LII ~ A las montañas.

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Se dieron prisa en llegar al monte, saludaron al tendero que vivía en la cueva y comenzaron su ascenso.
A medida que caminaban cuesta arriba por una vía natural en la pared rocosa, el terreno se empezaba a acercar al interior de las montañas con anchura decreciente, por lo que ambos aventureros, cargados de arreos, se felicitaron por haber ido a Estára poco antes ya que era el sitio idóneo para dejar sus monturas. Hubo un trecho en que, mangual en mano, Kerish escaló para luego emplearlo ayudando a Zhard a subir y no caerse durante el trayecto.
Llegaron finalmente los dos amigos frente a la pared de las colinas que escalaron como si se tratara de los enormes vuelos de la falda de una giganta. No eran demasiado altas, pero desde luego ambos tenían razón en que no llegarían allí ni de broma con los corceles cansados aunque las cuestas se pronunciaran menos y el terreno permitiera su tránsito. Si el aprendiz no usó la magia para levitarse a sí mismo con el bárbaro, fue por dos razones obvias: había cosas que disfrutaba al conseguirlas sin magia y quería ahorrar sus energías para cuando llegase el momento de la verdad.
El hijo de las estepas que le acompañaba lo conseguía todo sin magia, era más fuerte en ese sentido, sin duda, pero el mago no era un guerrero ni nada que se le pareciese. En comparación a su compañero no contaba en su haber con una experiencia o disciplina general sobre las armas, y sin embargo, aprendiendo con él, se vio más apto para defenderse cuando el sortilegio no fuera viable, cosa que le valiera su papel como jefe de una malograda compañía de mercenarios. Y si bien era cierto que esto no prosperó en su momento, Zhard se sentía más seguro consigo mismo como hombre, más capaz de verse en el entorno y circunstancias sin el empleo de artes arcanas. Por ello, y por el desgaste de días anteriores, tomó la determinación de pasar sus límites y valerse aumentando sus conocimientos y habilidades sobre el terreno. Quería demostrarse a sí mismo que quizá podía conseguir ciertos objetivos usando su cuerpo, su mente, sus recursos en el escenario si podía disponer de ellos.
Se le habían metido en la cabeza cosas de Kerish, como usar la espada antes que la magia, luchar con coraje sin dudar ante el enemigo, aunque quizá en esto, el mago era más táctico dada su inteligencia y su nivel de saber. Y ahora, escalar en vez de levitar ahorrándose el potencial propio y desarrollarse como hombre de viajes, mundo y lucha. Sonrió al tiempo que seguían ascendiendo el accidentado lugar y pensó algo que le hizo reír, aunque Kerish no supiera por qué su compañero parecía tan alegre. 
"Todo se pega menos la hermosura".
Hollando una planicie donde crecían espiguitas trigueñas y unas flores blancas de aspecto algodonado pero como si se tratase de flequitos a lo largo de un tallo, caminaron en las alturas por un vasto promontorio que presentaba muy pocas irregularidades, dando la sensación de que un hacha gigantesca había cortado un pedazo de los montes para servirse de asiento.
Desde este extraño lugar en el que se asentaran el moho blanco y amarillento además de manchas oscuras por la humedad donde empezara a crecer, trasegaron una parte hacia el interior y saltaron un desfiladero practicado en la pared interior de una de las montañas, que servía a sí mismo de techado. Antes de que oscureciera del todo, por el margen izquierdo de aquellas formaciones que dividían el paisaje, se detuvieron para contemplar la vía que discurría cabe la foresta fronteriza por cientos de metros en caída libre a sus pies. Las luces de las aldeas y alguna ciudad se antojaban como lejanos insectos que flotaban refulgiendo pobremente en la penumbra creciente.
Se trataba de una calzada no muy lejana a un terreno lleno de pasto, un prado dorado aún a bajo las estrellas que parecía tornar a veces blanco a la luz de la luna. La senda se perdía entre los árboles y más colinas se alzaban a su alrededor entorpeciendo a los viajeros con masas de agua y otros accidentes terrenales. El mago se frotó los brazos bajo la capa de apagado verdor y miró a su compañero, que parecía inmerso en lo que sus ojos pudieran alcanzar en la lejanía.
—Sé que nunca te reconciliarás con la civilización, a pesar de sus bondades—.
—Es perversa y a veces, malvada—.
—¡También es cómoda!—.
—Y débil—.
—Pero al menos tienen casas de piedra, y madera—.
—Y creen que por eso, están a salvo y sólo luchan los que llaman guardias o soldados...—.
—¡Es que no todo el mundo vale para usar la lanza, amigo mío!—sonrió Zhard frotándose las manos, —Hemos apartado los días de vivir entre las bestias y podemos conservar el calor. Bueno, pueden, ellos. No nosotros, que estamos aquí arriba—.
Observó que Kerish tenía frío por la leve rugosidad expresa en la piel de sus brazos blancos, pero no se quejaba ni temblaba lo mínimo. Era costumbre la suya el estar en condiciones poco gentiles para con el hombre, si bien el viento acrecentaba la sensación ambiental que atacaba sus cuerpos como un espectro molesto por su presencia mortal en aquel lugar donde pocos se atrevían a ir. O igual, pensaba el mago, esto era un día normal y templado en la tierra de donde el bárbaro provenía. Sin darle más vueltas a eso, se giró para conjurar una pequeña pelotita luminosa que salió de sus manos y, con un gesto de su dedo índice de la mano izquierda y el dorso de la contraria, pareció poder situarla ante sí como un farolillo flotante pese a las protestas de Kerish, molesto porque emplease la magia sin avisarle antes. Por un instante, se había olvidado de lo que causaba cerca de él la esencia sortílega.
—Así veremos si esa parte de ahí delante nos lleva a una parada más transitable y regular—.
Ninguno de los dos tardó mucho en encontrar sitio en el cual recogerse tras casi media hora camino adentro entre pasajes de piedra y claros terrosos donde abundaban algunas flores como las que vieran al llegar. A más altitud, pues casi sin contarlo estaban ya a mucho sobre el nivel del suelo de los prados, les aguardaba una extensión cercana a una masa arbórea que en efecto se derramaba sobre el rocaje y el camino que abandonaba la parte habitada de Kashay para internarse en sus fronteras. Daba la impresión de que o bien el bosque había intentado llegar allí, o si acaso, era su lugar de partida. Ya comprobado el entorno y una cuesta en descenso que vigilarían por turnos, montaron el campamento. Kerish y él reunieron algunas ramas caídas que aún tenían hojas como afiladas y largas lágrimas para formar un parapeto, reuniendo las pertenencias bajo él a la par que los huecos excavados afianzaban su improvisado refugio contra la pared frontal añadiendo rocas de buen tamaño a su base. Todo quedaba igual que si un techadillo de maderos se precipitase sobre la superficie pétrea que destilaba cierto óxido al contar con metales en su composición mineral, y para darse un descanso en cuanto se esfumara el sortilegio lumínico, ya tenían apoyadas las cabezas en los cantos reunidos sobre los que a su vez estaban las mochilas.
Zhard se encargó de disponer la cena. Mientras comían, ambos encontraron regocijo en la mutua compañía y el calor de las llamas, iluminando la noche con un débil fuego alimentado con la poca leña seca que encontraron, pues se habían dejado atrás un tramo de frondosidad inexplorada a la que no pensaban regresar. Tampoco hizo falta mucho más. La cecina, la manteca endulzada con trocitos de diferentes frutas y los frutos secos hicieron mucho por su paladar. El bárbaro se levantó un momento y fue a orinar en un pequeño hueco que hizo con un pie en el suelo terroso y rojizo, y preguntándose al resplandor de la fogata si sería posible algo, sacó de la funda su puñal de hoja sinuosa y arrancó algo de corteza a un árbol que tenía delante. La comprobó soplando algunos insectos pequeños: era densa, no tenía mal aspecto y por lo demás, resultaba ligeramente seca y gris. Ardería purificando el fuego, se dijo al reconocerla por el tacto, y arrancó algunos trozos más volviendo con Zhard para echarlos al hogar que se hubieran apañado entre los dos.
—¡Pues no huele mal! Hasta siento que, si respiro no del todo muy cerca, lo puedo hacer limpiamente—se consoló el mago.
—Este tipo de árbol puede crecer en cualquier sitio, sea de agua salada o dulce. Suelen ser grandes, bastante grandes—.
—Entonces lo conoces—.
—Gracias al abuelo, y a mi madre. Sabían de cosas así—.
—¿No habría sido mejor traer esto antes?—.
—No estaba seguro de que lo fuera—suspiró Kerish encogiéndose de hombros, ya sentado ante el calor de las cimbreantes flamas, —Las hojas de las ramas que traje tienen un tono apagado y una especie de color como rojo rosado por encima de algunas. Suelen ser más verdosas—.
—Por lo que me imagino, en tu tierra los árboles no son muy parecidos—.
—Hay de todo, al menos lo que conozco. Pero no es mucho. Y a no ser que los cortemos para hacer postes sobre los que alzar nuestras tiendas, o para leñar, no solemos ocuparlos mucho—.
—Pues hay unos que tienen forma como de púa o estilete, ¿sabes? Y de sus ramas brotan ramitas más pequeñas cubiertas de pequeñas escamas y agujas que no pinchan en sus pequeños tallos, pero de lejos parecen como pelo. Son totalmente azules y de ellas nacen piñones de un pálido color verde y azulado, depende. Con ellos se hacen pastas, especias, mantecados y otros dulces en mi tierra. Pero no hay muchos árboles como esos ya así por el mundo, y parece que sólo florecen en regiones concretas. Son un poco caros—, dio un bocado a uno de los lingotes de manteca y fruta para luego mecerlo ante sí mientras concluía sobre el asunto: —El sabor que tienen éstos, me los ha recordado mucho—.
Kerish sonrió tomando su postre también y se quedó mirando por largos segundos hacia la cuesta que bajaba a la siguiente etapa de su viaje.
—Me pasa algo con las mujeres—declaró en uno de sus inéditos accesos al interior de sí mismo, pero también hacia el exterior ante otro.
—¡Déjame adivinar!—reía el mago remangándose la túnica y sacando el tapón a su botellín de aguafuerte, —¿El problema es que no sabes cómo atraerlas? ¡El fantástico Zhard, conquistador de corazones, te iniciará en el exquisito arte del cortejo!—, luego meció la cabeza con gesto más serio, parpadeando con desgana; —Aunque no has sido un alumno muy aventajado en ediciones anteriores...—.
—No es eso—susurró el bárbaro, cruzándose de brazos y devolviéndole la mirada, —No es que las odie, ¿vale? Pero es como que me causan rechazo—.
—Hay personas poco reconciliadas con la naturaleza, Kerish—pronunció suavemente y con comprensión el mago.
—No es mi caso, de verdad. O sea, no me dan asco... Ni estoy mal de la cabeza ni nada—.
—¡Eso último es discutible!—.
—Digo de creerme mujer y eso cuando soy un hombre—.
—¡Ah, vale! Error mío. No sabía que te referías a tal cosa—se excusó Zhard, —Quieres decir que podría ser más una enfermedad del alma que del cuerpo. Las hembras no te causan repulsión de forma incoherente—.
—Pero las prefiero lejos aunque las quiera cerca, y por más que me esfuerce en quererlas, al final, pasa algo y acabo odiando y sintiéndome vacío. Y ese vacío, a veces es más grande que el odio y no quiero tener nada que ver—.
—¿A qué se parece ese "vacío"?—.
—Es... como si te falta el aire, y a la vez, arde un fuego que va quemándote muy débilmente por dentro. Como un veneno. Te mata despacio pero no del todo, haciendo que te mantengas en una lenta agonía. Te deja sin ganas de nada, más aún cuando notas que es como que te quieren para algo, y no por ser tú mismo—.
—Entiendo que, tras los hechos más o menos recientes, tu poca o casi inexistente confianza en el género femenino ha vuelto a ser tal. Y no quieres a una mujer ni de lejos a pesar de que te gustan, como a todo varón que se precie. Lo cual explicaría tus reticencias y timidez así como una desgana total por hallar los afectos de una—constató Zhard con total claridad al mismo que, ligeramente despatarrado y con una pierna recogida y la otra estirada, levantaba el dedo índice de su mano derecha hacia el techo improvisado del refugio como si hubiera hallado la epifanía celestial.
—Sí—gruñó él algo aturdido, frunciendo la nariz y entrecerrando los ojos con mueca confusa, —Algo así, supongo—.
—En realidad nunca te has planteado estas cosas, ¿no?—.
—No suelo. Me basta con vivir o no vivir, y seguir adelante todo lo que puedo. Pero no me lo ponen fácil. Cuanto más siento algo por alguien, más me hiere después—.
—Creía que el dolor no te asustaba—, Zhard dio un trago a su bebida y puso el tapón para situar el envase junto al resto de sus cosas.
—Y no me asusta—gruñó suavemente a esa provocación o que al menos, se lo parecía, abriendo su botella para darle un largo trago poco antes de decir: —Lo que no quiero, es llegar a tener que aguantarlo si quien lo produce puede metérselo por donde le quepa y dejarme en paz—.
—Las relaciones son así, amigo mío: cuando nos damos a alguien, siempre hay un lado por donde hiere quererlo. Nosotros herimos, a veces sin darnos cuenta, y otras, dando por hecho que no causamos ese sufrimiento a otro o aplicándonos mierda en los ojos para presumir una ceguera. Los hay que, sin duda, te echarán la culpa de sufrir tú mismo lo que ellos te hagan. Mira. Creo que, simplemente, los hombres y las mujeres somos complicados el uno para el otro, y hay cosas que no vemos de inmediato. Si lo hiciéramos, te puedo decir que con toda seguridad, evitaríamos mucho el daño pero también la experiencia de que nos dota la vida y entonces seríamos mecanismos sin alma, no personas. En la otra mano, siempre puedes intentar afrontar los riesgos y conflictos lo mejor que sepas cuanto más sepas de ti mismo y del otro. Hay una lección en las cosas, la de no caer en lo malo y aprender de ese error si es que ocurre—.
—Pues los hay que no aprenden, por lo visto—.
—¡Tú no eres patoso ni imbécil!—se carcajeó Zhard masticando otro trozo de su dulce de mantequilla, —Lo que pasa es que, a veces, vemos venir los signos de un desastre y otras no. Algunas, queremos ignorarlos pese a sentir la punzada en el costado y sonreír por un momento mejor. Por más que aprendamos, eso no significa que no se nos pueda engañar más de una vez, o que la siguiente trampa sea igual o en el mismo sitio que la anterior. Debemos luchar con los medios a nuestro alcance para aceptar que algo fue mal, que debemos pasar esa zanja llenándola con nuestros sentimientos pisoteados y llegar al otro lado...—.
Para Kerish, aquello era como estar en medio de un abismo que tenía que colapsar de cadáveres ensangrentados para formar un puente, y cruzarlo. Quizá hacia otro abismo más grande.
—...Porque quizá nos esperen personas maravillosas, Kerish. Quizá hay alguien más con quien pasar nuestros momentos felices, ¡a lo mejor no durante cinco o diez años!, sino los momentos que importan. Y eso, amigo mío, ¡es la verdadera felicidad! ¿Qué hay asegurado en esta vida? Si alguien te hizo daño, lo siento. Pero no te lo harán ni una vez ni dos, sino más, y debes aprender a sortear ese peligro para el corazón, ese veneno para el alma y reconocer que a tu alrededor no termina tu mundo. Hay más por ver, más por descubrir, y puedes hallar consuelo y cariño en brazos de las personas que puedan llegar a ti, si les dejas. Pero tú eres el primero que debe ayudarse, contigo mismo y con los demás, a saltar ese agujero, a dejarlo atrás, y a vivir descargándote del dolor. Además, tú también de seguro, se lo has descargado a no pocas mujeres. ¿Te hicieron daño, te decepcionaron, te dejaron escapar? Bien, es su problema. Que te cause disgusto no debe aminorar la valía de tu ser. Si se conforman con un charco, el único charco que encuentran al final, te hacen un favor permitiéndote ser una fuente de agua pura. Te han perdido y tú has ganado contigo mismo al cambio aunque no lo veas de inmediato. El amor empieza en uno mismo, Kerish, y el desamor, lo suele empezar el otro—.
—No lo sé—suspiró el joven con amarga melancolía, —Siempre he sido independiente, confiado en mis posibilidades, he roto mis límites y logrado lo que otros no. Siento que, cada vez que alguien me dice cuánto valgo y me abre sus brazos ofreciéndome los pechos, es una trampa y todo lo que soy no vale. No es suficiente para evitarla, o para que esa persona se lo piense dos veces y me deje en paz. Como si... ¡Como si fueran malditos vampiros que necesitan tu sangre! Te dejan seco, y entonces intentan quitarte todo lo que te queda—.
—Pero has prevalecido—asintió el mágico, extendiendo las manos hacia él con expresión alegre, —Y te veo, aquí, acompañándome en esta loca aventura que no sé cómo va a terminar. Sigues siendo Kerish, el bárbaro—.
—O su fantasma—medio sonrió él, sombrío y con ese humor negro suyo, pero luego se incorporó un poco más para mirar a su compañero en silencio y sorber más aguardiente de la botella.
Éste negó con la cabeza mientras se echaba el cabello hacia atrás con una mano, acariciándose los mechones entremezclados de rubio, plateado y blanco.
—Es cierto que dejamos algo atrás cuando libramos esa batalla en el corazón. Dejamos heridos, dejamos muertos. Dejamos trozos de nuestra ilusión y nuestro afecto que no han sobrevivido o que, difícilmente, lograrán conseguirlo. ¿Los recuperamos alguna vez? Pues no lo sé. Pero puedo decirte que no se trata del todo de eso para mí. Con cada persona que nos hace sentir por ella, surgen sentimientos nuestros, y, a pesar de que somos su origen, me gusta creer que yo sigo siendo yo, pero con esa persona. Que la pasión, el cariño, la sonrisa, el abrazo, no me los han arrebatado otras. No. Son míos pero están flotando en alguna parte donde no puedo verlos, donde no los puedo alcanzar y por más que tire de la cuerda, una marea tempestuosa los aleja de mí hasta que llega ese alguien y halamos juntos. Que esta mujer que ha llegado a mi vida y yo a la suya, tiene los lazos a esas porciones de mi ser, y las une, o las hace surgir de ella y las deja en mí. Si el amor puede romper, también puede reconstruir, ¿no te parece?—.
Boqueando suavemente, el bárbaro desvió la mirada a la accidental techumbre y al despejado cielo nocturno desde el que le guiñaba un triel de estrellas verdosas. La luna tenía aún una sombra ligeramente cobriza al amparo de su compañera, carente de todo resplandor. Se tomó unos instantes de silencio tratando de entender lo que Zhard decía y, por fin, tuvo un pensamiento claro de todo ello.
—La otra noche conocí a una joven. Como ya sabes. Sólo fue un día, sólo fue... no sé cuánto rato, hasta que vi sus ojos en los míos. No sé si nos volveremos a ver ni si ella querría estar conmigo como entonces, o si para cuando ese día llegue, tenga un marido. Pero no importa. Lo que importa, es que fue sincera y pura a su manera. Me sentí mal por ello, como si fuera indigno o lo peor que podría pasarle. Puede que la mierda de otros se pegue a uno, y por eso, enfermemos a otros si no nos la sabemos quitar. Quiero decir, fue buena conmigo hasta el punto de confesarme su deseo y darme su ternura sin que hiciera falta nada más. Y nos dimos abrazos, y besos, y caricias. Fue como un sueño. Y me sentí culpable, también, como si tras todo lo vivido al encontrar a alguien fuese mi culpa que ocurrieran cosas desafortunadas o llevase conmigo alguna maldición. A lo mejor, soy un tonto del culo que prefiere alejarse y herirse sin dar oportunidad a los demás de que lo hieran, o de que le saquen de su error y le muestren lo equivocado que está. ¡Bah! Eso no importa, tampoco. Sólo entendí, y eso me lo dijo ella, que no estaba cometiendo ningún crimen. Nunca me dijo si sufría igual que yo, si fuimos la cura de un dolor el uno para el otro a la vez o sólo por una parte. ¿La verdad? Me sentí mejor. Más... sano. Más libre. Aunque me entristeció que se fuera, no fue como sentirse triste de verdad. Dijo que eso es "el dolor del que debíamos florecer" o algo así. Era extraña y bella, inocente y sabia a un tiempo. No la entendí entonces. Hoy recuerdo esa noche y sonrío..., ¡a lo mejor, tienes razón en lo que dices! Y yo sé que el dolor no dura siempre. No tiene la última palabra, pero nosotros sí—.
Llevándose las manos al rostro y luego a la boca, Zhard se dio libremente a las carcajadas y aplaudió con escándalo y gran emoción al escuchar los pensamientos que rondaban dentro de esa cabeza dura y totalmente desconocida, asintiendo: —¡Así se habla! ¿Ves? ¡Tienes ante ti el camino y la fuerza para crecer en él! ¿Cuántos hombres y mujeres habrían querido tener esa misma claridad a la hora de examinar sus vidas? ¿Te das cuenta de que hasta podrías ser un posible erudito? ¡Quizá con un tiempo!—.
—Hay demasiados "quizás" en tu boca, "chamán"—rió Kerish de buena gana, moviendo un pie al mismo que ejercía un gesto de abulia, como una perezosa bofetada al aire con su mano derecha que sumiera la idea en el total desinterés, —¡Prefiero algo más seguro, por Choddan!—.
—Hacía tiempo que no me llamabas así—se felicitó sabiendo que el bárbaro, o al menos su cultura, tenía una gran estima a los chamanes, como siempre.
Con un gruñido, el guerrero salvaje le espetó: —Hacía tiempo que no me hacías pensar tanto—.
Silencio.
Silencio...
Más silencio, sin dejar de mirarse.
Y luego, rompieron a reír nuevamente mientras el fuego parecía también animarse y danzar con alegría para entretenerlos.

La Dama de la DestrucciónDonde viven las historias. Descúbrelo ahora