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—Pasa.

Esa sola palabra pronunciada en su voz grave, era suficiente para acelerar los latidos de mi corazón.

Resoplé, tocando el material frío del picaporte y abrí la puerta lentamente.

—Hola. —dije bajo una fachada de tranquilidad—. Geto me dijo que querías verme.

Estaba detrás de su escritorio, en esa misma posición cuando lo vi por primera vez. Su mirada profunda llegó a la mía, quemándome. Él no tenía ni idea de los estragos que provocaba en mi interior.

—Vas acompañar a uno de mis hombres.—se levantó de su asiento y me enseñó unos paquetes del escritorio—. A donde van a ir tienes que entregar esto.

—¿A quién?

—Franco, Gojo te dirá. Si notas algún comportamiento extraño en él, avísame, ¿si? —sus ojos se pasearon por mi rostro.

De repente el aire crujió con una electricidad que encendió mis nervios pero solo asentí.

—¿Será todo?

No sabía con exactitud a qué clase de comportamiento extraño se refería, pero no quería preguntar.

—Sera todo. —confirmó—. Entonces haz lo que tengas que hacer y baja, estaré afuera.

Salí sin decir nada.

Una vez lista, dentro de ese pequeño vestido como una segunda piel, baje con el humor por los suelos. Pero por lo menos esta vez no tenía que atrapar a otro hombre.

La sorpresa me apuñalo profundamente cuando un par de ojos azul cielo, familiares, miraron en mi dirección. La incredulidad se garabateo profundamente en su rostro y la sonrisa que pintaba su definido rostro, se desvanece lentamente.

—¿Hailey?.—la sorpresa se refleja en su voz, a pesar de que su rostro vuelve a la tranquilidad.

—Hola, Satoru. —sonreí inevitablemente mientras una semilla de timidez echaba raíces en mi estómago—. Que sorpresa.

—También que... sorpresa verte de nuevo.

—Lo mismo digo. —dije con más tranquilidad, solo por el hecho de que los ojos de Toji se volvieron calculadores, vagando entre nosotros.

—Veo que se conocen. No estaba enterado de eso.—sus palabras fueron lanzadas hacia mi, como cuchillas filosas, y su mirada, tenia un sabor indescifrable.

—Lo conocí el día en que te ayudé con Yaga.—enfaticé "ayude"—. Estaban en la misma mesa.

—Si así fue, charlamos un poco.

Los ojos de Toji se mantuvieron fijos en mi como dos brasas ardiendo sobre mi piel pero termino asintiendo.

—Los dejo, tengo pendientes. Y será mejor que ustedes se apresuren. —me dio un suave contacto de sus dedos sobre mi brazo antes de irse, pero fue lo suficiente para quemar.

El silencio reinó en toda la camioneta a raíz de que ambos nos subimos. Lo mire hasta que hizo contacto visual y sonreí con mis labios cerrados, me devolvió el gesto de inmediato mientras encendió la camioneta y arrancó; pero ninguno de los dos dijo algo.

Me debatí en que decir.

—¿Cómo has estado?. —rompió el silencio.

—Bien, he estado bien, ¿y tú?. —giré mi cuello para verlo pero él se mantuvo viendo al frente.

Cautiva| Toji FushiguroDonde viven las historias. Descúbrelo ahora