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Mateo arrastraba el cochecito contento mientras yo metía un par de cosas adentro. Desde dentro del mercado podía ver por el cristal que ya había oscurecido. Mateo agarró par de cervezas y una botella de vino, a lo que yo lo miré con las cejas levantadas y él solo sonrió.

—Comprá dulces, ¿no? —dijo Mateo—. Yo pago, obvio.

—¿Qué decís? —me reí—. La mitad de lo que hay aquí es mercado para mi casa.

—¿Y? —dijo alzando los hombros.

—Yo pago —dije y él rodó los ojos—. Traje mi plata.

—Dejame ser caballeroso —dijo y yo reí.

—Eso no es ser caballeroso.

—Claro que sí, y ya dije que yo pago.

—Mitad y mitad —declaró.

—Hecho —dije.

Luego de decidirnos pagamos todo y salimos. Creí que entraríamos en el auto enseguida, pero me propuso subirnos en el capó de su auto y la verdad estaba súper, desde ahí la vista era buenísima. El panorama estaba lleno de nieve y una noche llena de estrellas. Mateo sacó una lata de Coca-Cola mientras yo empecé a comer gomitas.

—¿Por qué le temés a los autos? —preguntó.

La pregunta me afligió enseguida, la gomita dulce perdió su rico sabor en mi boca y mi vista se quedó estancada en las estrellas.

—Mis viejos... —dije como pude, ya que sentía un nudo estancado en mi garganta, y sin poder evitarlo mis ojos se mojaron—. Ellos... —Mi voz se quebró—. Perdón, no hablo de esto con nadie...

La mano de Mateo se posó en mi pierna y la apretó ligeramente para reconfortarme.

—No pidás disculpas. Si querés hablarlo, podés contar conmigo, y si no, también —sonrió apenas, pero con una dulzura que me estaba volviendo loca.

—Sí, si quiero —dije sin meditarlo siquiera.

Callé y me di cuenta de que así era, quería desahogarme.

—Es que me hago la fuerte todo el tiempo y no es así. Aunque haya seguido adelante, aunque trabaje todos los días, aunque tenga miles de sueños que cumplir, pesa tanto recordarlos, los extraño tanto... —dije y mordí mi labio para no sollozar.

Mis ojos lagrimeaban sin parar, y agradecía que Mateo no detuviera mi llanto, quería llorar y soltar todo lo que tenía adentro.

—Ellos se fueron tan pronto y me siento tan sola sin ellos. Aunque mi tía esté ahí, aunque me ame como lo hace, ella nunca va a ser mis padres y ellos nunca van a volver. Todo es tan duro sin ellos... Sé que no lo hicieron a propósito pero me siento tan abandonada.

Sus brazos me estrecharon y llorando en su pecho, sentí sus caricias en mi cabello. Le conté la historia, de como mis padres murieron en un accidente en coche regresando a casa, y cómo le he tenido pavor a salir de aquí desde entonces; él me escuchó con atención y aunque usó típicas frases de consuelo, se sentían bien de parte de él.

—¿Y vos? ¿no querés contarme algo? —le pregunté.

Él me miró a los ojos, y sabía que sí, aunque segundos después lo negara, sé que también tiene secretos.

Sin querer presionarlo, entré al auto y nos dedicamos a ir de regreso a casa. He de admitir que la noche me tenía muy nerviosa, por lo oscuro de la carretera, pero Mateo me tuvo entretenida todo el camino haciéndome reír. Sé que lo hizo a propósito.

Snow ; TRUENODonde viven las historias. Descúbrelo ahora