3. Oportunidad Accidental

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Los lobos tenían poca paciencia, y Valentina estaba llevando la suya al límite. Los miembros de la manada comenzaban a sospechar, ¿por qué la jefa se pasaba los días en la ciudad humana? Había empezado a descuidar sus deberes como líder, pero ¡mierda! Hiciera lo que hiciera, sus pensamientos volvían a la joven humana.

La seguía, sonaba patético, pero lo hacía. Se había aprendido de memoria los horarios de la pequeña pelinegra. Ser una criatura sobrenatural tenía sus ventajas. Podía ser muy sigilosa y seguir de cerca a su presa sin que esta la notara.

Juliana tenía diecisiete años recién cumplidos y cursaba el primer grado de bachillerato artístico. Por las tardes, de cinco a ocho, iba a una academia de baile. Los fines de semana solía salir con sus amigos, en especial una chica bastante extraña llamada Kara. En definitiva, Juliana era una adolescente normal, con pasatiempos normales y amigos normales, pero, la atracción que Valentina sentía hacia ella no era para nada normal. Ser un lobo también le permitía tener unos sentidos hiperdesarrollados. Aunque Valentina comenzaba a pensar que eran una maldición. Cada vez que Juliana salía de aquella academia de danza, su esencia intensificada tras las tres horas de extenuante ejercicio le golpeaba con fuerza, anulando todas sus capacidades. Aquel aroma a canela era su kriptonita.

Llevaba más de una semana acechando a la joven desde las sombras, intentando encontrar la oportunidad perfecta para acercarse, pero ¿qué podía decir? "Hola, soy Valentina, ¿te acuerdas de mí? ¡Sí, hombre! ¡La mujer lobo que quiere pasar contigo el resto de su vida, marcarte mordiendo tu cuello y aparearse contigo!" En el mejor de los casos, lo tomaría por una loca. Era frustrante, lo único que Valentina quería era poder reclamar a Juliana, pero la naturaleza de su pareja se lo impedía. Había consultado en los viejos libros de los antiguos, pero no decía nada sobre lobos que se enlazaran con humanos. Quería preguntarles a los ancianos, pero no se arriesgaría a exponer a la chica. No sabía cuál podía ser la reacción de los lobos. Los problemas se acumulaban. Deseaba que lo que sentía por Juliana fuera un simple encaprichamiento, pero sabía que cuando un lobo encontraba a su pareja destinada no podía separarse de esta. Primero, debería acercarse a la humana y enamorarla, además de explicarle su verdadera naturaleza sin que le diera un paro cardíaco, y luego, debía presentarla ante la manada. No iba a ser fácil, y más teniendo en cuenta que se trataba de la líder de los lobos.

Pero, por el momento, se centraría en acercarse a Juliana.

La oportunidad le llegó un martes por la tarde, a las ocho y cinco para ser exactos.

Juliana acabó sus clases y ella esperaba como siempre en la plaza junto a la academia. En cuanto le vio salir, se levantó del banco de piedra y la siguió. Como de costumbre, aquel aroma le hacía la boca agua. Podía ver a la perfección cómo gotas de sudor descendían por el cuerpo de la pequeña pelinegra. La camiseta sin mangas se adhería a su cuerpo, y las bermudas permitían apreciar sus perfectas piernas. Valentina se estaba acercando más de lo prudente, pero no podía evitarlo. Solo quería atrapar aquella estrecha cintura entre sus grandes manos y descender por sus redondeadas caderas, deslizar su nariz por el cuello de Juliana, aspirando su aroma y cubriéndola con el suyo.

Juliana caminaba distraída, cuando su teléfono vibró en el bolsillo de su pantalón.

—¿Mamá?

—Cariño, ¿por qué no me contestabas el teléfono?

—Estaba en clase.

—Bueno, llamaba para decirte que esta noche tengo guardia en el hospital. Te he dejado la cena preparada en la nevera, solo tienes que calentarla.

Juliana suspiró.

—Está bien, mamá.

—Hasta mañana, mi amor. Te quiero.

—Y yo a ti.

Juliana colgó la llamada con otro pesado suspiro. No le dio tiempo a reaccionar, iba tan absorta en el móvil que no se dio cuenta de que el semáforo había cambiado de color, ni de que un camión se dirigía hacia ella a toda velocidad.

El aire quedó atrapado en los pulmones de Valentina. Había visto a Juliana cruzar descuidadamente aquel paso de cebra, y estuvo a punto de llamarle cuando vio el enorme vehículo abalanzarse sobre la joven.

Juliana quedó paralizada en cuanto se dio cuenta del camión. El móvil resbaló de entre sus dedos, ¿era así como moriría? Todos sus sueños de ser una gran bailarina, de montar su propia academia, acabarían esparcidos sobre aquel gastado asfalto junto con los restos de su destrozado cuerpo. Su último pensamiento fue para su madre, aquella mujer sonriente y optimista que había conseguido sacarle adelante pese a las dificultades. Cerró los ojos, no podía hacer nada, solo oía el latido de su corazón martilleando con fuerza. Entonces, sintió un impacto, aunque no tan fuerte como lo había esperado. El sonido de una bocina aumentó el pitido de sus oídos. Sentía un peso sobre su cuerpo. Abrió los ojos lentamente. ¿Había muerto? Porque estaba segura de que los ángeles serían muy parecidos a la mujer que se encontraba encima suyo. Aquellos ojos azules atravesaron su ser.

—¡Oh, Dios mío! ¡Juliana!

Unos brazos le rodearon en un asfixiante abrazo. Era vagamente consciente de la masa de gente que las rodeaba, y del preocupado camionero que preguntaba por su estado. Aquel aroma estaba mareándole más que el mismo shock. Era tan familiar. Olía a petricor, a otoño y a cielo despejado. Aquellos brazos seguían estrechándola con fuerza, unos brazos que ya le habían abrazado antes.

—¿Valentina?

La mujer de cabello rubio se apartó y volvió a mirarle directamente a los ojos. Se levantó y le tendió una mano para ayudarle.

—¿Estás bien?

Valentina estaba preocupada, y no era para menos. Su alma gemela había estado a punto de morir bajo las ruedas de un camión. Juliana asintió, mirándola aturdida.

Poco a poco, la gente empezó a dispersarse al comprobar que se encontraba bien. Todo había acabado.

—¿Qué haces aquí?

—Bueno, pasaba por aquí, te vi y pensé en saludarte. ¿A quién se le ocurre cruzar sin mirar y hablando por ese cacharro?

Juliana bajó la mirada avergonzada.

—Gracias, me has salvado la vida.

—Por segunda vez.

—Cierto.

—Deberías recompensármelo, ¿no crees? —Preguntó Valentina con su sonrisa ladeada.

Juliana sintió su cara arder, las menos de Valentina aún sujetaban sus brazos con fuerza.

—Bueno, ¿te gustaría cenar en mi casa?

No era exactamente lo que Valentina tenía en mente, pero, aun así, le pareció escuchar de fondo un coro celestial.

—Me encantaría.

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