Capítulo 11

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Una taza de café aparece en mi vista. No hay dudas de que intenta crear un ambiente cómodo, pero siendo sincera, ni todo el café caliente del mundo podría provocar que desapareciera la mueca que ha surcado mi rostro desde que he cruzado el umbral hasta dar con la sala de mi psiquiatra, la doctora Anastasia.

Se lleva su taza de café a los labios y da dos pequeños sorbos. Después, con suma delicadeza, la deja en el pequeño plato de cristal color blanco. Blanco como su bata, blanco como la mesa y blanco como la estúpida habitación.

Definitivamente odio el blanco.

Reposa su cuaderno en su regazo antes de dirigir su atención sobre mí. Supongo que esperará milagrosamente que me abra a ella, que le cuente lo que pienso, que es lo que me atormenta y sea una niña buena que le dé las gracias por lo que está haciendo. No sé cuánto tiempo voy a aguantar más y eso que el reloj me indica que apenas llevo cinco minutos, cinco minutos de dolorosa y lenta tortura.

Escucho como su silla chirría antes de que se ajuste las gafas.

—¿Cómo han sido las vacaciones, Keira? He oído que has estado en Tenerife y luego has visitado Madrid. Debe haber sido una experiencia maravillosa.

Aunque su pregunta puede llegar a ser inocente, sé que depende de la respuesta que le dé se lo comunicará Ciaran Relish, por lo que no respondo lo que quiero decirle en realidad, pero tampoco le digo una mentira.

—Podría haber sido mejor.

Y ahí está, el boli moviéndose sobre el papel. Seguramente anotando algo que tengo que corregir.

—¿Y qué tal la relación con tus hermanos? ¿Ha mejorado?

No, todo ha empeorado.

—Sí, hemos mejorado.

De nuevo anota algo.

—Y las pastillas, ¿te las has tomado?

Mierda. Me había olvidado completamente de las pastillas. La doctora Anastasia ve como dudo y no tengo tiempo de rectificar mi compostura antes de que se dé cuenta de la verdad. Suelta un bufido y se quita las gafas. Se coloca dos dedos en el puente de la nariz, con gesto cansado.

—No puedo ayudarte si no te pones de mi parte, Keira.

Intento articular algo, pero su mirada de reproche, hace darme cuenta de que mis próximas palabras debo decirlas con cuidado.

—De verdad que quiero mejorar, pero…

—Yo soy aquí la profesional, Keira. Si te digo que te tomes unas pastillas para el sueño debes tomarlas—rebusca en sus anotaciones—. La que te recomendé es Triazolam. Es un medicamento que se usa con pacientes con insomnio grave. Debido a tu experiencia traumática, este verano te costaba mucho conciliar el sueño, pero debes entender que es peligroso tomarlo si no tienes insomnio, por lo que tengo que volver a preguntarte, Keira, ¿te cuesta dormir? Si es así, ¿cuánto tiempo duermes?

No voy a engañarla. No tiene sentido cuando yo no tengo ni idea de este campo. La verdad, y que para mérito suyo, las primeras pastillas que me recetó, por mucho que no me gustaran, me ayudaron a calmarme y a dormir, por lo que no estoy segura porque deje de tomarlas. Tal vez no quería o simplemente se me olvidaron. La cuestión es que ahora duermo mejor y no tengo ataques de pánico, pero aún no paro de pensar en mi relación con los Relish y cuando mi padre y hermana murieron. Eso no lo consigo olvidar.

—No tengo problemas para dormir, ya no—respondo jugueteando con mis manos con la cabeza agachada.

No puedo ver su reacción, pero sí que escucho el ruido de las hojas al ser pasadas.

La Promesa Consumida-2 ✔Donde viven las historias. Descúbrelo ahora