17. Ven conmigo,

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—Este ha sido el último ensayo, chicas.

Juliana secó su sudor con una pequeña toalla de mano. Su pecho subía y bajaba acelerado al ritmo de su jadeante respiración, sus músculos estaban agarrotados y sus articulaciones dolían, pero, aun así, sonreía. Bailar era su pasión, cuando lo hacía, solo tenía que enfocarse en los movimientos y en el fluido ritmo de la música, podía cerrar los ojos y dejarse llevar o concentrarse en seguir una coreografía marcada. Aunque, aquella vez, su mente estaba más centrada en el hecho de que Valentina fuera a recogerle al acabar la clase. "Quiero presentarte a alguien", eso fue lo único que le había dicho. Debía reconocer que estaba nerviosa. Valentina era especialista en decir las cosas a medias y en guardar el misterio hasta el final, y Juliana acababa pasándose el día entero dándole vueltas a sus enigmas. Y en parte le molestaba, porque debería haber estado más preocupada por la actuación que se aproximaba que por Valentina y sus misterios, pero ¿realmente podía culpar a su mente por enredarse con la atractiva mujer lobo? Si cada vez que le veía quería suspirar y sus rodillas se rebajaban a la consistencia de la gelatina.

—¡Me voy!

Abandonó la clase sonriente, y bajó las escaleras de dos en dos. Su corazón ya se había acelerado y aún no se habían encontrado, se sentía como una chiquilla el día de reyes.

—¡Que tengas un buen día, Sally!

Se despidió de la recepcionista que se limaba las uñas con parsimonia, recibiendo una sonrisa de dientes blanqueados como respuesta.

El frío aire de la calle golpeó la piel desnuda de sus brazos, obligándole a encogerse. Ahí estaba Valentina, esperándola como siempre apoyada en su moto y con una cálida sonrisa en los labios, mirándola como si fuera un ciego que puede ver brillar el Sol por primera vez. Esta vez, no estaba sola. Junto a ella, se encontraba una chica más joven, era más baja de estatura a comparación de Valentina era de aspecto despreocupado con brazos fuertes, y una sonrisa radiante.

Las dos lobas vieron cómo la humana sonreía tímidamente y se acercó a ellas. Al primer paso que dio, ambas aguantaron la respiración. Aquel olor era tan potente que sus lobas aullaron en sincronía, queriendo escapar de sus jaulas para correr hacia tan embriagadora esencia.

—Huele a ... omega en celo. Es... ¿siempre es así de potente? —Preguntó Lexa con la voz entrecortada.

El pecho de Valentina vibró en un bajo gruñido.

—No hagas que me arrepienta de haberte traído. —Susurró entre sus dientes apretados.

—Hola.

Juliana saludó tímidamente una vez estuvo frente a las chicas, Valentina pareció reaccionar y le envolvió entre sus brazos, hundiendo la nariz en su cabello, disfrutando del dulce aroma a vainilla y canela. Separó su cabeza, rodeando aún la cintura de Juliana con los brazos y unió sus bocas en un suave beso. Su loba gruñó satisfecha, había estado lloriqueando desde que se apartó de Juliana el día anterior.

—Hola. —Respondió Valentina cuando se separaron.

Ambas se miraron a los ojos y sonrieron, disfrutando de aquel reencuentro a pesar de que hacía menos de veinticuatro horas que se habían visto. Cualquier tiempo separado se hacía interminable.

Un exagerado carraspeo de garganta les obligó a volver a la realidad.

Lexa observaba la escena divertida, cómo su alfa había corrido a abrazar a esa pequeña humana como si necesitara una dosis de su piel, cómo había sonreído como si acabara de volver a nacer, el dulce beso que compartieron. Aún no podía creerse del todo que Valentina Carvajal, la persona más inexpresiva y asocial del mundo, la líder de su manada hubiera encontrado a su otra mitad en esa pequeña chica humana. Aunque Lexa debía reconocer, que Juliana no estaba nada mal. Con un cuerpo de baja estatura, pero bien moldeado, piel tersa y facciones dulces y marcadas. Unos labios gruesos que cualquiera que se atreviera a enfrentarse a la ira de Valentina querría probar y unos ojos brillantes y expresivos. Definitivamente, la humana era una preciosidad.

—Juliana, ella es Lexa, mi segundo en la manada y mejor amiga, o algo así. —Presentó Valentina sin verdaderas ganas.

Juliana frunció el ceño sin entender muy bien lo que aquello significaba, pero aun así sonrió haciendo desaparecer sus ojos y dejando ver dos hoyuelos. De no ser por la mirada mortal de Valentina sobre ella, habría soltado algún piropo indiscreto.

—Encantada.

—Tenía curiosidad por conocer a la chica de la que Valentina no para de hablar ni un momento.

Juliana se sonrojó y Valentina golpeó la nuca de su amiga.

—No seas imbécil.

Juliana rio suavemente ganándose de nuevo la atención de las dos lobas. Realmente, Lexa podía entender por qué la loba de Valentina había escogido a Juliana como mate. Aun sin serlo, la pequeña pelinegra era la omega perfecta, dulce, adorable y tremendamente bella, su propia loba se agitaba ante su presencia. Ni siquiera olía a humano. Realmente tenía ganas de conocer a la chica que le robaba el sueño a su alfa, pero acabó pasando el resto de la tarde conociendo a una Valentina que jamás creyó que existiese. Con Juliana, Valentina era romántica y cariñosa, considerada y amable, la miraba con unos ojos tan intensos que parecían gritar que nada era tan hermoso como Juliana. Incluso le pareció escuchar el aullido lastimero de la loba interna de su amiga cuando tuvieron que separarse. Juliana se despidió de ella con una dulce sonrisa y dejó un suave beso en los labios de Valentina.

—La quiero tanto. —Dijo Valentina mirando aún la puerta cerrada por la que había desaparecido la humana.

Eran las diez de la noche y habían pasado más de dos horas disfrutando de su compañía en un café. Había momentos en los que Lexa se había sentido desplazada, la pareja se metía en su pequeño mundo idílico y se olvidaban de su alrededor.

Lexa sonrió, su amiga estaba en buenas manos.

En medio del bosque, en un claro que alguna vez cubrieron las amapolas, Juliana contemplaba el firmamento tendido en la hierba. Aquella noche era oscura, e inusualmente silenciosa. Aguardaba la llegada de la loba plateada, de su amada licántropo. Quería acurrucarse junto a ella en aquel lugar que habían convertido en propio. Unos pesados pasos se acercaron, y Juliana se levantó emocionada, pero no era su loba la que emergía de entre los árboles. Un animal castaño, de aspecto desaliñado y tamaño descomunal se acercaba hacia ella, con los ojos ámbar encendidos y las fauces chorreantes. Juliana quería correr, quería alejarse del amenazador animal, pero, por más que lo intentaba, su cuerpo no se movía. El animal caminó lentamente hasta estar a apenas un metro de la temblorosa humana, entonces, habló.

—Juliana...

Su nombre había sonado horripilante en la gutural voz de la bestia, y un escalofrío de terror recorrió su columna.

—Ven conmigo, cachorra.

Y Juliana despertó.

...

El próximo capítulo se viene el smut

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