27. Wyanet

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Juliana había ido a aquel lugar guiado de una corazonada, aunque no le sorprendió encontrarse con la persiana bajada del restaurante. Eran la siete de la mañana, no había ningún motivo lógico para que Tutsi abriera un restaurante de comidas a esas horas.

—¿Y bien?

Lena le esperaba apoyada en el coche, mirando los nerviosos movimientos de su amiga. Juliana la ignoró, dio vueltas por la acera, intentando pensar. Necesitaba encontrar una solución rápido. Su vínculo con Valentina le decía que aún seguía con vida, pero cada vez se encontraba más débil. Poco a poco, Juliana también sentía cómo sus fuerzas se consumían. Su vista se fijó en un callejón junto al restaurante, caminó hacia él. El lugar olía a la basura que rebosaba de los dos contenedores metálicos que se encontraban al fondo y a agua de desagüe, aunque eso no le impidió ver la puerta que se encontraba justo en el centro de la calle sin salida, en la pared derecha del restaurante. Juliana corrió hacia ella e intentó abrirla. Tiró, pero la hoja metálica parecía no querer moverse. Dejó caer todo su peso sobre el pomo hasta que, finalmente, se abrió con un estruendoso chirrido.

—¿Qué se supone que quieres encontrar aquí?

La voz de Lena a sus espaldas le sobresaltó, había estado demasiado preocupada por encontrar una manera de entrar como para fijarse en que seguía ahí. Juliana suspiró y se giró, mirando de frente a su amiga. Lena le sacaba más de una cabeza, y era sumamente atractiva. Juliana podía entender por qué Kara se había enamorado de ella. Sabía que, para Lena, sus amigos eran lo más importante. Sus padres se divorciaron cuando ella era una niña. Su padre se mudó a Francia y llevaba años sin verlo, y su madre se pasaba la vida entre viajes de negocios. La familia de Lena tenía mucho dinero, pero no era una familia. Y aquel calor, aquel cariño que no le aportaban las personas de su sangre, lo encontró en Juliana y Kara. Juliana sentía las lágrimas queriendo escapar mientras veía a su alegre amiga mirándola sin entender nada. Su madre no sería la única en quedar devastada si algo le ocurriese.

Sin poderlo evitar, Juliana se lanzó a los brazos de Lena, que la tomo al vuelo.

—Hey, Juli, ¿qué pasa? —Preguntó preocupada, mientras le acariciaba la espalda suavemente intentando consolarle.

Juliana intentó recobrar la compostura antes de separarse y mirar directamente a los expresivos ojos de su amiga.

—Lena, me has ayudado tanto que no podría terminar de pagártelo ni con una vida extra. Y no me refiero solo a hoy, siempre has estado ahí, a mi lado, ayudándome a levantarme cada vez que me caía. Igual que Kara. Son las mejores y las más testarudas amigas que alguien podría tener. Por favor, dejen de fingir que no están locas la una por la otra. —Juliana sonrió cuando vio el sonrojo en las mejillas de Lena. —Te quiero mucho, las quiero a las dos. Pero ahora necesito que dejes de ayudarme, ya has hecho suficiente por mí, más de lo que podría pedir. No puedo decirte demasiado, pero esto tengo que hacerlo solo.

—¿Por qué tengo la sensación de que algo malo va a pasar? —Preguntó, con la voz estrangulada y los ojos anegados en lágrimas.

Juliana sonrió suavemente y acarició su mejilla.

—Vete a casa, Lena. Es lo último que te pediré.

—Prométeme que tendrás cuidado, me lo debes. —Bromeó, con una triste sonrisa en sus labios.

Juliana asintió y se retiró de su amiga, adentrándose en el restaurante por la puerta del callejón. Necesitó un momento para recomponerse, aquello se había parecido demasiado a una despedida.

Había entrado en una cocina, los halógenos estaban encendidos, iluminándolo todo con su intensa luz blanca. Juliana tomó aire, intentando encontrar fuerza en el oxígeno que entraba a sus pulmones. Debía seguir, debía ayudar a Valentina a cualquier precio.

Alpha's Owner | ✓Donde viven las historias. Descúbrelo ahora