𝐯𝐞𝐢𝐧𝐭𝐞

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Annie no era la única.
Armin Arlert.

—¿Por qué romperían el muro los titanes?—me pregunté yo, pensativo mientras caminaba aún lado de mis amigos, quienes giraron a mirarme.

—No es la primera vez, ellos rompieron el muro María para entrar a nuestra ciudad.—me dijo Eren, pero aún así, estaba dudoso.

—Solo derribaron la puerta de la ciudad, nada más.—musité, visualizando imágenes en mi mente, aquel momento, fue un caos.

—Oye Armin, ¿en qué estás pensando?—Mikasa se paró frente a mi, mientras que Ainara iguale mente me miraba, desconcertada.

—En que los muros no tienen espacios abiertos entre las piedras, ni tampoco alguna grieta, nadie sabe cómo levantaron los muros.—respondí, dejándoles desconcertados.

—¿Titanes en los muros?—fue lo único que retumbaba en los oídos de Eren, como en los míos.

Hacía frío. La ventisca en esta noche estaba ocasionándome escalofríos continuos. Estábamos exhaustos, el hecho de que saliéramos tan tarde y con una noticia estremecedora de que la muralla Rose fue invadida por titanes, nos mantenía al menos despiertos. En aquella carreta, extrañamente un hombre nos acompañaba. No era cualquiera, a diferencia de nosotros que solo éramos unos simples cadetes. Aquel hombre era nada y más, y nada menos que un sacerdote de la provincia de las murallas. Sus arrugas se marcaban en el rostro, como la amargura debajo de sus caídos ojos. Él estaba en silencio, entre medio de esos dos grandes líderes a quienes respetaba. Miraba algún punto fijo en el avance del camino nocturno, donde los caballos se encargaban de trasladarnos al igual que a varios soldados de la legión que nos acompañaban. Éramos demasiados, más de cien soldados. Una parte se sentía increíble, por otro lado, temerosa. Prefería ser precavido, pensar en cualquier posibilidad, fuera buena o mala, por tal razón no dejaba de mirar aquel pastor. Por algún motivo él nos estaba acompañando, había algo más en su presencia que deseaba entender más que nadie.

Suspire, supe que eso llamó la atención. De por si, tanto para Mikasa como para Eren, era fácil descifrar que estaba pensando en algo más allá. Me miraron e examinaron, podía sentir en su mirada la insistencia de saber mis pensamientos. No era difícil de explicar o entender, pero quizás al preguntar, no recibiría las respuestas que necesitaba. Todo era muy ilícito. Titanes en los muros, ¿cual era la verdad oculta en si? Necesitaba saberlo, cada detalle era parte de una satisfacción para mis pensamientos persistentes. Sentada en el medio de la carreta que dividía los dos bancos, Ainara se encontraba cabizbaja. No me miraba, de hecho, no miró a nadie desde que se sentó en ese banco. La pereza se veía en su cuerpo, mediante sus ojos que calmaban mi más tenebroso pensamiento, veía la tristeza opacarla. Ella había amarrado su cabello, no había nada más que me atrajera, que ver su rostro por completo. Cada facción de ella parecía irreal, irreal mente perfecta. Lo único que no dejaba de preguntarme era si realmente ella merecía a un cobarde como yo en su vida. Cerré los ojos, respiré hondo, dejando esos pensamientos, para en si, reflejar mis emociones en las expresiones.

—Oye mocos, ¿vas a seguir suspirando? Habla.—musitó el capitán Levi con ese tono de voz tan frío, deseaba que nos hablara con el mismo tacto que lo hacía con Ainara, él la estimaba demás.

—¿Qué ocurre, Armin? ¿Estás preocupado por algo?—me preguntó Hange, dirigiéndose a mi directamente, por lo cual aproveche la pregunta.

—Es que, no nos ha dicho la razón por la cual un pastor del muro esté aquí con nosotros, teniente.—expresé mi inquietud mediante la sutilidad.

𝐎𝐂𝐄𝐀𝐍──𝐀𝐫𝐦𝐢𝐧 𝐀𝐫𝐥𝐞𝐫𝐭 Donde viven las historias. Descúbrelo ahora