La noche transcurrió tranquila.
En los sueños, Kerish se entregaba a la joven Khala así como ella lo hacía de buen grado. Tenía la parte superior del cuerpo libre de prenda alguna y su par de sensualidad temblaba al balancearse de un lado a otro. Las manos del guerrero la tomaron con desenfreno por el cuello y ella sonrió al recibir un estallido que conmocionó a ambos para sumirlos en una embriaguez bienvenida. Una sombra estaba ahí de pie y se desvaneció en la penumbra. Cuando él devolvió la vista a la muchacha, vio que quien estaba resollando conmovida por la pasión y el éxtasis era su madre. Como por obra de un hechizo estaba allí, y su risa hizo que, con el corazón latiendo desbocado, Kerish despertase.
"¡Esa bruja!", pensó enrabietado aunque anoche tuviera un buen rato con ella, sintiéndose como si hubiese caído en alguna trampa. En realidad no era capaz de asegurar si Khala madre practicaba esas artes oscuras pero tenía la certeza de que, de algún modo que no podía explicar con su más profundo instinto, la jefa del pueblo había tejido un embrujo sobre él. La deseaba mucho y sin embargo su corazón sufría por Khala, la virgen que sería entregada a otro.
"Es el curso de las cosas", suspiró aunque ningún sonido abandonara su garganta por entre los labios de la boca, "Y aun así siento que yo podría haber hecho algo. Pero el qué, ¿desafiar a un desconocido por la mano de la doncella como en esas historias de caballeros que me contaban de niño?".
Se dio cuenta de que había madrugado y, aprestándose a vestirse en todo el silencio posible por no molestar a Zhard, el bárbaro se sentó sobre la cama a calzarse las botas tras mirar por el ventanal a su lado y cerrarlo como precaución. Nunca se sabía si uno de esos seres de la noche que parecían mujeres acechaban buscando alimentarse de la energía masculina de uno, en ocasiones hasta matarlo produciéndole sensuales sueños, o pesadillas. Acordándose de las visiones de su subconsciente de la noche pasada, a Kerish se le erizó el casi invisible vello de los brazos y se encorvó como un animal tensando los músculos de la espalda y el cuerpo para reprimir un escalofrío. El mago seguía roncando en la cama de al lado, a su izquierda si se ponía mirando hacia los pies y la puerta de la habitación, y pensó que los dioses le habían bendecido con una mente tranquila para conciliar y un don arcano pocas veces visto.
En su verdad más interna, el bárbaro se sentía impelido a hacer lo que quería hacer sin esperar consejo alguno. Estaba decidido y cuando lo tenía todo claro no importaba lo demás. Volvería en cuestión de minutos.
Así pues, sin desayunar y recordando dulcemente el momento que Khala le introdujera los dedos entre los labios con un trozo de lácteo curado exclamando "¡Di queso!", se ciñó el cinto con las dos espadas envainadas y dejó las otras armas junto a sus pertenencias. Eso sí, tomó en el arnés del mangual la hoja del guardián fantasmal apañándosela como pudo y salió del cuarto echando la llave. No quería que alguien, quien fuera, sorprendiera a Zhard con la guardia baja. Tenía la ventana y era un piso a nivel del camino, así que si se despertaba antes, podía salir por allí y buscarle en caso de necesidad.
Caminó hasta la casa junto al estanque y la estela conmemorativa y vio que para un día normal, el tránsito de mercancías y los viajeros se contaban por muchas decenas. La gente le miraba yendo como iba armado, y mientras que a algunos les parecía un obseso del filo, a otros les intimidaba su presencia o les causaba rechazo. Pocos veían en su rostro níveo y en su mirada oscura pero a un tiempo sincera una buena persona. Quizás tuvieran dones de adivinación. O puede que fueran unos ingenuos, pues Kerish no se consideraba a sí mismo como bueno si lo que tenía para todo el que se le opusiera en el camino, en cualquier momento, eran aceros hambrientos de carne que separar del hueso.
La enorme mansión de paredes y techos de madera con barro, pintada por debajo y el resto de rojo hacia las ventanas, le observaba con el mismo orgullo que la estirpe de hace generaciones dirigiendo el sino de aquellas tierras. Los guardias de la casa le miraban bajo sus lisos yelmos con largo nasal en actitud vigilante y curiosa, con los plateados broches ciñendo capas de verde parduzco con bordes dorados que simulaban afilados dientes aserrados, como los de los lobos. Ligeros escudos de cuero con tachón de hierro al medio colgaban de una correa sobre el hombro así como lanzas de punta de hierro patinado en negro hacían juego con espadas cortas sobre el muslo izquierdo, mirando a las rodelas con sus pomos de tubo. Eran hombres fornidos y que debían su fidelidad a la familia, escogidos de entre los mejores por aquellos pagos. No sería fácil sortearlos ni tampoco partirles el cráneo aunque eso último era mucho más sencillo de comprobar si los ánimos caldeaban.
Pero no hizo ninguna falta convencerlos ni luchar. Justo cuando iban a preguntarle a qué venía y adelantarse unos pasos, Kerish oyó voces por encima del muralito circular próximo al costado izquierdo de la mansión que le atrajeron. Sin dejarse ver, apoyó la mano zurda en uno de los toscos bloques asomándose para ver mejor siguiendo aquellas palabras de bienvenida cuyo tono le era conocido.
Era la voz de la joven Khala, rodeada de hombres y mujeres de edad diversa, saludándose todos entre sí y a ella sobre todo. Otro muchacho aunque más mayor y con la primera barba crecida y cuidada en su afeitado se erguía sobre los demás reunidos, una melena corta a la altura de las mejillas lucía pajiza y destacaba su frente debido a que una cola alta le recogía el cabello hacia atrás. De pecho iba semidesnudo con una túnica en un color de barro claro y crudo sobre el hombro diestro, y un broche de bronce sobre el que relucían cuentas blancas parecía simbolizar su rango. Unos brazaletes de oro rodeaban sus húmeros y varias pulseras de metales preciosos rodeaban sus muñecas. Ceñía espada, y la chiquilla de rojiza melena parecía estar muy contenta de verlo. Sin duda era su prometido.
Pero faltaba alguien.
—Tiene una luz especial cuando sonríe, ¿no es así?—.
Claro, su madre.
—Teníamos un trato—continuó Khala la mayor, y bien pudiera ser por una leve brisa o su sentido del combate, Kerish sabía que estaba lista para apuntarle con el arma y hundirla en su espalda, —Te dije que...—.
—Quiero que sea feliz—suspiró el hijo de los páramos, con el corazón ya estrujado del todo por las circunstancias, y soportándolo con el dominio del que fuera capaz sobre sí mismo, —Es cuanto me queda ya de ella—.
—Será feliz, te lo aseguro. Se llevan bien y tendrán niños que darán alegría y buen nombre a esta casa. Cuando pasen los meses su unión se hará real. Traerá mucha dicha para mí y para ellos dos, y para nuestros pueblos y antepasados—.
—Eso me vale—.
Los ojos de él se humedecieron por un instante viendo que la chica se volvía como si fuera a mirarle, pero no lo hizo. Sólo hablaba con los demás y no era consciente de que él estaba allí observándola en la distancia. Debiera estar pensando en el festival y las celebraciones y preparativos, o diciendo cuánto se alegraba de que hubieran venido al fin. Aquella a la que tenía Kerish a su espalda no le faltaba valor para acercarse así, aunque esa habilidad había triunfado esta vez sobradamente porque, además, el guerrero de las Tierras de la Noche tenía todos sus sentidos pendientes de la prometida. Su progenitora susurró con cierta sorna:
—Casi llego a pensar que venías a raptarla, o a por más de lo de ayer—.
Con enojo de rubor y apuro, además de cierto humor, se volvió hacia la madre de Khala con los trapecios tensos y los hombros echados hacia atrás, los brazos, tronco y muslos duros, mas luego aplacó ese peligroso signo de advertencia de que el dientes de sable saltaría de un momento a otro el ver una cálida expresión en el rostro de la mujer con lanza. Inclinando un poco la cabeza hacia el lado izquierdo, ella sonrió fijando sus pupilas en las de él. De nuevo esa especie de embrujo...
Luego, esa densa sensación de estar imantado hacia su imagen se desvaneció gradualmente y la jefa parpadeó con cierto aire coqueto.
—Has venido armado—.
Tal constatación pareciera delatar que él tenía otros planes y, si bien lo hubiera pensado en un principio al despertarse el día de hoy, había desistido deponiendo el impulso ante el juicio de la circunstancia y la razón. El honor de ser juez de uno mismo rara vez se tiene con seguridad.
Khala madre se aproximó a él y le acarició la mejilla derecha, y a su propio flanco se apoyaba en el simple astil de la lanza. Vestía con la capa negra de anoche y por debajo una fina túnica blanca con un ancho, adornado cinto dorado con nudos, lunas, sol y eclipses en su disco frontal. Se había recogido la melena en lo alto con una cola y los flequillos caían trenzados a ambos lados de su rostro de mandíbula compacta y ancha, como el retrato de una deidad. Alrededor de su cuello, varias alhajas y un pectoral como de láminas compuestas de monedas tacheadas de pequeños brillantes anaranjados. Podría ser ámbar de los feroces Reinos del Norte. Unos pendientes laminados danzaban con cada movimiento de los lóbulos de sus orejas, y en sus manos, refulgían anillos y en las muñecas muchas pulseras. Alguna la tenía alrededor de la zona superior del brazo. Estaba deslumbrante, aunque una sombra oscura le rodeaba los párpados con una línea fina hacia los flancos de su faz, dando una intensidad inhumana a su mirada.
La mano de Khala madre descendió por la garganta del guerrero salvaje hasta su pecho y lo presionó como si una tenue vibración traspasara las placas bajo la tela y el algodón, derramándose sobre su piel y huesos.
—Todo ese fuego, toda esa nieve... todo este poder debe ser controlado. Necesitas una mujer, Kerish. Una que pueda conseguirlo—susurró ella, como absorta y cerrando los párpados, igual que si mirase en la oscuridad del interior del muchacho con cuencas vacías y aun así llenas, —Puede que varias—.
—Quizá un día—medio sonrió él, algo divertido por lo que le parecía una broma, a pesar de que no lo era en absoluto.
—Quizá—suspiró la lancera, y separó los dedos y la palma de su mano izquierda notando una suerte de alivio o acaso languidez.
—Es mejor que me vaya—.
Justo cuando él iba a pasar por su diestra, la mujer antepuso el brazo con un gesto suave, lento, y le susurró de muy cerca: —No, así no—.
Una mueca socarrona se le puso a ambos en esos momentos y ella lo besó dando un largo suspiro, mordiéndole luego un poco el labio inferior. Aquella confesión estaba por encima de cualquier otra sin palabra alguna. Después, lo miró de forma inquietante y contuvo el aire por unos segundos, dejándolo salir muy despacio por la nariz y rezando a sus antepasados para que el rubor en su piel no delatara más anhelo del que debía.
—Ve a despedirte de ella, bárbaro—.
Sin más, apoyado por una celeridad asombrosa en un momento en que los dioses mismos se hubieran aterrado, Kerish se apoderó del capuchón blanco encordado en rojo y tomó la punta de la lanza de Khala. Ésta pensó que iba a ocurrir una desgracia, mas para su sorpresa, aquel varón de marmórea tez se tiró de la parte superior del cabello por la parte izquierda de su propia cabeza, y se cortó un mechón con el filo. Luego, volvió a enfundar el extremo hiriente con mucha lentitud, nada de aquellos reflejos animales que habían pillado a la mujer por sorpresa, y le dejó aquella porción en la mano izquierda, apretándole los dedos para cerrarla con los suyos. Tras un par de segundos cerrando los ojos y vaciándose de aire y sentimientos, el bárbaro volvió a abrir los párpados y se separó de ella, alejándose como un espectro.
—Ya lo he hecho—.
La madre de la cortejada y contenta Khala le miró con lágrimas corriéndole por las mejillas, algo que había sucedido en muy pocas veces durante sus casi cuarenta años de vida. Había entregado con total sentido y voluntad una parte de sí mismo. Un sacrificio por amor de verdad. Tomaría aquel mechón para adornarlo con cuero y plata y entregarlo a su hija en recuerdo de aquel joven que hiciera latir el corazón de las dos. Pues aunque por distintas razones y en modo, una parte de ellas también amaba a Kerish.
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La Dama de la Destrucción
Fantasy~ En la tormenta de los tiempos y la guerra, estaba predestinado que nacería un salvador, que combatiría junto a otros pocos contra la oscuridad y devolvería su equilibrio al mundo. Pero esa esperanza se ha perdido, el imperio se ha fragmentado y lo...