The Alpha Wolf [Teen Wolf II]

XXV

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Todo frenó alrededor nuestro. Los licántropos dejaron de pelear, aturdidos por el ruido del disparo, por lo que Allison aprovechó el momento de debilidad y atacó a Isaac.

May soltó un rugido desgarrador e intentó ir contra Gerard, pero Steve la sostuvo y arrastró hasta Marianne, arrodillándose junto a ella. Chris y Sebastian apuntaron a Gerard, pero el cazador ordenó a Jackson que atacara al francés, dejándolo fuera de juego. Me alejé de ellos y me acerqué a mis Betas para ver a Marianne.

Le eché una mirada a su herida y luego miré a Steve, pero él negó, afligido. Sobrevivir a una bala en el estómago era muy difícil.

—Muerdela —me pidió May—. Me salvó a mí, lo hará con ella.

—May...

—Ella lo quería —me interrumpió, llorando—. Te lo pidió. Quería que la muerdas y nunca cambió de opinión.

Insegura, miré a Marianne. Con las pocas fuerzas que le quedaban apretaba la mano de su novia, mientras Steve intentaba frenar la hemorragia. La pelinegra también me miró y abrió su boca para intentar hablar, pero solo salió un balbuceo inentendible. Tenía un rastro de sangre cubriendo sus labios, pero me dio un débil asentimiento.

Con un suspiro, cambié mis ojos a color rojo y hundí mis colmillos en su hombro. La bala no era de acónito, de lo contrario lo habría olido antes, así que eso me dejaba tranquila.

Limpié mi boca y miré a Steve.

—Pónganla a salvo —ordené—. Yo me tengo que quedar.

Steve obedeció y tomó a la chica en brazos para ir hacia mi auto, siendo seguido por May. Yo saqué mis garras y me acerqué a los demás, dispuesta a matar a Gerard.

Le rugí y salté hacia él, pero Jackson se interpuso, me clavó sus garras en la pierna herida para debilitarme y luego en el estómago, lanzándome lejos. Luego, se dirigió hacia Allison y la agarró por el cuello cuando la morocha estaba a punto de atacar a Derek.

—Aún no, querida —dijo Gerard, tranquilo.

—¿Qué haces? —preguntó Allison con la voz temblorosa.

¿Todavía tenía agallas para hacerse la víctima? Debía reconocérselo, siempre me sorprendía un poco más.

—Lo que vino a hacer —contestó Scott por Gerard. El anciano sonrió.

—Entonces lo sabes, ¿cierto? Fue la noche afuera del hospital, cuando amenacé a tu madre. Sabía que vi algo en tus ojos, se podía oler.

Me arrastré hacia Sebastian, sin poder levantarme por la herida en mi pierna que aún no se curaba, y lo sacudí para intentar despertarlo.