1. Aroma

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Su animal se reveló contra cualquier raciocinio humano. Había perdido el control. Su loba estaba enloqueciendo. Su respiración se había tornado un agitado jadeo, y sus musculosas patas corrían desesperadas en contra de su voluntad. Aquel olor, aquel aroma le estaba haciendo perder la cabeza. Olía a canela y a vainilla, dulce y embriagador, pero también nuevo y exótico. Era diferente a cualquier esencia que hubiera olido con anterioridad. Necesitaba encontrar a quien fuera que poseyera de aquel aroma.

Aun a kilómetros de distancia, podía seguir el rastro con facilidad, como si se tratara de una cuerda física que le unía a su destino. Lo sabía, aquella esencia era su hogar, sentía como si hubiera nacido solo para encontrar a quien portara de tan embriagadora fragancia. Cuando lo hallara, estaría completa.

Corrió, más rápido que nunca, siguiendo sus instintos más primarios. Lo necesitaba. Aquel aroma cada vez estaba más cerca y su desesperación aumentaba a cada paso que daba. Sus afiladas garras se hundían en la tierra mientras sorteaba árboles con facilidad. Solo quedaban unos metros, un kilómetro a lo sumo. Aceleró. Su hocico se frunció y un brillante gruñido escapó de su garganta cuando otro aroma se mezcló con su dulce delirio. Olía a manada, olía a lobo, a depredador. Olía a peligro.

La loba de pelaje plateado corrió como si su vida dependiera de ello, hasta que sus patas se detuvieron frente a su objetivo. Allí estaba, la causante de su desenfrenada locura a punto de ser devorada por un lobo castaño. Sus instintos asesinos salieron a la luz desde un recóndito lugar en su interior, mezclados con algo similar a las ansias de protección. Sin pensarlo demasiado, se impulsó con sus fuertes patas traseras y saltó sobre el cánido. Sus afiladas garras se hundieron en el lomo cobrizo. Su contrincante no tardó en reaccionar. Los dos imponentes animales se enzarzaron en una batalla de dentelladas y zarpazos. La loba plateada era fuerte, salvaje, y consiguió quedar sobre el otro animal, con las fauces firmemente apretadas contra su garganta. Una voz resonó dentro de la cabeza del sometido; "¡Largo!"

Fue una orden simple, dictada por una voz gutural y autoritaria. Por más que el lobo hubiera querido revelarse contra el mandato, no hubiera podido. Aquella era la voz de la alfa, y no podía ser desobedecida.

Sus mandíbulas se relajaron cuando sintió el cuerpo de su oponente debilitarse ante su orden. El lobo marrón tuvo que marcharse, no sin antes lanzarle una última mirada a su suculenta presa. Aquel aroma... lo que habría dado por hundir sus caninos en esa morena piel.

La loba plateada se giró y contempló a la pequeña temblorosa chica que le miraba aterrorizada.

—Por favor, no me hagas daño.

Aquella voz era tan dulce como el aroma, y ya no era su olfato el único de sus sentidos cautivados. Sin duda, el siguiente fue la vista. Frente a ella, diminuta en comparación con su enorme cuerpo animal, se encontraba la obra de arte natural más hermosa jamás creada. La dueña de aquel aroma era una chica, una joven que no pasaría los diecisiete años. Su piel era morena y sin rastro de imperfecciones, con las abultadas mejillas teñidas de un suave tono rosado. Su cabello sedoso reflejaba la luz de la luna en sus hebras de ébano. Y aquellos labios, ¡oh, aquellos labios! Debían ser un pecado, creados para condenarle a la locura. El cuerpo de aquella súcubo era pequeño, envuelto en ropa desordenada por la carrera. Parecía tan débil, tan delicada, tan hermosa.

Valentina, la mujer dentro de aquel lobo volvió a tomar el control del cuerpo peludo y sonrió, una extraña mueca en las fauces del animal. Se concentró y dejó que la neblina de su esencia envolviera su cuerpo, produciendo el cambio. Su forma humana se antepuso a la original y una mujer de cabellos rubios y pupilas azules como el océano apareció ante los humedecidos ojos de la humana.

Antes de que pudiera decir nada, la hermosa chica se desmayó.

Por un momento, entró en pánico. Se arrojó junto al laxo cuerpo de la joven y acarició su rostro y sus cabellos intentando hacerle reaccionar. Su respiración era lenta y calmada, y sus pulsaciones parecieron relajarse ante su tacto. Suspiró aliviada, la pequeña humana estaba bien.

Aprovechó para observar sus perfectas facciones algo más de cerca. Sus rasgos eran proporcionados y algo aniñados, armoniosos. Rozó con adoración aquellos abultados labios con la yema de sus dedos. Una descarga recorrió su cuerpo desde sus dedos hasta su espina dorsal, enervando cada uno de sus nervios. Como una corriente eléctrica que erizó cada vello de su cuerpo. Su respiración se atascó en su garganta. Había sido tan intenso, una sensación tan abrumadora, que había dejado su piel hormigueando. Como un calmante, un sedante natural. Aquella chica hacía que su cuerpo reaccionase de manera involuntaria y maravillosa, y algo aterradora, a decir verdad. Y Valentina sabía perfectamente lo que aquello significaba.

Cuando era niña, le encantaba ir a las reuniones de la manada. Todos se sentaban alrededor de una gran fogata y escuchaban con atención las historias de los antiguos. Su abuelo era uno de ellos, y Valentina quedaba hipnotizada con la voz grave y profunda del alfa cada vez que este contaba una de las leyendas de los antepasados de la manada. La favorita de Valentina era aquella que hablaba sobre las parejas predestinadas. Los antiguos decían que todo lobo nacía incompleto, como un ser a medias, y solo si las estrellas se alineaban en su favor, podría encontrar a su otra mitad. No importaba el sexo, no importaba la edad, no importaba el físico, estaba escrito en el destino de cada lobo, implícito en su ADN, que algún día encontraría al animal que le complementase, aquel con quien continuar su legado. Y, una vez se encontrasen, nada ni nadie podría separar sus almas, porque aquellos seres se volverían uno solo en espíritu. Aquella historia le parecía tan hermosa, tan fantástica.

No todos tenían la suerte de encontrar a su alma gemela, algunos simplemente se enlazaban con otros lobos y formaban una familia feliz. Pero, aquellos que lograban encontrarla vivían por y para el otro lobo, lo compartían todo, incluso los pensamientos y las sensaciones, los sentimientos más ocultos. En su manada había varias parejas predestinadas y eran el claro ejemplo de felicidad absoluta. Entre ellos no había secretos, se conocían como si formaran parte de un mismo ser.

Ella siempre tuvo el oculto deseo de encontrar a su alma gemela, al animal que las estrellas habían elegido para su persona. Animal. Porque, siempre debía ser un licántropo, sin excepciones. Nunca se había oído de un lobo emparejado con alguna otra criatura. Ni siquiera en las viejas leyendas de los antiguos, esas que tenían más de cuento fantástico que de realidad.

Valentina deslizó su pulgar sobre la mejilla de la chica inconsciente y volvió a estremecerse. No le importaría desmentir aquella creencia, porque no le cabía duda de que aquella pequeña humana, era parte de su ser.

Por un momento, por su mente pasó la idea de que aquella conexión fuera unilateral. La chica era humana, ella no tenía instintos animales, ni necesidad imperante de reproducirse. Para los humanos no existían las parejas destinadas, ni siquiera se marcaban entre ellos, y el miedo de que la pequeña chica no le quisiera le dio ganas de vomitar. Abrazó el cuerpo inconsciente con posesividad, poco dispuesta a separarse de ella. ¿Qué haría si la rechazara? ¿Sería capaz de dejarla ir y continuar con su vida? No, aquello era imposible. Su vida se había enlazado con la de la humana y el solo pensar en separarse de ella, hacía hervir su sangre con furia y sus ojos escocer. No, jamás. Antes la encerraría en un lugar apartado y la mantendría oculta de las miradas indiscretas, solo para ella. Aunque, la idea de hacer infeliz a la pequeña chica en sus brazos dolía más que la muerte.

Apartó todos esos pensamientos lúgubres de su cabeza. Sería difícil lo sabía, debería proceder como un humano. La enamoraría.

Con facilidad alzó el cuerpo inconsciente del suelo y caminó hacia su aldea, estrechándola contra su pecho, embriagándose con las sensaciones que su cercanía le proporcionaba, con el calor, con la suavidad. Y, sobre todo, con el aroma de su pareja predestinada.

Alpha's Owner | ✓Donde viven las historias. Descúbrelo ahora