XV ~ Bellas pero bestias.

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—Preciosa. Eso es lo que sois, milady—.
—No sé, soy muy normal—.
—Es normal el rocío, perlando de sensualidad los tiernos y suaves pétalos, cuando a la madrugada oscura alumbra el alba y, aun así, precioso. Lo mismo es con vos, milady, como con todas las más hermosas obras de la naturaleza con que los dioses nos bendicen—.
El mago tomó la mano de la muchacha de la trenza que llevaba la taberna junto con su hermana, algo más generosa de curvas pero a la que rondaba un maromo de cabello corto pajizo y barbas mal afeitadas. Habría ido por ella primero pero su hermana menor le entró por el ojo y, había que admitirlo, era muy guapa. Barbilla fina, facciones lisas, ojos un poco grandes pero refulgentes, y una sonrisa dulce. La misma que, con cierta incomodidad, otorgaba a Zhard la dicha de que sus palabras eran tan bien recibidas.
—Señor, ¿qué quieres de mí?—.
La misma pregunta que solían hacer cuando no estaban seguras de si lo pasarían bien con una pareja íntima, o tanteaban torpemente el terreno en vez de ser sinceras. "¿Qué quieres de mí?", se repetía Zhard en su cabeza y riendo por dentro. Le gustaban las jóvenes con un punto de ingenuidad, mas, cuando la cosa era tan evidente, casi pareciera que hacerse las tontas le sacara de sus casillas y tuviera que verse obligado a justificar que le gustaban y punto. Miró a los ojos de la moza poco antes de responder de forma muy natural, cercana y sin lenguaje palaciego y culto, llanamente por completo.
—¿Que qué quiero de ti? Querida, ¡ni que te estuviera atracando a mano armada!—.
—Ya, pero...—.
—Eres bella y has atraído mi atención. Quiero conocerte, sentirte, y que acaricies mi corazón de viajero en estas horas que mi alma pena en soledad—.
—Pero tu amigo, ¿qué hay de él?—.
—Nos dejará intimidad, créeme—.
—No, si digo que solo no estás—.
—Hablo en sentido íntimo y sentimental—.
—Mmmmh, no sé...—.
—¿De qué tengo que convencerte?—.
Ahora, ella tenía el dilema. Le gustaba, era alto, atractivo, y de unos rasgos que no se veían mucho por ahí, lo cual sumaba un factor ciertamente exótico al ser de tez broncínea y cabellos casi canos del todo. Esos ojos verdes y luminosos quedaron fijos en ella como esmeraldas radiantes, aguardando una respuesta. No había nada de malo en él, así que, ¿cuál era el problema?
La pretendían un par de mozos del pueblo y ella aceptaba sus halagos y atenciones sintiéndose valorada y codiciada, pero se decía a sí misma que no era para tanto. Aun así, no ignoraba lo que veía por las mañanas al mirarse en el espejo con el camisón descompuesto y el cabello revuelto: tenía una figura que no pocas por allí anhelaban y unos labios sensuales y rojos. Era hermosa, y lo sabía. El corazón le pulsaba por cómo el muchacho de melena tan clara le hacía la corte, hablándole desde hacía unos minutos como a una princesa de los reinos civilizados, y por un instante, una ensoñación la introdujo en una fantasía donde su interlocutor masculino bailaba con ella en un salón resplandeciente, los dos vestidos con ropas extrañas pero regias y cubiertos de alhajas.
La mano de Zhard apretó suavemente el dorso de la de ella con un pulgar para sacarla de la imaginación a la realidad, y fijó las pupilas en aquella boca que tentaba al beso.
—Me iré, entonces. Quizá nos crucemos mañana, poco antes de que abandone tu pueblo—.
—¿Te vas tan rápido?—.
—Sin razones que me retengan, temo que así será. Los magos debemos hallar nuestra senda—suspiró él, frunciendo las cejas con cierto amargor, —Temo gastar muy rápido mi tesoro antes de que esté al servicio de un dadivoso monarca si la tristeza me hace beber más vino—.
Con lentitud deliberada, Zhard tomó el jarro grande que, al abandonar la vera de Kerish, hubiera solicitado para ambos. Una mujer de melena rojiza y clara se acercó lanza en mano a la mesa, y pareció intercambiar algunas palabras con el bárbaro y la chiquilla que fuera a su encuentro, mas no le prestó mucha atención. Estaba pendiente de la moza de la taberna, quien le mirara tímidamente. Un brillo leve palpitaba en sus ojos pero era suficiente para identificar lo que había tras él.
La curiosidad de ella por un hombre de su supuesto valor hizo que, en resultas, guardara mayor aprecio por el gesto e interés que el viajero demostrara entonces. Mago, tesoro, dadivoso monarca.
—Así que... un mago. ¿Y esas riquezas de las que hablas?—.
—Ah, sí—medio sonrió Zhard, aunque no era por lo que ella le dijera en ese momento, —Soy un mago. De hecho, he salido por poco de una aventura en la que mi fiel sirviente y yo nos cobramos cierta retribución por purgar una guarida de monstruos horribles—.
Más interesada aún, la chica se apoyó sobre un codo en la barra y le miró fijamente, entrecerrando los párpados. Nuevamente, esa actitud de tener que poner a prueba todo como si por el hecho de estar una de buen ver, un hombre debiera incluso dar fe del tuétano de sus propios huesos por si pasaba alguien que debiera ser considerado con una médula mejor, y demostrar que lo merece más. Era un juego molesto y absurdo, pero un juego a fin de cuentas, y a Zhard le gustaba jugarlo aunque en alguna ocasión perdiera. Así, la muchacha le señaló acusadora con un dedo y rió entre dientes.
—Ya, ¿y si sois tan buenos e importantes, cómo es que vais solos? Además, deberíais llevar una escolta y no veo hombres de armas de rey alguno por aquí—.
Buen punto. Pero el mago tenía también respuestas a eso.
—Él es toda la escolta que necesito—señaló a Kerish con la barbilla, cruzándose de brazos sobre la túnica, y luego parpadeó sin prisas con total seguridad ante el siguiente paso a seguir, —Aun así, hemos venido desde Kirrsav tras desempeñar un papel en la batalla que tuvo que librar contra las fuerzas del mal hace no mucho. ¿No habéis tenido noticias de eso?—.
—N-no... o sea, aquí sólo han llegado ciertos rumores—.
—Pues más te cuento: salimos de allí tras unos días de reposo cuando la batalla acabó, ¡y nos entrevistó el mismísimo Tasrak Espadadefuego! Uno de los altos tácticos del rey de Vilenia nos prestó su apoyo y se presentó a clarificar las cosas. Hemos ido los dos solos por el camino hasta que padecimos un asalto por parte de unas criaturas que devoraban personas, y quedé en mal estado. Me recuperé con Kerish velando por mi seguridad. ¿Hace falta más teniendo a la Bestia de Kirrsav guardando mis espaldas? Además, así llamamos poco la atención. De todos modos, hasta hace unos días viajábamos con escolta siguiendo el mismo camino que una caravana para llegar hasta aquí—.
—Parece que has vivido muchas aventuras—.
—Y puedo contártelas, si lo deseas—.
—¿Y qué harás aquí, señor mago? ¿Otra aventura te trajo a estas tierras?—susurró ella acercándose más de nuevo, hasta que las dos manos de Zhard envolvían las suyas.
—Tengo una misión que procuraré finalizar mañana. Y seguramente, retornemos—.
—Sería una lástima—.
—Sí, aunque algo podría retenerme un tiempo más...—.
—¿No tienes prisa?—.
—Puedo demorarme lo justo por una buena razón. ¿Te veré esta noche?—.
Y de nuevo, se lo pensó, como si hubiera que dudar de la pasión y el deseo, fuera a ser que pasara otro por delante en ese momento o dentro de cien años que a lo mejor conviniera más. Pero sí, respondió tras el justo suspense, alejándose a un gesto de su futuro cuñado y de su propia hermana, que la reclamaba para atender más mesas.
—Tendrá que ser rápido. Y discreto—.
—Considéralo hecho, mi bella dama—.
—Y por favor, ¡insisto en la discreción! Es un pueblo pequeño—.
—Daré un rato libre a mi guardián y nuestra pasión será sólo nuestra. Confía en mí—.
—Confiaré, señor mago, si no me haces caer en un embrujo—rió la moza, y volvió a sus quehaceres.
Mientras tanto, regalándose la vista, Zhard la señaló en un momento en que ella volvía a mirarlo con una sonrisa apenas contenida y rubor en las mejillas rosadas, y le dijo: —¡He sido yo a quien has hechizado!—.
Luego, volvió con el vino junto a Kerish y se sentó frente a él otra vez. Éste se le quedó mirando y del pastel apenas quedaba un cuarto, pero suficiente para cenar sin demasiado peso que cargar luego.
—¿Ya te la has comido?—.
—Se está haciendo a fuego lento, amigo mío. ¿Y la...?—.
—Aquí está—susurró el bárbaro acercándole la cajita con un pie por debajo de la mesa, y volvió al tema, —Entonces vais a veros luego—.
—Verás, de eso te quería hablar—.
—Necesitas la habitación para ti solo—.
—¡Bueno, no para mí solo!—.
—Es un decir, me refiero a que vais a deshacer tu cama—.
—Necesitaré un par de horas como mucho, ¿de acuerdo? Te daré la señal cuando ella venga—.
—Sin pegas—.
—¡Eh! ¿Por qué no vas a visitar a tu amiga? La pelirroja esa tan tierna con voz de duendecilla traviesa—.
—No—.
Kerish tomó un vaso sirviéndose vino, y luego escanció a Zhard manteniendo la mirada en la mesa. El mago, intrigado, echó los hombros hacia delante sujetando el vaso con las dos manos y giró un poco el rostro aunque los ojos apuntaban hacia el guerrero.
—¿Qué te lo impide?—.
—Su madre—.

La Dama de la DestrucciónDonde viven las historias. Descúbrelo ahora