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Por un maravilloso momento, pensé que había despertado de una pesadilla, pero la realidad me golpeó como un tren desbocado.

Mi corazón se saltó de un latido cuando ví a un hombre atravesar el umbral de la puerta.

Lo que sea que hacía aquí, no podía ser bueno.

Cabello negro suelto, solo con la parte superior recogido en un moño. Ojos tranquilos y adormilados, afilados. Alto. Perforaciones en los lóbulos de sus orejas. Un rostro anguloso e inescrutable. Su presencia era notoria, pero tranquila. Todo en el inspiraba tranquilidad y desdén, lo suficiente para no llevar mi corazón al borde del colapso.

Pero bueno, las apariencias engañaban.

Tuerce sus labios antes de avanzar en mi dirección con pasos medidos y firmes. Seguí cada paso, cada movimiento hasta que atravesó mi espacio personal. Me congele en mi lugar esperando un tirón en mi cabello o un tirón en mi brazo pero no sucedió.

—Estoy seguro de que eres sensata y no harás ningún movimiento en falso —dijo antes de deshacer el nudo en mis muñecas, que lloraron por la liberación.

Observe mis muñecas mallugadas antes de levantar la vista hacia él, que me extendía un gimbap triangular junto con un jugo.

Negué.

—Gracias... no tengo hambre —encontré mi voz, en las profundidades de la agonía.

Los guarda en las bolsas de su sudadera morada antes de analizarme. Le sostengo la mirada, no era tan difícil hacerlo a comparación de aquel hombre con ojos color musgo. Rasca su nunca un par de segundos y suspira.

—Soy Geto.

Incrédula por su actitud, solo desvíe la mirada, encontrándome con unos ojos color cielo oscurecido mirándome a través de la distancia. El niño que había extendido mi vida.

—Hola, ¿cómo estás?. ¿Qué están haciendo?

—¿Qué estás haciendo aquí, Megumi? Deberías estar cambiándote, se te va hacer tarde —dice Geto, con el filo de un regaño.

Megumi le sonríe.

—Te seguí. Escuché que estabas hablando con papá y le dijiste que vendrías por ella. ¿Pero por qué aquí?. ¿Por qué Sukuna te dejo aquí? —camina hacia nosotros hasta sentarse a un lado de mi, en un sillón pequeño que había encontrado en la oscuridad.

—Ella no lo sabe, Megs. Sukuna no conoce donde quedan las habitaciones de invitados.

Él asiente antes de que sus ojos curiosos se encuentren con los míos.

—Sukuna no me agrada, pero al parecer a mi papá si —refunfuñó—. ¿Cómo estás?

—Y no deberías escuchar conversaciones ajenas. Si Toji sabe que estás aquí se va a poner gruñón.

Toji.

—Él casi siempre es un gruñón —ríe y el hombre imita su acción un par de segundos—. Mi papá me dijo que te ayudaría, no tienes que preocuparte más. Los problemas tienen solución, la mayoría. ¿Cómo estás?

Una tonelada de piedras cae en picada a mi estómago, y el peso del mundo entero que sostenía me quiebra los hombros.

Quería creer en sus palabras, me encontraba deseándolo, pero no había ninguna verdad en eso.

Cautiva| Toji FushiguroDonde viven las historias. Descúbrelo ahora