Capítulo 17

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No hay descanso para mis manos. Abro cajones y saco su contenido, sin molestarme en volver a cerrarlos, como si mi vida fuera en ello, cosa que no dista mucho de la realidad, a juzgar por el tono de la señora Relish. Los lanzo contra una maleta sin doblarlos, hechos un bulto. En mi cabeza se repite una y otra vez la  frase; Quiero irme cuanto antes.

Voy hasta el armario. No cojo todo lo que tengo, sino lo que traje de casa de mi tía. Unas perchas se rompen por mis movimientos bruscos, y vestidos carísimos de grandes marcas que hasta hace unos meses no conocía, comprados por el señor Relish, y que nunca he usado, caen al suelo. No pueden importarme menos.

La maleta está casi llena y solo cuando meto mi última camiseta, la cierro, con fuerza. Ignoro el sonido que hace al estar tan comprimida.

Repelente inclina la cabeza y maúlla cuando me ve resoplar con frustración, que es prácticamente la mayor parte del tiempo.

Compruebo que tengo todo y me dirijo hacia el animal, que curiosamente no se escapa de entre mis brazos. Apoya su cabeza en mi hombro, que para solo tener unos pocos meses de edad, ya es enorme, y con la otra mano salgo de la habitación con la maleta siguiéndome. Al bajar las escaleras, hago todo el mayor ruido posible, y si puedo, incluso provocar algún arañazo.

Una vez en la plata inferior, Laylah, al verme, se levanta de su sillón. Abre la boca para decir algo hasta que sus ojos miran detrás de mí. Su madre está en la cocina, en la parte más alejada de todos. Sujeta una copa de vino y con su mano libre una botella prácticamente acabada. Da un sorbo, aun observándome. Le dedico una última mirada a Laylah, quien parece que quiere decirme algo, antes de salir y abrir la puerta de par en par. No hay guardas, no hay sirvientes, ni ningún trabajador. La mansión está desierta, como si Ilta Relish les hubiera avisado a todos de que al fin, el día que tanto esperaba, se estaba cumpliendo y quería todo el lugar para ella sola. No me imagino la cantidad de veces que debe de haberse reproducido este momento en su cabeza.

Cruzo el patio hasta llegar a mi coche. Repelente se sube en el asiento del copiloto y mira hacia la puerta principal, donde ambas Relish me miran. Laylah con rostro preocupado e Ilta con una nueva copa de vino. Incluso la alza en mi dirección. Bonita manera de despedirse.

—¡Vuelve cuando quieras, querida, o mejor nunca!—vocifera a trompicones, mientras abro el coche y entro dentro, dando un portazo que provoca que Repelente se asuste.

A lo lejos puedo ver cómo Laylah comienza a discutir con su madre. Por mi parte, arranco el coche y estoy a punto de irme hasta que veo las preciadas rosas de Ilta Relish. No pienso cuando arranco, llena de furia y rabia, contra las preciosas rosas, que Ilta Relish ha estado cuidando durante todo este verano con esmero y dedicación. Únicamente pienso en las ruedas aplastándolas, destruyéndolas.

Si ella ha podido tratarme como basura yo puedo devolvérsela.

—Sujétate fuerte, Repelente.

Mi gato me entiende, pero no me obedece. Mira fijamente las estúpidas rosas. Diría que hasta ha estado esperando este momento durante mucho tiempo, igual hasta más que yo.

No espero más y acelero el coche contra las flores. Escucho el sonido de las plantas rompiéndose y los gritos de la señora Relish al ver como todo su trabajo se va por la borda. Después, pongo el freno de mano y acelero de tal forma que la rueda gira una y otra vez levantando barro por todos lados. Por el espejo retrovisor, veo como Ilta se lleva las manos a la boca. Laylah intenta calmarle.

Esa es la última imagen que tengo de los Relish antes de desaparecer.

...

Repelente se distrae con las flores esparcidas alrededor del parque. Su actitud ante las flores no se parece a nada respecto a hace un par de horas, cuando admiraba como destruía las flores de la señora Relish.

La Promesa Consumida-2 ✔Donde viven las historias. Descúbrelo ahora