26. Últimas horas

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Las horas pasaban lentamente en el interior de aquel intento de celda. Solo había una como aquella en toda la aldea y hacía años que no tenían que usarla, era una cabaña anexa al resto del poblado, escondida entre los árboles y hecha completamente de hierro. La última persona en ser encerrada entre esas cuatro paredes fue Tutsi. Por fortuna, ella no corrió la misma suerte que las dos jóvenes que estaban ahí atrapadas. Valentina estaba sentada, con la espalda apoyada en el frío metal, mirando a un punto fijo de la habitación. Su mente también estaba fija, pero muy lejos de ahí, a trescientos kilómetros, en un cutre motel de carretera. Juliana. Pagaría lo que fuera por tenerla entre sus brazos. Aunque, la seguridad de que estaría a salvo suponía un gran alivio para ella.

En realidad, no podía evadirse tanto como le habría gustado. No cuando su mejor amiga sollozaba silenciosamente sentada a un metro de ella.

—Lexa...

Lexa alzó la vista, vio cómo su alfa se levantaba y caminaba hacia ella, para sentarse a su lado.

Lexa apoyó la cabeza en el hombro de Valentina y volvió a sollozar, sintiendo cómo un fuerte brazo se envolvía a su alrededor.

Valentina sabía qué debía hacer.

—Lexa, quiero que pienses en tus padres.

La más joven levantó la cabeza confundida. En momentos como ese, Valentina recordaba que Lexa no era más que una niña. A pesar de que, con dieciocho años, pareciera mucho más mayor que alguien de su edad.

—Ellos te necesitan.

—¿Qué quieres decir?

—Koda no te matará sin más, no a ti. Él quiere quedarse con el puesto de líder, y no le conviene que la manada le vea como un asesino despiadado, o que se den cuenta de que todo esto era un plan premeditado. Te dará una oportunidad de cambiar tu opinión, y quiero que la tomes.

Lexa miró incrédula a su amiga.

—¡Ni hablar! No pienso dejarte sola, no quiero vivir en una manada en la que tú no seas el alfa. —Exclamó enfadada.

—No digas tonterías, Lexa. Tienes mucho por lo que vivir.

—¿Y acaso tú no tienes mucho por lo que vivir? ¿Qué me dices de Juliana, no merece la pena vivir por ella?

Un gesto de dolor cruzó el rostro de Valentina.

—Valentina, soy tu mejor amiga y tu mano derecha, tenemos un lazo indestructible. Si tú luchas, lucharé junto a ti, si tú mueres, moriré contigo. No importa lo jodidamente asustada que esté. Y mis padres deben comprender eso.

Lexa hablaba con determinación, a pesar de que las lágrimas seguían manchando sus mejillas.

Valentina sonrió suavemente y envolvió a su amiga en un abrazo. Hacía mucho que no lo hacía, y se arrepentía por eso. No se merecía a Lexa.

—Duerme un poco, ¿quién sabe? Quizá mañana todo se arregle.

Realmente quería poder creerse sus palabras, pero ni Lexa ni ella eran tan inocentes, aquellas eran sus últimas horas de vida. Sin embargo, ninguna dijo nada, concentrados en sus propios pensamientos. Lexa se tumbó en el suelo, con la cabeza apoyada en el regazo de Valentina mientras esta acariciaba su pelo. Finalmente, cayó presa del agotamiento.

Valentina volvió a divagar, aunque sabía perfectamente en qué mar acabaría desembocando el río de sus pensamientos.

Pequeña...

Sabía que no debería estar usando su vínculo para hablarle, pero no pudo evitarlo, fue un acto inconsciente.

Valentina.

La voz de Juliana sonaba emocionada dentro de su cabeza. No le respondería, no podía hacerlo. Juliana era en gran parte humana, podría rehacer su vida cuando Valentina ya no estuviese. Cuando muriera, quería que su compañera fuera feliz. Por eso debía dejarla ir, hacer que se olvidara de ella; y eso implicaba no hacer uso de su unión, por mucho que necesitara escuchar su voz tanto como el aire para respirar.

La primera lágrima se deslizó por su mejilla.

Solo esperaba que el tiempo pasara rápido, porque la agonía de estar separada de Juliana era mayor que la expectativa de su muerte inminente.

Mientras tanto, una adormilada Lena conducía cuatrocientos kilómetros por carretera a las once de la noche para ir a buscar a su mejor amiga. Aparcó el coche frente a la puerta del motel barato y esperó, apenas dos minutos más tarde, Juliana subió al vehículo viéndose muy agitada.

—Espero que tengas una buena explicación para esto. —Le dijo, arrancando y poniéndose de nuevo en marcha.

—La tengo.

Juliana no parecía que fuera a volver a hablar.

—¿Y bien?

—No puedo dártela.

Lena le miró con una ceja alzada.

—Te prometo que la tengo.

Lena suspiró.

Juliana agradeció a los cielos el tener una amiga tan increíble como Lena, porque dudaba que hubiera alguien más dispuesto a hacer cuatrocientos kilómetros de coche ida y vuelta solo para recogerla. Eso eran como, siete horas de trayecto, eran las tres de la madrugada y aún les quedaba la mitad. Realmente le debía una muy, muy gorda.

El viaje fue, en su mayor parte, silencioso. Con el único ruido de la radio de fondo. Juliana moría de preocupación y no le apetecía hablar, y Lena sabía que su amiga estaba pasando por un mal momento. Quizá fuera un momento tan malo que ni siquiera entrara en su comprensión.

—No me gustaría estar delante cuando tu madre se despierte y se dé cuenta de que no estás.

Juliana sintió su pecho apretarse con culpabilidad. Su madre quedaría destrozada si le pasaba algo y, no tan en el fondo, Juliana sabía que aquello era una misión suicida.

—No te preocupes, hablaré con ella.

Aunque no estaba segura de volver a tener oportunidad de hacerlo.

Las casi cuatro horas de trayecto pasaron infernalmente lentas para Juliana, que no se relajó hasta que no vio el cartel de bienvenida de su ciudad.

—¿Y bien? ¿Dónde te dejo?

Esa era una gran pregunta, eran las siete de la mañana y había vuelto seguido de un impulso. No tenía ni idea de qué hacer a continuación así que, decidió que sería buena idea seguir haciendo caso de sus instintos.

—¿Conoces el Restaurante Media Luna?

Alpha's Owner | ✓Donde viven las historias. Descúbrelo ahora