Capítulo 22

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Mi estómago ruge al oler tortitas y huevos hasta tal punto de que noto como la saliva de mi boca cae y da con mi antebrazo, que sujeta mi cara. Lentamente abro los ojos o eso intento, porque los rayos de sol hacen que vuelva cerrarlos, gruñendo. Me froto la cara malhumorada por mi despertar.

—Joder—suelto cuando estiro mi espalda dándome cuenta del terrible dolor de cuello.

Normal que me encuentre en ese estado, he dormido con los brazos apoyados sobre una mesa durante horas y eso pasa factura. En medio de un suspiro, estiro mis brazos varias veces. Vuelvo a frotarme la cara antes de levantarme y seguir ese delicioso olor que me conduce hasta una cocina ya ocupada por alguien.

Lo primero que veo es a un Cassiel mucho más lúcido y sano, comparado con el de ayer. Aún hay muestras de que no sigue recuperado, como sus constantes suspiros y esos ojos rojos tan irreales, pero por lo menos ahora puede mantenerse en pie y cocinarse algo. El sonido de mis tripas al rugir lo saca de su concentración y deja una tortita a medio hacer. Al verme me regala una enorme sonrisa que no entiendo muy bien a qué viene.

—Al fin despiertas. Si no comes rápido vas a llegar tarde a la uni.

Me indica con la mano que me siente en la mesa y cautelosa obedezco. Observo como sigue haciendo tortitas hasta conseguir un buen montón y junto con los huevos, colocarlos delante de mí.

—Come todo lo que quieras—dice girándose para apagar el fuego.

Mi hambre es mayor a mi orgullo y cojo tres tortillas y dos huevos. Mi plato apenas puede albergarlos, todo lo contrario a mi estómago que perfectamente podría comerse diez más, por lo que comienzo a comerlos como si no hubiera un mañana. Cassiel escucha mis ruidos y se gira, sorprendido por lo animal que estoy comiendo, pero no se burla, solo se ríe.

—Comes como Darcel.

Me cuesta creer que alguien tan refinado como su hermano mayor coma como un cerdo. Aun así, le saco el dedo corazón, a lo que vuelve a sacar una carcajada. Se sienta enfrente mia y coje una tortita. Le miro fijamente.

—Aun me duele un poco la garganta. No tengo hambre—explica.

No indago más y me concentro en engullir la comida lo más rápido posible. Cassiel tiene razón, solo tengo veinte minutos para poder prepararme y con prepararme me refiero a lavarme la cara, los dientes, cepillar y arreglar mi ropa arrugada. Una ducha tampoco me vendría mal.

—Gracias por... cuidarme ayer—murmura Cassiel con una mano bajo su barbilla. Su mirada mira la nada de manera indiferente, pero en un momento sus ojos se posaron en mí, buscando alguna reacción.

—Oh… No hay de qué.

Se hace un silencio incómodo, uno tanto que ya no puedo comer como un animal y eso hace que tenga que levantarme antes de la mesa para poder arreglarme.

—Eh… ¿El baño?—pregunto avergonzada.

—Ese de ahí—responde—. Puedes usar el cepillo de pelo, el de color negro. Laylah me lo compró, pero nunca lo he utilizado.

La mención de su hermana me pone la piel de gallina, aun así asiento agradecida.

—Gracias...

Camino rápidamente hasta encerrarme en el baño. No sé porque pongo el pestillo, pero tener una pared entre Cassiel y yo me parece una buena idea. Apenas puedo estar en su presencia y no ponerme nerviosa.

Al mirarme en el espejo descubro el porqué Cassiel me ha dicho que utilizara un cepillo de pelo. Mi cabello, naturalmente lacio, está formado por múltiples nudos que no sé como diablos voy a desenredarlos. Mi piel está seca y mientras me froto con la mano en las zonas rojas en las que han estado apoyadas contra mis brazos toda la noche, descubro las marcas de Connor sobre mi piel. No me doy cuenta de que he comenzado a temblar hasta que el cepillo cae de mis manos. Mis yemas rozan sutilmente aquellas zonas donde Connor me besó. Mi estómago se revuelve y me contengo para evitar gritar o vomitar. No sé cuál de las dos tengo más ganas. Por inercia dirijo mi vista a las cicatrices de mis muñecas, ya apenas notables.

La Promesa Consumida-2 ✔Donde viven las historias. Descúbrelo ahora