—¡Ya terminé! —le grité a mi tía, antes de subir corriendo las escaleras directo a mi cuarto.
Cerré la puerta y tras acostarme en la cama, suspiré. Por fin un poco de paz. Ahora sí podría buscar qué rayos era Trueno.
Abrí google dispuesta a empezar la búsqueda, cuando un ruido a mi lado me hizo sobresaltar.
—¡Sorpresa! —dijo Mateo que como si fuera raro, había entrado por mi balcón.
—Me asustaste —dije mientras me sentaba.
—Lo siento —dijo mientras de repente, una sonrisa aparecía en su rostro.
—¿A qué viniste? —cuestioné mientras me agarraba el cabello con una goma en una cola alta.
—Y... a verte un rato, te estaba extrañando ya —dijo antes de sentarse a mi lado.
—¿Ah sí? —pregunté alzando una ceja.
—Sí... —asintió con la cabeza—. ¿Qué hacías?
—Limpiaba la sala y... estaba a punto de buscar algo en Google.
—Hmm... —Mateo me miraba fijamente. Parecía que quería decir algo pero no lo hacía—. ¿Qué tal si vemos una peli?
—Piola —dije asintiendo con la cabeza—. ¿Traigo café?
—Y donas —pidió.
—¿O cocinamos? —pregunté—. ¿Te va?
La sonrisa de Mateo se ensanchó.
—Obvio que me va...
—Dale, ¿qué hacemos? —pregunté bajando las escaleras con él detrás de mí.
Los ojos del morocho se iluminaron.
—¡Tacos! ¡Hagamos tacos!
Sonreí porque sabía muy bien hacerlos.
—¿Así que nos saliste mexicano, eh? —Lo jodí.
—No soy Cacha —se rio para luego enseriarse abruptamente.
—¿Cacha? —me reí confundida.
—Olvidalo, estoy loco —dijo antes de adentrarse conmigo en la cocina—. ¿Tu tía?
—Con su amiga. Mantiene de arriba para abajo con ella —dije rodando los ojos.
—¿Y vos acá solita? —dijo Mateo con un aire coqueto.
Me gustaba cuando se ponía así, me gustaba todo lo que me hacía sentir, pero lo odiaba porque sabía que él no sentía nadas por mí, que cuando se trataba de mí todo era una joda.
—¿Tenés los ingredientes? —preguntó él.
Abrí la nevera y me encontré con...
—La mayoría...
—¿Sabés qué significa eso? —preguntó Mateo con una sonrisa.
—¿Qué? —pregunté.
—Que tenemos que ir al mercado... Ya sé que está muy lejos, pero mi viejo nos prestará el carro.
El carro. El carro. El carro.
No me gustan los carros, me ponen nerviosísima. He montado en autos, aquí en el pueblo, y bueno, al menos el mercado está en el pueblo, pero de igual forma no quitaba que me pusieran nerviosa.
—Eh... capaz es mejor que pidamos domicilio. Tengo el número del mercado —Señalé en la nevera, donde estaba el número pegado.
—Na, dale, vamos a dar una vuelta —dijo, en los ojos se le veía la ilusión qué le hacía y no era capaz de decirle que no.