Capítulo 30

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Cuatro días a la semana, contando los fines de semana, de cuatro a seis de la tarde, el gimnasio es de uso exclusivo para las animadoras. La Universidad sabe el importante papel que ejecutan los y las animadoras de la Universidad de Denver. No son solo adornos para pavonear, sino que son personas que trabajan cuerpo y mente para poder elaborar esos difíciles pasos y saltos arriesgados. Ellos animan, ofrecen un show a la altura de sus capacidades, tan entrenadas durante años. Deben estar en forma, no tener miedo y sobre todo ganas por aprender y continuar.

Adivinar quién no tiene todo lo anterior.

—¡Keira cuidado!—grita alguien tras mi espalda.

Tarde. El cuerpo de una chica choca contra el mío y caigo al suelo emitiendo un splash por todo el gimnasio. Al principio, la gran mayoría, por no decir todos, se acercaban a mí para ayudarme, ahora, ya siendo la sexta vez que me choco con un animador, en este caso una chica, solo recibo un par de miradas sorprendidas.

La capitana del equipo, Amanda Clinton, se acerca hacia mí, ayudándome a levantarme.

—¿Estás bien?

Finjo una sonrisa.

—Sí, sí, esto no es nada—miento con el culo ardiendo.

El problema no es el baile tan sencillo, que me lo he aprendido observándoles un par de veces. La cuestión aquí es que mientras estoy bailando tengo que calcular la distancia con mis otros compañeros y eso es algo bastante difícil para mí, acostumbrada a bailar en solitario o como mucho en dúos. Además, está el problema de las piruetas en el aire. Nada más que veo a dos metros a mi izquierda, como lanzan a una chica, me da vértigo. Eso hace que pierda la concentración y choque contra una compañera. Y justo eso es lo que acaba de pasar.

—Bien chicas. Descanso de diez minutos—anuncia la capitana de las animadoras. Voltea hacia mí—. ¿Segura que estás bien?

—Sí sí, en serio. No hace falta que te preocupes.

Al principio, mi mera presencia incomodaba bastante a las animadoras, pero tras unos minutos su percepción de mí ha cambiado, desde admiración al verme bailar, hasta una de estupefacción por mis continuas caídas. Debe ser eso, mi exceso de torpeza lo que les ha hecho ver que también soy humana y no una Relish fría y malcriada como ellos creen. El hecho de que ahora se sienten más cercanos a mí se debe a como se ha roto esa idealización que tenían hacia mi.

Ahora bien, siempre hay excepciones y son un grupo compuesto por los dos únicos chicos del grupo y dos chicas. No se han acercado a mí y mucho menos me han hablado. Yo tampoco he tenido la intención de acercarme a ellos, a decir verdad. Sus ojos llenos de asco y sus reproches a la capitana porque me hayan incluido tan repentinamente han sido las únicas palabras que he escuchado de sus bocas.

También la presencia de Elizabeth y las otras dos chicas que me reclutaron, han incitado a los demás a abrirse conmigo, pero de buena manera.

Voy hasta mi mochila y saco mi botella de agua, comienzo a beberla como si no hubiera un mañana. No me acostumbro a este ambiente. En mi imaginación, los animadores son personas alegres y bastante egocéntricas y no los culpo. Yo también tendría el ego en las nubes con esos cuerpos y todas esas habilidades que pueden hacer a base de constancia y trabajo. No esperaba encontrarme con sí, mucha alegría, pero sobre todo con tanta fuerza y dedicación, todo lo contrario a mi. Si no fueran por los créditos que me van a dar, me habría ido a los quince minutos de haber entrado por la puerta del gimnasio.

De pronto la capitana, Amanda, se sienta a mi lado. Ofrece una toalla que rechazo.

—¿Te está gustando la experiencia?—pregunta con una sonrisa.

La Promesa Consumida-2 ✔Donde viven las historias. Descúbrelo ahora