15. Conexión

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Juliana había despertado con una automática sonrisa en los labios, esa noche soñó con Valentina. Soñó con Valentina y su confesión, con Valentina y sus intensos ojos azules que le decían a gritos que debían estar juntas, con Valentina y su reacción cuando ella le beso. También soñó con un rostro convertido en lobo, y con un gran animal aullando a la luna.

La tarde anterior la habían pasado una encima de la otra, besándose, siendo incapaces de romper el contacto entre sus cuerpos, con el televisor de fondo y prestando más atención al acelerado ritmo de sus latidos. Valentina tuvo que irse cuando llegó la madre de Juliana, pero, aun así, no había abandonado la mente de la humana.

Aquel día fue a clase soñando despierta, sumergida en su pequeño mundo en el que reinaban Valentina y sus caricias. Kara y Lena lo notaron, le preguntaron qué le pasaba, pero Juliana ni siquiera las escuchó. Las clases pasaron volando entre ensoñaciones, y Juliana casi no se dio cuenta cuando sonó el timbre de la última hora.

—Juli, no sé qué es lo que te pasa hoy, pero estás muy rara.

—Sí, ¿podrías bajar un momento de la nube en la que llevas todo el día subida y hacernos caso?

Juliana parpadeó varias veces, las voces de Lena y Kara le habían sonado lejanas y habían explotado su burbuja de fantasías.

—No me pasa nada, solo soy feliz. —Contestó sonriente.

—Y, ¿se puede saber a qué se debe esta felicidad tan repentina? —Preguntó Lena devolviéndole la sonrisa.

Las tres amigas caminaban entre la masa de estudiantes hacia el aparcamiento, esquivando mochilas y alumnos deseosos de llegar a sus casas.

—Creo que el motivo de tanta felicidad te está esperando en la puerta, Juli.

Kara señaló un punto a las afueras del aparcamiento, donde una mujer esperaba de brazos cruzados con la cadera apoyada en una moto.

—¿Valentina?

Juliana sonrió enormemente y apretó el paso, obligando a sus amigas a correr tras ella. Su corazón se había acelerado en cuanto vio a la mujer esperando por ella. Sorteó a los adolescentes que abandonaban el recinto, sintiendo los pasos de sus amigas detrás. Sus miradas conectaron en la distancia, y Valentina sonrió ampliamente. En el pecho de Juliana se esparció un agradable calor que no quería que se extinguiera.

—Hola, pequeña.

—¡Valentina, has venido!

Juliana no sabía muy bien cómo actuar, pero Valentina abrió sus brazos y ella no necesitó más para correr a refugiarse entre ellos. Escondió la cara en su pecho y aspiró. Como siempre, Valentina olía a frescura y a naturaleza, una esencia pura y embriagadora. Juliana sonrió contra la tela de su camiseta.

—Quería enseñarte algo, ¿vendrás conmigo?

Juliana asintió sin pensárselo dos veces.

—¡Claro!

—¡Hey, Juliana! ¿Y qué pasa con nuestra tradicional tarde de películas? —Preguntó Lena.

Juliana fue consciente de su alrededor solo cuando la voz de su amiga le obligó a separarse del acogedor pecho de Valentina. Lena y Kara habían contemplado toda la escena entre asombradas y enternecidas, igual que unos cuantos alumnos indiscretos.

—Déjala Lena, ¿no ves que tiene mejores planes?

Kara sonrió y alzó las cejas de manera sugerente y Juliana se sonrojó hasta las orejas.

—¡Kara!

Escuchó en su espalda la risa disimulada de Valentina.

—Está bien, pero tendrás que compensarnos. La próxima vez, compras tú la comida.

Juliana asintió.

—Trato.

—Pásalo bien.

Sus dos amigas se acercaron a besar su mejilla y después se marcharon charlando alegremente.

Juliana volvió a centrar toda su atención en Valentina.

—¿Qué querías enseñarme?

—Es una sorpresa, vamos.

Valentina se subió a la moto y Juliana le siguió aferrándose con fuerza a su cintura, por seguridad y porque quería sentir la cercanía de sus cuerpos. Apoyó la cabeza en el hombro de Valentina y sonrió.

—Estoy lista.

El motor rugió cuando Valentina arrancó, haciendo zigzag entre el atasco provocado por los coches de los estudiantes. Condujo hasta las afueras del pueblo, hasta la linde del bosque, y entonces frenó.

—¿Qué hacemos aquí? —Preguntó Juliana bajando del vehículo.

—Ahora lo verás.

Valentina dejó la moto apoyada contra el tronco de un árbol y tomó la mano de Juliana, tirando de ella hacia el bosque. Caminaron en silencio, escuchando sus propias pisadas sobre la hojarasca y el cantar de los pájaros. Cuando ya se habían adentrado unos metros entre la vegetación, Valentina se detuvo.

—Valentina, qué...

Valentina le hizo callar con un siseo. Soltó su mano y se separó unos pasos, entonces, cerró los ojos y se concentró. Juliana observaba confundida cómo Valentina fruncía el ceño y apretaba la mandíbula, hasta que una fina niebla empezó a brotar de su cuerpo en pequeños hilos gaseosos que acabaron por envolverle por completo. Juliana la miró con asombro, hasta que la figura de Valentina fue sustituida por la de un gran lobo plateado.

Juliana jadeó de sorpresa y retrocedió instintivamente hasta que su espalda chocó contra un árbol, su corazón latía acelerado y el miedo agarrotaba sus músculos, aunque sabía que no tenía nada que temer.

El animal se acercó lentamente, mientras Juliana intentaba fusionarse con la madera. No era un ejemplar demasiado grande, pero, aun así, era más alto que la humana. Cuando estuvo lo suficientemente cerca, agachó la cabeza con sumisión. Juliana se relajó y sonrió débilmente. Lentamente, alzó la mano hasta posarla sobre la cabeza del lobo. El pelaje era suave y grueso, Juliana deslizó sus dedos entre las hebras plateadas.

—No me puedo creer que esto esté pasando de verdad. —Susurró.

No tengas miedo.

La mano de Juliana se congeló sobre el pelaje, ¿acababa de hablar?

—No sabía que podías hablar.

Valentina alzó la cabeza.

No puedo hablar.

—Te estoy escuchando ahora mismo.

Valentina retrocedió un paso y miró a Juliana extrañada.

No puedo hablar, soy un lobo.

—No lo entiendo.

Los ojos del animal se abrieron con asombro.

Juliana, piensa algo.

—¿Qué piense algo?

El animal asintió.

Valentina es muy hermosa.

—Así que soy hermosa, ¿eh?

La voz de Valentina sonó divertida. Juliana enrojeció.

—¡Yo no he dicho eso, solo...! ¡Un momento! ¡Has leído mi mente! Pero... ¿cómo?

Igual que tú has leído la mía, Juliana. Estamos conectadas.

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