𝐭𝐫𝐞𝐢𝐧𝐭𝐚 𝐲 𝐮𝐧𝐨

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Una ausente verdad.

Suspire, mientras que acariciaba suavemente la coraza cristalizada donde ella estaba atrapada. Sus ojos estaban cerrados y parecía ser, que no se abrirían. La agonía de la oscuridad donde ella debía estar, me abrumaba. No podía dejar de pensar en Annie, no podía estar lejos de ella. Baje la cabeza, lamentaba que tuviera que estar en esta situación. Deseaba poder haber sabido todo lo que se ese día. Pero aún así, no podía irme así sin más. Esta coraza parecía irrompible. E incluso, se podía sentir algo fría. Viéndola en ese estado, me hacía por un momento ver un reflejo de lo que pudo ser mi madre y de lo que quizás, sea yo. Sus manos estaban manchadas de sangre, al igual que las mías. No importa cuanto caminemos, esas gotas nos seguirán. Las mismas que derramos de las personas que matamos. La misma, que derramó de Marco aquel maldito día. Por más que los meses hayan pasado, no podía dejar de pensar en él. Lleve la mano a mi cien, sintiendo una punzada, mientras que los gritos de Marco aún me pedían ayuda. Cada día lo escuchaba, cada día me recordaba que pude haber podido hacer más por salvarlo. Pero, ahora me tocaba ver el reflejo de su muerte, en la tristeza de Jean, como una tortura. Era horrible.

—Annie, algún día tú y yo, podremos entendernos.—musité, dejando de tocar la cristalización, para así llevar las manos a mis bolsillos.—Te prometo que, estaremos juntas.—añadí, girándome para ver cómo la puerta de aquel sótano se abría.

—Disculpa.—con mis manos en el bolsillo, mire detenidamente a esa joven de cabello corto claro y ondulado con un flequillo recto en su frente.

—¿Hitch? ¿No es así?—la llame, reconociéndole.—No te veo desde la graduación.—expresé, ella sonrió, asintiendo.

—Si, así es. Me alegra ver que estás bien.—ella se acercó, tenía su uniforme de gala, como el mío, pero a su diferencia, tenía una insignia diferente.—¿No fuiste a la ceremonia de la nueva reina?—me preguntó, mirándome.

—No.—denegué, sabiendo que todos mis amigos estaban ahí, celebrando a Historia Reiss como la nueva reina de las murallas.—No creo que sea algo que ella quisiera que celebremos... —murmure, sabiendo que Hitch no entendería.

—¿Viniste hacerle compañía?—me preguntó, mirando toda la cristalización alrededor de Annie.—Yo también vengo a visitarla, a visitar a mi extraña y misteriosa compañera.—articulo.

—Siempre fue así.—añadí yo, mirando a Annie, desearía que pudiera hablar y me dijera todo.

—¿Recuerdas cuando tú y ella pelearon en la base? Digo, debes recordarlo, eso fue épico.—expresó sonriendo, por lo cual asentí.—Ha pasado tiempo de eso.—añadió, en una sintonía de melancolía entre ambas.—El último día que la vi, ella y yo hablamos sobre ti.—ante su pausa, la miré curiosa.

—¿Qué hablaron?—le pregunté, mirándola con detenimiento, mientras que ella continuó mirando la cristalización.

—Annie me dijo que siempre deseo pelear contigo para saber si tenías la fuerza que ella heredó de su madre.—abrí mis ojos grandemente.—Me dijo que no se equivocó y que por eso, no sabía cómo pedirte disculpas al respecto por subestimarte.—decía, mirándome.—Creo que Annie a su manera, te tenía un leve aprecio.—expresó.

—Yo también lo creo.—indique, asilándome.—Hitch, me da mucho gusto verte. Quizás, podamos luego compartir. ¿Te parece?—le pregunté, viendo como ella asintió.

—Ainara.—me detuve en seco, antes de salir por la puerta, mirándola.—Tú, has cambiado.—comentó, así que asentí levemente.

—Lo sé.—musité, para así, caminar nuevamente hacia la salida e irme, dejándola sola, con Annie.

𝐎𝐂𝐄𝐀𝐍──𝐀𝐫𝐦𝐢𝐧 𝐀𝐫𝐥𝐞𝐫𝐭 Donde viven las historias. Descúbrelo ahora