𝐝𝐢𝐞𝐬𝐢𝐜𝐢𝐞𝐭𝐞

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En los días más grises.

Mis manos se aferraban a ese lavado. Mi cuerpo se encontraba humedecido. Desnuda, me encontraba cabizbaja delante de ese espejo. Mis manos temblaban de impotencia, apretando con fuerza el lavado para sacar la impotencia. Solo dos días, solo ese tiempo ha pasado desde la última expedición. Una llena de desastre, desorganización y lo peor de todo, lo que más me agobiaba y aborrecía, una llena de muertes. Gruñí, a tal punto que lleve mis nudillos contra la pared. Apreté mis labios, el calentón se asemejó a mi golpe tan brusco e impulsivo, pero mis emociones me doblegaban mi calma. No podía, el hecho de soñar dos noches corridas con la agonía de mis compañeros, me impedía mirarme en el espejo y saber que yo estaba aquí, intacta. Con vida. Mis labios temblaban, esto era peor de lo que imaginé, este mundo, este trabajo, era peor. Mis ojos se humedecieron, nada estaba cambiando, continuaba todo en el mismo lugar de hace cien años. Levante la mirada, mis lágrimas traspasaban los vendajes en mis mejillas. No me había recuperado del todo bien de la restauración en el muro Trost, para haber recibido estos golpes tan concentrados en partes de mi cuerpo que necesitaba movilizar. La peor pesadilla que había tenido, era la mano de ese titán estrecharse hacia mi.

Salí del baño. Con mi cuerpo seco, para así vestirme con lentitud. Me senté en el borde de la cama, suspirando gruesamente. A penas, los días grises empezaban y yo, ya no podía resistir. Era débil, dudaba de mis capacidades, eso me quitaba poder. Restregué mi rostro, mis lágrimas ya no bajaban, demostrando la tristeza que causaba una gran impotencia, pero aún así, continuaba sintiéndome inútil. Me levante del borde de la cama, mirando la ventana. El día afuera estaba gris, incluso, una leve llovizna nos abrazaba. Fuera de la ventana, podía ver la ausencia de varias personas. Me quede mirando fijamente como nadie estaba afuera, no era por la cantidad de soldados que habíamos perdido, era por el hecho de las personas a quienes estos soldados perdieron. No eran solo compañeros, lo supe para cuando vi al capitán Levi abatido aún lado de su caballo. Me apoye de la ventana, se veía decaído. Su mirada reflejaba el dolor de las pérdidas que lo abrumaron en un solo día, no solo perdió compañeros, Levi perdió a su escuadrón de operaciones especiales, aquellos que defendieron a Eren. Ojalá, hubiera podido haber sido útil, pero me quede en el tronco de un árbol, esperando a que todo acabara para volver. Me tumbe en la cama nuevamente, respirando hondo.

—¿Ainara?—una voz en el exterior de mi puerta me hizo levantar la mirada, viendo cómo está se abría lentamente hasta que me topé con los azulados ojos de mi padre, quien decayó por ver la tristeza agonizar tan fuerte, que se podía reflejar en mis facciones faciales.—Hija.—me llamo, manteniendo su distancia, pero solo baje la cabeza para que él pudiera ver como apreté mis puños con fuerza, hasta que mis labios volvieron a temblar, para mis ojos humedecerse.—¿Qué sientes en este momento?—me preguntó, siempre hacia eso, cuando era niña y lloraba, siempre me hacía la misma pregunta.

—Siento que no estoy cambiando nada.—murmuré, mis lágrimas caían en mi pantalón.—Solo, quiero ser de utilidad y fuerte como tú.—esbocé, en un leve sollozo, para ver cómo sus pasos se acercaron a mi, hasta doblarse y arrodillarse, como si fuera superior, mi papá se arrodilló para mirarme con detenimiento.

—No quieres ser como yo. Nunca has querido ser como yo.—esclarecía, mis lágrimas aún seguían derramándose.—Siempre has querido ser como tú madre, porque crees que con eso, ella volverá. Ainara, tú madre no se fue por ti. O por mi.—decía, por lo cual solloce, cubriendo mi rostro apenada por lo que decía.—Tú madre nos amaba.—artículo, pero denegué, sintiendo la ausencia y el abandono de ella agobiarme hoy, mañana e incluso, para siempre.—Aunque lograrás volverte fuerte, ella no volvería por eso. Porque, no eres como yo, no eres como ella. Eres excepcional, eres mi hija.—musitaba, pero aún cubría mi rostro, sin mirarle, aunque él lo seguía haciendo.

𝐎𝐂𝐄𝐀𝐍──𝐀𝐫𝐦𝐢𝐧 𝐀𝐫𝐥𝐞𝐫𝐭 Donde viven las historias. Descúbrelo ahora