𝐯𝐞𝐢𝐧𝐭𝐢𝐝𝐨𝐬

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El amor de un padre.

En esos días, todo era diferente. Incluso la manera en la que la esperanzadora brisa me daba aire. Estaba sentada en aquel puerto de vigilancia donde podía ver toda la base de reclutas. Algunos de nosotros pasábamos la tarde libre aquí, cuando queríamos pensar o estar solos por un momento. Ahora entiendo que realmente si es un buen lugar para encontrarte contigo mismo. Estaba recostada de la baranda, aquella de madera que parecía empezar a dañarse con el paso del tiempo, pero este establecimiento era una reliquia de la base, esperaba que la reconstruyeran con ansias, aunque sin duda escaparía de la tarea. Suspire, a penas ha pasado un año y medio desde que me ingrese a este lugar, pero no veía lejos el hecho de culminar. Recosté mi barbilla junto a mis manos, mis pies sobresalían del puesto, estaban flotando en el aire mientras que mi chaqueta de reclutas estaba doblada a mi lado. Estaba sola, usualmente siempre lo estaba. No era por que quería, la costumbre de mi niñez me ha hecho un obstáculo para poder relacionarme con los demás. Pero, es que solo quería enfocarme en poder salir de aquí y volver a encontrarme con lo único que tenía en la vida, mi papá. Esperaba que cuando esto termine, todo fuera diferente a cómo fue, hace cinco años. ¿Sería todo mejor, o una pesadilla?  

—Ainara, ¿qué haces aquí sola?—giré la cabeza, para en si visualizar cómo Reiner subía las escaleras, adentrándose al establecimiento.

—Solo... descansaba.—le dije, viendo como se fue sentando aún lado de mi, sin que le diera acceso, pero así era Reiner, así era él.

—Todos estamos allá afuera, juntos. No creo que deberías ser la que no quiera compartir. No tienes cara de querer estar sola.—musitó, él me miraba tan detenido, como si me conociera. 

—Reiner, ¿extrañas a tu familia?—le pregunté, su mirada sé decayó, pero intentó mantener una sonrisa de lado, para no demostrar la vagues de una tristeza.

—Claro. Todos lo hacemos, pero tenemos que priorizar nuestros objetivos, como reclutas que somos, cumpliremos con nuestro deber. Si no es así, cuando seamos soldados, ¿con que deberemos cumplir?—me preguntó, él siempre tenía las palabras adecuadas para todo.—He dejado de sentirme solo, porque relacionándome con todos, me di cuenta que puedo tener una familia aquí.—articulaba, él también había sacado sus pies por la baranda, ambos flotaban junto a los míos, mientras que visualicé a Marco caminando junto a Jean en el área. 

—¡Hola chicos!—nos saludo él, lo miré y levante mi palma para saludar, viéndole sonreír, pero a diferencia de él, no salude a Jean quien frunció el ceño por mi constante ignorancia a él.

—A veces siento que no tengo lugar entre ustedes. Por el hecho de que crean que con mi apellido, "ya soy alguien".—musité.—Si tan solo Jean me hubiera hablado el primer día sin tener que preguntarme, "Oye, ¿tú eres en serio la hija del comandante del cuerpo de exploración?", lo trataría de otra manera.—expresé, Reiner sonrió.

—Ainara, quizás no tendrás lugar entre todos, pero conmigo siempre hallarás uno.—lo miré con detenimiento, afligida a sus palabras.—No tengas duda de que siempre que necesites refugiarte en alguien, estaré aquí para ti como el primer día. Te has convertido en una persona especial para mi, así como eres, te aprecio. Solo espero que me sigas dando la oportunidad de estar a tu lado.—mis mejillas se sonrojaban, se que era de una manera amistosa, pero aún así, se sentía bonito escuchar eso.—Somos amigos, ¿no es así?—me preguntó, por lo cual baje la cabeza pasmada por lo que me dijo.

—Si... —musité, con la cabeza baja mientras que sentí como palmeo mi espalda de manera delicada.

—Te lo prometo, siempre estaremos juntos.—posicionó su brazo en mi hombro, apegándome a él, aún pasmada y sin saber cómo zafarme, pero por primera ves, me quede a su lado en esa puesta del sol, pasando mi mano por su espalda.

𝐎𝐂𝐄𝐀𝐍──𝐀𝐫𝐦𝐢𝐧 𝐀𝐫𝐥𝐞𝐫𝐭 Donde viven las historias. Descúbrelo ahora