𝐯𝐞𝐢𝐧𝐭𝐢𝐭𝐫𝐞𝐬

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Dentro de todo, siempre me diste luz.

Mi cuerpo se apegaba a la cama, como si no supiera hacer más nada. La pesadez en mis ojos se sentía exagerada, a tal punto, que me giré para tan solo ver la fría pared a mi lado, e evadir la tenue luz frágil que se adentraba por las cortinas de esa habitación. Mi cuerpo no se sentía tan adolorido, realmente no. Suspire, restregando mis ojos. A penas, solo habían pasado dos días desde que pudimos volver con vida de una misión tan suicida como la que Erwin Smith creo, pero como padre, sabía que jamás dejaría que alguien me llevara. Su desesperación en ese momento, debió haber sido tanta, que ni siquiera la extremidad arrancada por un titán, le dolió. Debía hervirle la sangre, la adrenalina tenía que haber sido más fuerte que cualquier dolor. Muchas personas murieron por salvarnos, entre ellas, Hannes. Pensarlo, me llevaba a un rincón de tristeza que no podía evitar someterme. Me había visto crecer, me cuido y protegió siempre que en sus manos correspondía hacerlo. Había sido su hermana quien murió en el distrito de ShingaShina protegiéndome, porque creyó que ese era su deber, olvido su vida, para salvar la mía y que él, a pesar de estar abatido por haberla visto morir, me cargo en sus brazos y me llevo con soldados en quienes confiaba, para que me sacaran de ahí.

Aún recuerdo el amargo sabor de mi boca cuando esa piedra la aplasto, mientras que mis rodillas rasparon el suelo por su empujón, aturdida vi la sangre expuesta en todas mis piernas. Era una niña, pero vi más de la cuenta aquel día. Titanes, personas gritando, el suelo temblaba. No dormí por tanto tiempo, hasta que aprendí a vivir con el miedo, pero entre esos miedos, Hannes siempre estaba en una esquina del distrito. Sonriente, ebrio, pero siempre sonriente. Pensar que murió, me estremecía hasta humedecer mis ojos, los cuales volví a restregar. Me senté en la cama, tocando mi cabeza. Maldita sea, esto era más difícil de lo que alguna ves creí. No sabía porque estaba sufriendo, si desde antes de pelear con los titanes, ya lo estaba haciendo. Tenía tantos sentimientos encima, que solo quería gritar. Me quede sentada en el borde, la luz ya no me estaba molestando, pero por alguna razón estaba sometida a este rincón de mi habitación, donde las voces en mi cabeza no se detenían, me estaban fragmentando en mil pedazos. Quería detener esas voces, las mismas que me presionaban a recordar una y otra ves los sucesos que me atormentaban en las noches. Me estaba dando un peso encima que no podía liberar. Unos pasos huecos se escucharon fuera de la puerta, la cual retumbó en un suave golpe.

—Erwin, estás siendo imprudente. Vámonos o te romperé una pierna.—escuché la voz del capitán Levi, por lo cual me levante de la cama y me encamine hacia la puerta, escuchando.

—Levi, algún día tendrás hijos, estoy segura que podrás entender la desesperación de Erwin.—murmuro la voz de Laia, a quien escuché fría.

—Quería tener hijos cuando creí encontrar a la mujer correcta, pero me equivoque.—musitó la voz del capitán Levi, la cual se dirigió con la misma actitud que la de Laia, ella no estaba en el campo de batalla, no la había visto.

—Yo también creí haber encontrado al hombre correcto.—artículo ella, repitiendo la actitud.

—Ainara.—escuché la voz de mi papá, me sorprendí por saber que estaba fuera del reposo.

—Erwin, déjala, tienes que descansar.—musitaba el capitán Levi, quien se oía más insistente.

—Levi, no ha salido por dos días. Nadie la ha visto. Solo, necesito decirle... —hablaba él, en un tono bajo que ya no podía escuchar, envuelto en un leve bufido del capitán Levi mezclándose.

—Pues que sea rápido. Tengo hambre.—mascullo, por lo cual me quede frente a la puerta, con mi mano en la manecilla, pero no quería abrirla, quería estar sola, quería estar aquí.

𝐎𝐂𝐄𝐀𝐍──𝐀𝐫𝐦𝐢𝐧 𝐀𝐫𝐥𝐞𝐫𝐭 Donde viven las historias. Descúbrelo ahora