21. Señora Valdés

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—¿Y bien? Entonces, ¿la has marcado?

La curiosidad se reflejaba plenamente en el joven rostro de Lexa. A Valentina le había costado un mundo mantenerla callada hasta que llegaron a su cabaña.

—No.

—Pero, lo han hecho, ¿verdad? Apestas a dulce.

—Sí.

—¿Y entonces? Ella es tu mate, ¿verdad? ¿Por qué no lo has hecho definitivo? No me digas que ahora tienes dudas...

Valentina miró a su inquieta mejor amiga con seriedad.

—No tengo dudas, Lexa. Ella es mi pareja predestinada. —Sentenció, sin dejar lugar a discusión. —Pero Juliana sigue siendo un humano, y no sé si la marca sería efectiva en ella. Tampoco sé cómo reaccionaría su cuerpo. A los omegas no les produce ningún dolor, pero ella no es una omega, y si le hiciera daño, por mínimo que fuera... nunca me lo perdonaría.

Lexa aún no podía acostumbrarse a oír a su mejor amiga y alfa de la manada hablar con tanto amor de alguien. En el usualmente serio rostro de la mayor se pintaba una sonrisa automática con la mínima mención de la humana y sus ojos chispeaban con emociones que nunca imaginó ver reflejadas en ella. Sí, Valentina se había enamorado y ya no había vuelta atrás.

—Además, primero debo hablarlo con ella. No sabe lo que es una marca, ni lo que ello supone. Si la muerdo y funciona... quiero que sepa lo que significa, no puedo enlazarla a mí por obligación. Creo que estoy entrando en mi calor, esta mañana sentí el impulso. Cuando llegué con Juliana ella...

Valentina lo pensó por un momento, ¿aquello tenía algún tipo de sentido?

—¿Ella qué? ¡Vamos, suéltalo!

—Ella... parecía estar también en una especie de celo. En cuanto me vio, se lanzó hacia a mí y hundió la cara en mi cuello, como si estuviera oliéndome, como haría cualquier omega en su calor. Además, estoy bastante segura de que produjo lubricante natural y, que yo sepa, los humanos no lubrican.

Lexa abrió los ojos con sorpresa.

—Pero, eso es como si Juliana fuera...

—Un lobo.

—Pero eso no puede ser, ¿verdad? ¿Un lobo que vive entre humanos y que no puede transformarse?

—No lo sé, su aroma tampoco es como el de ningún otro humano, aunque por un momento pensé que era porque es mi mate. Pero tú misma dijiste que olía a omega, un aroma muy potente, además.

Lexa palmeó la espalda de su amiga, intentando consolar sus preocupaciones.

—Por el momento, yo me centraría en llevar a cabo la unión. No le des demasiadas vueltas, las he visto juntas, vi cómo te miraba y estoy segura de que te ama tanto como tú a ella.

—Eso es imposible.

Una sonrisa distraída se paseó por el rostro de Valentina.

—En serio, ¿quién eres tú y qué has hecho con mi amargada mejor amiga?

Un golpe en la cabeza cortó la burla de Lexa.

—Eres imbécil, pero creo que tienes razón. Tengo que hablar con Juliana, no aguantaré un segundo más sin enlazarme con ella.

—Creo que deberías esperar a mañana, la noticia de los cazadores no tardará en propagarse y todos querrán hablar contigo.

Valentina suspiró. La carga que suponía ser la líder de una manada pesaba aún más en sus hombros desde que conoció a Juliana. Ella solo quería pasarse todo el día abrazada a su pequeña, disfrutando de su voz, su tacto, sus caricias, pero no podía dejar de lado las responsabilidades de la manada. Ella era una buena líder, una alfa responsable que se preocupaba por los suyos y que, además, había tenido la suerte de encontrar al amor de su vida, aquel al que las estrellas le habían encomendado. Su vida parecía perfecta en aquellos momentos.

Como predijo Lexa, aquella tarde no dejaron de llamar a su puerta los preocupados miembros de la manada. La noticia de los cazadores se había extendido junto a la preocupación. Valentina y el resto de los miembros del consejo organizaron el plan de vigilancia y, para cuando quiso darse cuenta, ya había anochecido.

A primera hora del día siguiente, cuando el Sol comenzaba a despuntar, Valentina aprovechó la quietud del alba para tomar su moto y conducir hasta la ciudad. Hablaría con Juliana, le explicaría qué es la unión y le propondría pasar juntas el resto de sus vidas. Estaba nerviosa, aquella propuesta era el equivalente al matrimonio humano, aunque no había marcha atrás para la unión lobuna. Quizá fueron esos mismos nervios los que hicieron que no se diera cuenta de la presencia animal que seguía su vehículo entre las sombras.

Eran apenas las siete y media de la mañana cuando Valentina llegó a casa de Juliana. Suponía que aún no habría salido hacia el instituto y que no tendría que cruzarse con nadie mientras escalaba hasta la ventana de la habitación de la humana. Aunque en eso se equivocó. Sentada en el porche de la casa de Juliana, mirando a la nada, la figura de una mujer era envuelta en el humo de un cigarrillo a medio consumir. Valentina podía verla con claridad, a pesar de la escasez de luz. Era joven, pero parecía tremendamente cansada, con los hombros caídos y pronunciadas ojeras, su esbelta figura cubierta por un viejo batín azul.

Valentina pensó en esconderse y esperar a que la mujer se marchara, pero ella se adelantó.

—¿Buscas algo, muchacha?

Su tono no era hosco, más bien resignado.

Valentina se acercó con cautela, la grisácea luz del amanecer ya comenzaba a dar vida a las calles.

—¿Buscas a mi hija?

Valentina no respondió, aquella mujer era la madre de Juliana y le estaba hablando, pero ella era incapaz de contestar.

La mujer suspiró.

Dio una última calada a su cigarro antes de dejarlo caer y aplastarlo con la suela de su zapatilla de estar por casa. Se levantó en su corta estatura, quedando una cabeza por debajo de Valentina, y clavó su mirada en la de la ojiazul. Unos ojos cansados y cristalizados que le hicieron estremecer.

—Eres un lobo, ¿verdad?

Alpha's Owner | ✓Donde viven las historias. Descúbrelo ahora