Capítulo 18

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—¿Qué sala decías que era?

Miro el papel que el hombre me ha dado, por cuarta vez. En ella pone claramente piso número tres, sala 13, pero Abby y yo estamos en dicho piso y no encontramos la sala. Habíamos optado por preguntar a un médico de guardia donde estaba la sala, pero el hospital parece un cementerio. No hay ningún alma y eso hace que los pasillos sean bastante tenebrosos. He perdido la cuenta de la cantidad de veces que he girado para comprobar que no nos seguía alguien.

Por motivo de mi analítica para comprobar mis genes, Abby me ha llevado a las doce de la noche hasta el hospital. Por suerte, al haber dictaminado un juez que era un asunto importante el que se me hiciera la prueba cuanto antes, el médico ha tenido que preceder y han hecho una excepción conmigo, eso si, no nos hemos librado de su rostro de enfado. No lo culpo, tenía que haber venido hace horas, no en plena noche y molestándolos. Sin embargo, aun teniendo la cita y el lugar al que tengo que ir, ni Abby ni yo sabemos dónde estamos.

—Vale, paremos a pensar—dice Abby—. Hemos ido por el lado derecho donde se supone que debe estar el número 13, pero las salas solo son de número par, por lo que solo nos quedan dos opciones: o estamos leyendo mal el número, o somos unas inútiles que no sabemos encontrar una sala.

Me coloco a su lado, de tal forma que las dos vemos el papelito. Arrugo la nariz.

—Sigo viendo el número 13.

—Yo también—lloriquea Abby.

Abby camina con la cabeza agachada hasta golpearse contra la pared una y otra vez mientras yo miro hacia los lados.

—Igual deberíamos ir a otra planta y preguntar.

Algunos mechones azules de Abby se han salido de su coleta por sus golpes. Se gira para mirarme. Sus ojos están casi cerrados y hace un ruido parecido a un animal agonizando.

La cojo de la mano y la conduzco hasta el ascensor. Pulso el botón y solo se escucha en medio de los pasillos silenciosos, el ruido del ascensor ascendiendo. Abby se apoya en mi hombro y cuando el ascensor está a punto de abrirse una luz, detrás de nosotras, parpadea. Abby pega un chillido y por su susto, yo también chillo. Ambas nos giramos y retrocedemos, esperando chocar contra el ascensor. Sin embargo, este se abre y ambas caemos hacia atrás. Yo soy la primera por lo que la mayoría de mi cuerpo amortigua el golpe de Abby y desgraciadamente, su codo golpea mi estómago. Un intenso dolor se esparce por esa zona y cierro los ojos, doblándome en dos.

—¡Keira!—grita Abby. Agarra mi cabeza y la pone en su regazo de una forma dramática.

No voy a mentir, ambas estamos exagerando demasiado, pero lo achaco a que estamos cansadas y nuestros cerebros no funcionan como es debido.

—¿Voy a morir?—pregunto.

El dedo de Abby se posa en mi boca.

—No dejaré que eso ocurra.

No entiendo como es que seguimos con este juego, pero es bastante divertido, así que le sigo la corriente.

—Ha sido un placer estar a tu lado, Abby. Es mi hora de partir.

—¡No! ¡No me dejes!

—Adiooos…

Abby me zarandea de un lado al otro mientras poso mi mano en la cabeza y me hago la muerta. Abby finge que comienza a llorar y cuando estoy a punto de levantarme y dar terminada esta farsa, escucho detrás de mi:

—¿Qué cojones estáis haciendo?

Noto como mi corazón deja de latir, y abriendo únicamente un ojo, y Abby alzando la cabeza, chocamos contra dos pares de ojos que miran la escena. Uno niega con la cabeza y el que nos ha hablado nos señala.

La Promesa Consumida-2 ✔Donde viven las historias. Descúbrelo ahora