció los oscuros labios y miró, más atenta, los cuerpos pestilentes que aún humeaban su esencia oscura ante su peculiar visión. No dijo nada, intentaba asimilar e imaginarse todo lo que podría haber sucedido, quién podría ser el responsable. A medida que los exaltados ascendían por la colina con paso seguro, escudos antiguos de cuero, cobre y madera, y armas mal conservadas, el Señor de la Espina los señaló con un brazo que parecía seguirlos en su ascenso mientras la miraba a sus ojos, uno normal y otro velado.
—¡Tu ritual se completará cuando sacrifiques al que no me interesa, nos sobra tiempo! ¡Pero si no tentamos una reacción no sabremos cómo actuar, cuántos son en verdad y de qué medios disponen! ¡Los humanos sabéis hacer la guerra y tenéis vuestros cálculos! ¿No deberíamos hacer lo mismo?—.
—Yo... no soy humana—se quejó Jakáti por ser nombrada en ese género, ya que no quería para nada tener algo que ver con mortales.
—¡Perdooona, mi querida sacerdotisa de la magia negra, por mencionar tu origen, un origen del que me da que te va a costar mucho separarte si no estás atenta y no reaccionas en consecuencia!—le espetó el demonio con total sarcasmo, a lo que ella reaccionó con un bufido.
Poco después, empezó el combate real. Un restallido, dos, muchas flechas y gente gritando a causa de las heridas abiertas.
—¿Lo ves? Ya ha empezado, ¡sígueme!—la instó al mirar con sus ojos inhumanos hacia arriba, donde brillaban los sables y el silbido de las saetas se antojaba un zumbido abrupto y sordo al encontrar la carne que buscaba.
Para sorpresa de Jakáti, no se dirigió al a colina sino en dirección contraria.
—¿Pero qué vamos a hacer?—le interrogó la del cabello rubio y pálido, entre que la otra de la capa saltaba y reía, dejando atrás un pequeño grupo de guerreros que protegían a su reina-diosa.
—Tienes poder, ¿no?—.
—Por supuesto que lo tengo, ¡me lo dejé todo por él!—.
—Pero no tienes cerebro—negó con desaprobación más que divertida el Señor de la Espina, —No tienes cerebro para usarlo, ni verdadero carácter, ni inventiva. Verás, Jakáti, en este sitio reina una paz vigilante que costó dolor. Pero no hay rencor. No hay odio, no hay... Resentimiento. Estamos en un cementerio—.
—Hasta ahí, de acuerdo—gruñó la bruja, sintiéndose menospreciada a su lado como siempre, pero ya llegaría el momento de encumbrarse si tenía paciencia.
—Y esto, es un cementerio enorme. Los espíritus de los caídos seguramente estén aún por aquí de algún modo. No se les puede prometer revancha, no se les puede engañar. Pero se les puede dar un poquito de lo que tuvieron y, si les gusta, seguramente se decidan a volver a darse una vuelta por aquí. ¿A quién le disgusta un dulce sabroso tras tanto tiempo sin la oportunidad de tener uno entre las manos?—.
Poco a poco, Jakáti comprendió lo que quería hacer y se situó a su lado junto a Sagh. El demonio se acercó a una osamenta de las muchas en la plaza, tomando la espada de manos de su compañera, y partió un fémur izquierdo poco después de separarlo de su cápsula y de la rótula. Hurgó en el tuétano, escupió sobre él y tras clavarlo en la tierra, usó una calavera proveniente del mismo cuerpo. Por último, con la espada sobre esta suerte de exclamación, dirigió la punta hacia lo alto así las manos de sus asistentas obtenían un breve flujo sobre ella con el eclipse titilando sobre la superficie sombría de aquella arma. No parecía compuesta realmente de metal, sino que mostró su verdadera materia en cuanto su poseedor invocara las fuerzas oscuras, las fuerzas malignas, para alimentarse del cuenco negro que había formado en el vacío del éter. Las almas oscuras que se habían solidificado, dando un aspecto cristalino y férreo a la vez, unían cada pizca de aquel sable al que Sagh había dado forma desde el reino mortal para el demonio.
Y así, éste llamó a los que quisieran escucharle.
—Almas inquietas, oh, vosotros que sois los aterrados, los heridos, los gentiles, ¿habéis tomado juramento de no volver con los vivos? ¿Vendríais conmigo una vez más a estos suelos? ¡Os invito, os invito, cruzad y tomad mi mano! Nombraos, amados, repudiados, temidos, rechazados, indecisos, sojuzgados: ¿no os pertenece este mundo acaso? ¡Volved! ¡Volved a esta tierra, volved los alejados de la luz, los que lloran, los que sufren; si queréis vivir, vivid aquí y ahora! ¡Tomad estos cuerpos vuestros, tomad con la falta de su carne la promesa de una!—.
Un halo rojo se posó sobre el cráneo en el fémur roto, hizo temblar el suelo ligeramente y, a través de aquel par de cuencas, se dispararon dos chorros que flamearon cambiando toda la claridad en el ambiente por un verdor enfermizo y que tornaba en un apagado, sombrío azul. La luz les rodeó bajo el canalizado de la magia oscura que excretaban las dos brujas y el demonio, y formando una suerte de puerta circular, vieron como a través de una ventana de fina gasa etérea las apariciones que convocaban a manifestarse. Flotaban, penaban, aullaban, y como pequeñas deflagraciones, tentados por su invocador, se incorporaron en sus antiguos huesos para recoger las armas que blandiesen una última vez hace siglos.
El Señor de la Espina rió contemplando su obra, con poder sobre los pobres descarriados y ordenándoles acudir en dirección hacia el gran montículo donde casi media centena de personas bajaba rodando, malherida o muerta.
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La Dama de la Destrucción
Fantasía~ En la tormenta de los tiempos y la guerra, estaba predestinado que nacería un salvador, que combatiría junto a otros pocos contra la oscuridad y devolvería su equilibrio al mundo. Pero esa esperanza se ha perdido, el imperio se ha fragmentado y lo...